España, sin olvidos ni rencores
@| Antonio Cazorla, en su libro “Franco: biografía del mito”, señalaba que en la sociedad española del posfranquismo no se buscó olvidar ni la Guerra Civil ni el largo régimen autoritario que le siguió, por el contrario, se quiso saber más pero dejando atrás “el objetivo de la dictadura de imponer una verdad única, que suprimió las voces disidentes y el debate de la esfera pública”.
Al respecto, muchos autores han concordado que el éxito de la ejemplar Transición española no radicó en el olvido, sino en el reconocimiento crítico que cada uno de los actores asumió respecto al papel jugado durante la Guerra Civil y los excesos cometidos, ora contra religiosos o nacionales, ora contra republicanos u opositores. Tanto desde la derecha como desde la izquierda españolas existió un compromiso tácito y expreso de romper lazos con los viejos rencores anidados desde la Guerra para reafirmar que, ante todo, se trató de un conflicto entre hermanos. Un compromiso firme con la Democracia y el Estado de Derecho, sin olvido pero sin revanchas ni rencores, fue asumido íntegramente por todos los estamentos políticos de la España de la transición o, como escribió Santos Juliá, no es que no se haya hablado de guerra y dictadura, sino “cómo se ha hablado y con qué intención”.
Sin embargo, el surgimiento de una nueva izquierda, más radical y coautora de las nuevas herramientas de acción revolucionaria a través de los mal llamados “estallidos sociales”, que en España tomó la forma de “indignados”, ha buscado una redefinición del pasado y reemplazar el espíritu de la Transición por otro donde la Historia se observe desde la dinámica de la Guerra Civil misma, en blanco y negro, donde siempre el “otro” es el criminal.
Llegados al Gobierno de la mano de una alianza con el socialdemócrata Partido Socialista Obrero Español (PSOE) se han impulsado medidas que apuntan, finalmente, a la victoria final de uno de los bandos. Así, a fines de abril, el Gobierno español ha conseguido trasladar los restos del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, desde el Valle de los Caídos a un cementerio privado en Madrid, casi cuatro años después de hacerlo con el cuerpo del propio Francisco Franco.
En un esfuerzo de redefinición de los relatos, el actual Ejecutivo hispano ha incurrido en la misma dinámica que pretende combatir y actúa con la misma lógica comunicacional de aquella dictadura que dice odiar: la imposición de relatos oficiales, verdades únicas e interpretaciones inequívocas del pasado.
No existen dictaduras buenas y malas: existen solo dictaduras y deben ser condenadas siempre, sin importar el color de las banderas, algo que en nuestros países no han entendido todos los actores políticos, proactivos en el combate de unas, silenciosos ante el accionar de otras. La Democracia española ha sido firme en la condena de la Guerra y la dictadura que le siguió, sin olvidar pero sin perpetuar luchas ni retóricas fratricidas, permitiendo la construcción de un sistema político sólido, con alternancia en el Poder, respeto a los valores que representa el Estado de Derecho y un desarrollo económico y social admirado en todo el mundo.
El acuerdo para no utilizar la guerra y sus crímenes como arma política activa hizo posible la Transición y ha dado a España incontables frutos en todos los aspectos sociales. Romper dichos acuerdos para intentar obtener victorias pírricas y tardías, además de sus dudosos efectos electorales, puede traer de vuelta viejos fantasmas, odios y fanatismos que creíamos desterrados.
Ad portas de conmemorar los 50 años de la caída de las Democracias en nuestra región, nosotros, en nuestra lejana América del Sur, debemos tomar nota.