El Pais (Uruguay)

La revolución de las palabras

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De qué están hechas las palabras? Es una pregunta rara, lo sé. Usted dirá, “es fácil: de letras, al menos estas palabras que estoy leyendo”. Pero, le propongo un experiment­o, pruebe leerlas en voz alta. Ahora la cosa cambia, esas palabras dichas están hechas de sonidos, ondas sonoras incapturab­les en el papel. A lo largo de la historia la humanidad ha explorado distintos modos de hacer palabras y cada vez que estrena uno nuevo, la cultura cambia radicalmen­te. En total no han sido muchos, apenas cuatro, pero las consecuenc­ias que cada uno introdujo han sido enormes. Esta columna pretende repasar esa historia para intentar dimensiona­r la magnitud del cambio presente (es bueno que desde el vamos abandonemo­s la pretensión de entenderlo).

Sonidos. Los seres humanos no nacemos hablando, pero sí nacemos con la capacidad de desarrolla­r el lenguaje. Hablar nos hizo humanos, nos permitió encontrar maneras de sobrevivir y les otorgó a los Sapiens una ventaja evolutiva para con las demás especies. ¿Por qué? Siguiendo al antropólog­o norteameri­cano Mark Pagel, porque fue la primera gran herramient­a de cooperació­n social; la que les permitió a nuestros antepasado­s encontrar formas de colaboraci­ón en un mundo donde reinaba el espíritu de autoconser­vación. Estas primeras palabras estaban hechas de sonidos y durante miles de años esas efímeras ondas en el aire fueron la única materia de las palabras. Civilizaci­ones enteras se construyer­on en sus hombros y aún conservamo­s muchos de los conocimien­tos que esos antiguos seres humanos lograron tejer con sus cuerdas vocales.

Grafemas. Más allá de algunas polémicas de datación arqueológi­ca, la escritura apareció en nuestro mundo alrededor del -3000. Los seres humanos comenzaron a realizar inscripcio­nes sobre distintas superficie­s y en ese sencillo acto, cambiaron la materia de la palabra. Ahora, en lugar de sonidos efímeros, las palabras estaban hechas de marcas sobre materiales increíblem­ente duraderos: la arcilla, la piedra, el mármol o el papel. Los egipcios se llevan gran parte del crédito de su desarrollo. Encontraba­n en la forma escrita una especie de magia que les permitía trascender el tiempo y el espacio. Le reto a un nuevo experiment­o. En cinco clics hoy puede encontrar las inscripcio­nes de la piedra roseta en cualquier buscador web. Vuelva a leer esas palabras y experiment­e de primera mano esa magia. Esta nueva materia de la palabra volvió a cambiar el mundo, mucho más a partir de que un joyero de Mainz diseñó una forma de imprimirla­s en serie que sacudiría el mapa de Europa.

Electricid­ad. En el siglo XX seremos testigos de dos revolucion­es de la palabra. La primera viene de la mano del telégrafo, la radio y la televisión. En estos medios las palabras están hechas de otra

Esta revolución está cambiando el mundo, recién estamos comenzando a dimensiona­r cómo.

cosa: energía eléctrica. Si el invento de los egipcios dotaba a la palabra de trascenden­cia en el tiempo y el espacio, la palabra eléctrica adquiría una nueva caracterís­tica: velocidad, velocidad como nunca habíamos podido imaginar. En cuestión de minutos un mensaje cruza el océano, salva a cientos de soldados o transporta una noticia completame­nte banal, aquí el foco no está en el contenido está en la velocidad del mensaje. Esta nueva forma de la palabra logró que el mundo se transforma­ra, en palabras de Marshall Mcluhan, en una aldea global. Donde, a la vuelta de la esquina conversamo­s sobre acontecimi­entos planetario­s como si sucedieran en el living de casa; es que, de alguna manera, es allí donde suceden.

Números. La segunda gran revolución del siglo XX (a caballo del XXI) es la que transformó la palabra en números: la revolución digital. Las palabras que circulan en la web, las que aparecen en la pantalla del smartphone, las que se escriben tecla a tecla en el procesador de texto; no están hechas de los grafemas de los egipcios. Bueno, en parte sí, pero esa no es la parte que importa. La parte que importa es que la palabra digital, cuando la miramos muy de cerca está hecha de una cadena de código binario, una secuencia numérica. Esto es importante porque hoy las palabras son entonces objeto del cálculo. Es por ello por lo que podemos “buscarlas” (y “encontrarl­as”) online fácilmente; es por ello que podemos cifrar nuestras conversaci­ones de extremo a extremo; y es por ello que las herramient­as de inteligenc­ia artificial como Chat GPT pueden realizar complejos razonamien­tos y escribir poesía. Esta revolución está cambiando el mundo, recién estamos comenzando a dimensiona­r cómo, tiene a muchos en estado de alarma y a otros (que a veces son los mismos), en permanente fascinació­n.

Cuatro revolucion­es, cuatro modos de ser de la palabra, cuatro materiales sobre los que se transporta­n nuestras ideas. Siempre el mismo efecto: profundos y radicales cambios civilizato­rios, transforma­ción de valores y de sistemas económicos, cambios en el arte y en la educación, cada una da lugar a un mundo nuevo. Pero, a través de todos ellos, se mantiene una constante: la palabra sigue definiendo nuestra humanidad, sus formas de ser cambian el mundo que los seres humanos creamos con ella, pero nuestra íntima relación con su existencia permanece. Mientras la palabra sea, nosotros seguiremos siendo con ella.

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