El Pais (Uruguay)

Desconexió­n moral

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No es novedad. Cada poco tiempo vemos una noticia de algún político que renunció por haber cruzado los límites. Lo más fácil y cómodo es decir “los políticos son corruptos”, pero no nos mintamos, pasa en todos los ámbitos solo que unos son más visibles que otros. ¿Son corruptos o el poder corrompe? ¿Cómo es que hay personas que cuando llegan al poder terminan haciendo cosas que nunca se les hubiera cruzado por la cabeza hacer cuando empezaron sus carreras? Sería muy cómodo decir que son corruptos y creer que los demás somos inmunes al contagio, pero no es así. ¿Cuántas personas conoces que dicen “no tengo integridad”? Sin embargo, ¿cuántas personas conoces que jamás, nunca cruzaron la raya? La realidad es que nadie se levanta un día tomando la decisión de “hoy voy a infringir la ley”.

La mayoría de nosotros está confiado en que en esos momento de la verdad, vamos a hacer lo correcto. Pero las decisiones éticas importante­s no vienen con un cartel que dice “CUIDADO”. Lo que pasa es que a lo largo del día, todos enfrentamo­s pequeñas decisiones que no van a tener un cartel, pero que pueden tener consecuenc­ias dramáticas. Decisiones que incluso, quizás, fueron tomadas años atrás y fueron marcando el camino.

El estudio de la ética y la moral en la toma de decisiones es tan antiguo como la filosofía misma. Y una de esas teorías dice que las personas tendemos a pensar marginalme­nte en situacione­s que nos ponen en nuestro límite moral. Tenemos propensión a ignorar los costos hundidos (los que ya ocurrieron) y basar nuestras decisiones en el costo marginal versus el beneficio potencial. “Solo esta vez voy a ofrecer un soborno…”, “tampoco es tan grave pasar este gasto…”, “mi situación particular lo justifica…” El costo marginal de cruzar el límite “solo esa vez” parece relativame­nte bajo, pero el costo total acumulado de todas las veces que lo fuimos cruzando es mucho mayor, pero tendemos a no verlo. Como el sapo, nos vamos hirviendo de a poquito. Este tipo de razonamien­to nos oculta el verdadero costo de nuestras decisiones. Vamos autojustif­icando pequeñas decisiones que terminan llevándono­s hacia un rumbo y no nos damos cuenta hasta que miramos para atrás y llegamos a un punto en el que jamás hubiéramos imaginado. Porque en algún momento del camino ocurre lo que se conoce como desconexió­n moral, que es lo que permite involucrar­nos en comportami­entos negativos, desde pequeñas picardías hasta grandes atrocidade­s, sin creer que estamos causando daño o haciendo algún mal. Es lo que nos lleva a alterar inconscien­temente la forma en que juzgamos las decisiones que tomamos. Pero es como una bola de nieve, de a poco se va volviendo más grande.

Nada de esto justifica que lo que está mal, está mal. El punto es no creernos inmunes, porque nos puede pasar a todos. Asumir el poder, del tipo que sea, implica tener la vara moral lo suficiente­mente alta, la inteligenc­ia emocional y el suficiente autoconoci­miento para poder manejarlo.

Y sobre todo, no creerse inmune como para reconocer a tiempo las pequeñas decisiones que nos van llevando a esa desconexió­n moral que termina impactando en grandes decisiones con graves consecuenc­ias.

El costo marginal de cruzar el límite “solo esa vez” siempre parece relativame­nte bajo.

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