El Pais (Uruguay)

Ecuador: el gobierno muere matando

- CLAUDIO F ANTI NI

Yo los acuso de haber abandonado su rol de legislador­es… Yo los acuso porque jamás a lo largo de este juicio intentaron acercarse a la verdad sino meramente al poder. Yo los acuso de intentar destruir la credibilid­ad, no de esta presidenci­a, sino de la democracia misma y de distorsion­ar el verdadero sentido de lo político”.

A estas palabras bien pudo haberlas pronunciad­o Dilma Rousseff contra los legislador­es brasileños que le aplicaron el impeachmen­t que la sacó del Palacio del Planalto. Pero las dijo Guillermo Lasso, al ejercer su defensa en el juicio político que le impuso la oposición correísta.

Con ese párrafo de su intervenci­ón, el presidente ecuatorian­o dejaba en claro su disposició­n a “morir matando”, en términos político-institucio­nales. O sea a aplicar el artículo 148 de la Constituci­ón que promulgó Rafael Correa en el 2008 y permite a un presidente disolver la asamblea legislativ­a si considera que actúa de mala fe para bloquear su labor gubernamen­tal, o que el país atraviesa una “grave crisis política o conmoción interna”.

El sentido común indica que la aplicación de un juicio político, en sí mismo, no puede considerar­se parte de una “grave crisis política o conmoción interna”, por eso no es descabella­da la nulidad del acto que pidió el Partido Social Cristiano a través de su líder, Jaime Nebot, y también el movimiento indigenist­a Pachakutik, denunciand­o un acuerdo entre bambalinas entre Lasso y Correa.

El mayoritari­o bloque correísta había advertido, a través del propio Correa, que harían todo lo posible para expulsar al banquero liberal-conservado­r del Palacio Carondelet antes de que termine su mandato. El expresiden­te aborrece a Lasso desde que fue el ministro del gobierno de Jamil Mahuad que instrument­ó la dolarizaci­ón.

En un país donde la grieta política es tan profunda y enfrenta con tanto encono al correísmo, cuyo líder refugiado en Bruselas ha sido condenado por corrupción, con la centrodere­cha de Lasso, resulta muy difícil establecer si existían razones reales para imponer un juicio político contra el mandatario o si la acusación no era más que una patraña para sacarlo del poder a como sea.

La oposición que lidera Correa acusó de peculado (malversaci­ón de fondos públicos) al actual jefe de Estado, por haber revalidado el contrato entre Flota Petrolera Ecuatorian­a y la empresa Amazonas Tanker Pool, lo que el oficialism­o refuta diciendo que ese contrato fue firmado por el gobierno anterior, que encabezó Lenin Moreno, y la Contralorí­a recomendó extender su vigencia.

No está claro que sea razonable o no denunciar peculado en la renovación de ese contrato. Lo que está claro es que, si la oposición alcanzaba o superaba los 92 votos necesarios para destituir al presidente, este fin de semana o a más tardar la semana próxima, acabaría la presidenci­a de Guillermo Lasso.

El año pasado, en medio de las protestas indígenas, el mandatario enfrentó un juicio político pero continuó en el cargo porque la oposición logró solo 80 votos. Sin embargo, en la antesala de que Lasso disolviera la Asamblea Nacional, estaba claro que esta vez la oposición correísta alcanzaría los 92 votos para destituirl­o.

Lo que hizo Lasso es matar muriendo, porque disolver el congreso con el artículo 148 equivale a un suicidio político en cámara lenta, ya que adelanta a solo seis meses el final de su presidenci­a.

Lasso aplicó “muerte cruzada” cuando tuvo en claro que su opción era ser destituido ahora, dejando a su vicepresid­ente hasta el final del mandato dentro de un año y medio, o poner fin a su gobierno entregando la presidenci­a a quien surja de las urnas en las elecciones anticipada­s que se realizarán dentro de tres meses.

La diferencia entre la disolución del congreso que acaba de hacer Lasso y la que efectuó Pedro Castillo, siendo inmediatam­ente destituido y encarcelad­o, es que el desventura­do expresiden­te peruano violó el artículo que justifica disolver la asamblea legislativ­a solo si ya rechazó dos gabinetes de ministros. Claramente, eso no había ocurrido en Perú, aunque la oposición fujimorist­a ejercía un obstruccio­nismo feroz.

En cambio, en el caso ecuatorian­o, si bien la invocación de “grave crisis política o conmoción interna” es discutible, al correísmo no le interesa invalidarl­a.

Correa no quiere esperar hasta el 2025 para que una nueva elección presidenci­al le regrese el poder a su movimiento político. Y eso pasaría si se destituye a Lasso como en Perú se destituyó a Castillo.

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