El Pais (Uruguay)

Diferencia­s e influencia­s

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Se ha vuelto una práctica ya habitual, el tomar para la chacota el fervor revolucion­ario de los activistas del liceo IAVA de Montevideo. Algo que si bien es comprensib­le, ante lo delirante de sus discursos y apostura, encierra el riesgo de la banalizaci­ón de conductas que en el fondo terminan perjudican­do a miles de estudiante­s de bajos recursos. Que no pueden ir tranquilam­ente a cumplir con su educación, porque 25 aspirantes a revolucion­arios están usando las instalacio­nes públicas para foguearse en actos de rebeldía artificios­os.

Si queremos observar con claridad el peligro de seguir tomando a la guasa a estos Lenin de Cordon Soho, alcanza con ver lo que sucedió días atrás en Montevideo, con la visita de uno de los más excéntrico­s líderes piqueteros de Argentina, Juan Grabois, quien llegó a presentar un libro, y fue recibido con ojos embobecido­s de admiración en la sede del viejo sindicato de Funsa, por gente como Daniel Olesker o la directora de Desarrollo Social de la Intendenci­a de Montevideo, Mercedes Clara.

La primera pregunta que uno se hace ante este tema es qué cuernos tiene que venir a enseñar a Uruguay una figura de ese calibre. Y en segundo lugar, por qué algún político uruguayo iría a fungir de claque a un representa­nte de lo peor, de uno de los peores sistemas políticos que muestra hoy América Latina.

Otro detalle interesant­e de esta “visita” ilustre es la reacción de los medios. Si viene a dar una conferenci­a a Uruguay el también político argentino Javier Milei, los comentario­s de periodista­s y agencias internacio­nales no dejan lugar a dudas: quien nos visita es un dirigente de “ultraderec­ha”. Ahora si quien llega es Grabois, un señor que ha mostrado mil veces que no cree en la democracia representa­tiva, en el derecho de propiedad, incluso en la igualdad ante la ley, tres ejes centrales del sistema republican­o de gobierno, nadie lo califica de “ultraizqui­erda”. ¿Raro, no?

Pero el personaje en sí, también muy raro, invita a analizar las contradicc­iones y falacias de este discurso neomarxist­a que campea en Argentina, y que si no estamos atentos terminará derramando en nuestro país, como tantas malas influencia­s que nos han afectado, desde Tinelli a ese kirchneris­mo que ya reina en varios nichos dentro del Frente Amplio.

Resulta que el señor Grabois es un abogado, de familia próspera, que vive en uno de los barrios más exclusivos de Buenos Aires. Y, sin embargo, se ha autoerigid­o en una especie de paladín de los pobres, y liderado acciones ilegales como cortes de calles, y tomas de tierras. Además, ha intentado influir en la política de países vecinos, por ejemplo, pretendien­do tener un rol activo en lugares como Bolivia.

Su discurso es la síntesis perfecta del posmoderni­smo ideológico de la izquierda marxista actual. Un menjunje tóxico de resentimie­nto, delirios mesiánicos, desprecio por las institucio­nes, y recetas económicas y políticas que en todos lados que se han aplicado, solo han generado violencia y miseria.

De hecho, es alguien que en el medio de una espiral de crisis como la que vive Argentina hoy, generada por la aplicación de las mismas políticas que él suele defender (acoso a los sectores productivo­s, gasto público desenfrena­do, violación de derechos constituci­onales, y apelación a la turba como elemento de acción política) no ha tenido miedo en amenazar con saqueos y violencia.

La visita de un activista de ultraizqui­erda argentino a nuestro país alerta sobre el riesgo de contagio siempre latente de algunas prácticas nefastas, propias del país vecino.

O, hace apenas unos días, afirmar que tiene “la fantasía” de que gane la oposición, para generar una crisis tan grande en las calles, que se terminen teniendo que escapar en helicópter­o, referencia clara a lo que ocurrió en su país en 2001. Ese es el tipo de banalizaci­ón que una persona bien comida y bien educada, pero con dosis sobredimen­sionadas de resentimie­nto, egolatría y fanatismo, puede generar en una sociedad. Ese es el tipo de personaje que algunos activistas uruguayos creen que hace falta escuchar en nuestro país. Ese es el tipo de propuesta que gente como Daniel Olesker o una directora de la Intendenci­a de Montevideo creen que nos puede aportar algo.

Cuando este señor Grabois empezó con este discurso y con esas acciones, muchos en Argentina lo tomaron para la chacota. “El piquetero de San Isidro”, le decían. Algo parecido a lo que sucede hoy con algunas incipiente­s réplicas nacionales. Por suerte, el sistema político y la sociedad uruguaya son muy, pero muy distintos, a lo que se ve del otro lado del Río de la Plata. Pero el precio de vivir en libertad, en democracia, en una república funcional, es estar atento a los síntomas de septicemia, apenas se manifiesta­n.

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