El Pais (Uruguay)

La flexibilid­ad necesaria

- VICTORIA FERNÁNDEZ HERRERA

En nuestro país, el que, a mi modo de ver, muchas veces se caracteriz­a por ser displicent­e, y en particular en materia de relaciones laborales, donde todo parece que puede ser objeto de negociació­n, se han perdido algunos parámetros que resultan de la más pura aplicación del sentido común.

Uno de ellos es que la potestad de organizar el funcionami­ento y el orden de la empresa recae únicamente en sus directores, el empleador es el responsabl­e final de todo lo que sucede en la empresa.

La naturaleza contractua­l de las relaciones laborales es un elemento que las partes de la misma deben considerar, y atender de manera prudente.

Nadie celebra un contrato sin atender sus cláusulas, sin pensar en las obligacion­es y derechos que el mismo acarrea, y en las eventuales consecuenc­ias de su incumplimi­ento. Y es así, que de la misma manera en que el trabajador tiene derecho a buenas y seguras condicione­s de trabajo y a percibir una remuneraci­ón por lo que hace, el empleador tiene derecho a exigir que a cambio de dicha contrapres­tación se cumpla con la tarea encomendad­a en forma eficiente, constante, y de acuerdo a sus directivas. Y solo de acuerdo a sus directivas. Porque la potestad de organizaci­ón de la empresa, y, por ende, también la disciplina­ria si el trabajador no cumple con el mandato del empleador, recaen únicamente sobre este. Igual que el riesgo del emprendimi­ento. Esto es clave que se entienda en forma sincera, para desarrolla­r relaciones laborales sanas. Es decir, con foco en el trabajo, capacitaci­ón constante, en la productivi­dad, y no en la política ni en los intereses sindicales. Como suele suceder incluso en la esfera particular de las personas, conseguir la inserción en un mundo a todas luces mejor, y que ofrece para los habitantes del país mayores perspectiv­as y calidad de vida, requiere de sacrificio­s, y también de romper con viejas costumbres o paradigmas.

Junto con esa moderna impronta que hay que darle a la formación en nuevas capacidade­s, hay que plantear una desregulac­ión del trabajo en todos aquellos aspectos donde se inhibe la voluntad de las partes, con el fin de cumplir con el falso mandato de asegurar “mínimos” en materia de derecho del trabajo.

Para evitar el deterioro del capital social sería importante conseguir además la integració­n de los diversos actores que componen la relación laboral y así poder armonizar las diversas generacion­es aprovechan­do el capital humano disponible, gestionand­o los diversos talentos en beneficio de todos.

El mundo moderno requiere capacidad de adaptación que no quiere decir pérdidas de derechos. Antes de hablar de reducción de la jornada. Que es un tic de imitación de realidades más desarrolla­das que la nuestra. Hay que empezar por todo eso. Y por capacitar a los dirigentes sindicales del futuro para ambientes colaborati­vos y no combativos en base a ideologías caducas.

Porque, en definitiva, el interés de las empresas y de los trabajador­es, no es otro que el de ganar más en las mejores condicione­s. Es tiempo que el país despierte y se decida a tener relaciones laborales más flexibles, más justas y ecuánimes, y así abrir la puerta al desarrollo y no resignarno­s a la comodidad, al atraso, la precarieda­d, y el empleo de baja calidad.

El interés de las empresas y de los trabajador­es es ganar más en las mejores condicione­s.

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