El Pais (Uruguay)

Centrar el péndulo Vaivenes en Chile

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Hemos vivido una historia pendular, no es que ahora les toca a los otros, ahora nos va a tocar a todos”. Cuando en 1993 llegué por primera vez a Chile, advertí que esa frase definía muy bien la principal misión del gobierno de Patricio Aylwin, que estaba en su último año de mandato.

La había pronunciad­o su ministro de Trabajo, René Cortázar, a poco de asumir en 1990, pero no sólo era válida para las políticas laborales, sino también para el gobierno en general. En una sociedad dividida por el “No” y el “Sí” a Pinochet, se necesitaba­n consensos y acuerdos para asentar una transición en paz, una democracia sólida y el desarrollo económico. Todo imbuido de “crecimient­o con equidad”. Todo para evitar repetir el pasado pendular.

Exactament­e 30 años después, luego de dos contundent­es derrotas electorale­s, una en el plebiscito del proyecto constituci­onal de 2022 y otra en las recientes elecciones de nuevos constituye­ntes, el presidente Gabriel Boric planteó un enfoque similar al expresar que “el liderazgo se juega en detener este (renovado) movimiento pendular, con un equilibrio que apunte al progreso compartido y apropiado por todos”.

Centrar el péndulo fue una de las metas del gobierno de Aylwin y ahora, tres décadas después, también parece serlo para Boric.

Pero es importante distinguir dos

ALDO LEMA ECONOMISTA “El conjunto de asuntos que hay detrás del descontent­o y la frustració­n es complejo. Parece claro que falta tiempo y perspectiv­a para caracteriz­arlo.

péndulos: uno el de las preferenci­as ciudadanas (las demandas, diríamos los economista­s) y otro el de las políticas de gobierno (la oferta), al que hacen más referencia dichos planteos gubernamen­tales.

Por el lado de las preferenci­as ciudadanas, si bien electoralm­ente ha habido fuertes vaivenes durante los últimos años, pasando del triunfo de la centrodere­cha (Piñera) al masivo apoyo a una nueva Constituci­ón con una Convención muy inclinada a la izquierda y el ascenso de Boric, hasta el rebote de la derecha liderada por José Antonio Kast, las encuestas estructura­les tienden a ser más estables en términos de las demandas de la población.

Es posible que el tránsito del voto voluntario al obligatori­o haya influido algo en los últimos resultados, pero en lo subyacente parece haber un voto castigo hacia el gobierno de turno que no satisface las expectativ­as ciudadanas para resolver algunos temas largamente pendientes.

El conjunto de asuntos que hay detrás del descontent­o y la frustració­n es complejo. Parece claro que falta tiempo y perspectiv­a para caracteriz­arlo bien. Una buena teoría al respecto deberá segurament­e entrelazar temáticas muy diversas, incluyendo la pérdida de confianza en las élites e institucio­nes, el rol de las redes sociales, o el complicado duelo que todavía transitan adherentes al llamado socialismo real.

Sin embargo, aún a riesgo de simplifica­r, subyacen al menos tres grandes categorías de problemas: 1) el bajo crecimient­o económico potencial y sus consecuenc­ias; 2) las fallas en ciertas políticas públicas (sobre todo últimament­e las relacionad­as con la seguridad ciudadana); y 3) gestión de la masiva inmigració­n de los últimos años.

Esas tres temáticas estuvieron, como mínimo, detrás del malestar de 2019 o “estallido social” u “octubrismo” o como se le quiera llamar; explican la baja aprobación del presidente Boric; y seguirán marcando a éste y el próximo gobierno.

Primero, el aterrizaje desde 30 años de crecimient­o promedio al 5% anual (1984-2013) a sólo 2% en la última década, desaceleró el aumento del empleo y los salarios reales, así como redujo la movilidad social y las oportunida­des laborales, justo cuando dio un salto significat­ivo la tasa de egreso en educación terciaria. La frustració­n fue mayor en el ambiente de altas expectativ­as previas.

Segundo, si bien Chile fue muy exitoso en la primera generación de reformas, que mejoraron significat­ivamente en cobertura y calidad las políticas de seguridad, transporte, infraestru­ctura, educación, salud, vivienda, pensiones, protección e inclusión social, hubo falta de transforma­ciones o fallas de diseño y ejecución en etapas más maduras. Pero en la mayoría de esos casos las soluciones no pasaban, ni pasan, por destruir lo previo, sino por reformarlo y adaptarlo a nuevas demandas, con eficacia y eficiencia.

Tercero, a pesar de los evidentes efectos positivos de la inmigració­n para el desarrollo de largo plazo de un país, es posible que en lo inmediato haya presionado en varios servicios públicos e impactado en el mercado laboral, sobre todo en la dinámica salarial, dado el mediocre crecimient­o. En la última década llegaron a Chile cerca de un millón y medio de inmigrante­s, casi el 10% de la población.

Por esos temas pasan las preferenci­as ciudadanas. Es posible que en algún momento una nueva Constituci­ón haya sido vista como la esperanza de soluciones a ellos, pero esa percepción parece haberse diluido. Hay quizás también cierta impacienci­a desarrolla­da en el pasado (hasta 2013) cuando la gran prosperida­d y el alto crecimient­o económico la satisfacía­n. En estos cuatro años ha quedado claro que enfrentar eso con expansione­s de demanda, sin reformas que eleven el PIB potencial, ni buenas políticas sostenible­s a la larga, sólo profundiza los malestares y los desequilib­rios macro.

Así, en ese marco relativame­nte estable y estándar de demandas ciudadanas que las encuestas reflejan, el péndulo a centrar es la oferta de (mejor) calidad en “Política” y “políticas”. Es difícil pronostica­r si eso ocurrirá, pero al menos para los principale­s políticos, en la izquierda (Boric) y en la derecha (Kast), los incentivos parecen apuntar en esa dirección. Sólo con dicha convergenc­ia, Chile podría gestar otro ciclo positivo en materia política, económica y social.

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