Modalidad y estilo
Las recientes tensiones dentro de la coalición de gobierno, volvieron a poner sobre el tapete un tema que ha estado latente desde que en marzo de 2020 asumió este gobierno: una forma “presidencialista” de ejercer su cargo que tiene Luis Lacalle Pou.
Son varios los analistas políticos que visualizan ese funcionamiento y así lo han hecho saber en sus trabajos y sus textos. Los recientes líos con Cabildo Abierto (la reforma jubilatoria y el pedido de renuncia a Irene Moreira) fortalecieron la tesitura de estos analistas.
Hay un estilo fuerte y personal en la forma de expresarse y manejarse del presidente, que incluso es diferente a los gobernantes que lo antecedieron desde el retorno democrático y está más en sintonía con las nuevas generaciones. Esto empezó a verse ya en la campaña de 2014. Se hizo aún más claro en la campaña del 19 y se concretó desde el momento en que asumió la presidencia.
Lacalle Pou genera innegable empatía. Cuando concurre a acontecimientos públicos, su presencia se vuelve llamativa. La gente quiere saludarlo, quiere sacarse las famosas “selfies” con él. Esto es aún más notorio cuando recorre el interior. Genera contacto con su interlocutor. En otras palabras, tiene lo que algunos llaman carisma, algo que se ve en cómo ejerce su rol de conductor. Y esa característica lo hace un activo y eficiente líder político.
Sin embargo, desde la oposición se niegan a ver este hecho. Creen que su estilo es una construcción hecha por asesores en comunicación y por lo tanto no es genuina ya que contacto genuino con la gente, solo lo puede tener Mujica, nadie más.
No hay que ser adherente a su partido para corroborar la modalidad de Lacalle. Es evidente en sí misma. Si muchos académicos no lo ven es porque entienden que el único objeto válido de estudio para sus teorías es la propia izquierda. Sin embargo, hay acá un fenómeno político real, interesante, digno de ser analizado y estudiado. Al no hacerlo, erran en su apreciación de la coyuntura política.
A más de tres años de gestión, los índices de aceptación siguen siendo altos. Por cierto, bajaron desde aquellos niveles alcanzados durante el manejo de la pandemia. Pero son altos de todos modos.
Hay sí, un reflejo muy personalista cuando dice que es él, como presidente, quien debe hacerse cargo de lo que ocurre. No rehúye al periodismo e internalizó la idea de responder por lo que su gobierno hace. Eso es ejercer autoridad.
Maneja con mucho aplomo las situaciones adversas. Así sucedió con el caso Astesiano, al dejar que la Fiscalía actuara. Nunca expresó público fastidio ante las filtraciones de los chats de Astesiano, presentados todos como conversaciones sospechosas aunque al final, en su gran mayoría, ni se referían al caso ni involucraban a la Presidencia. También observó desde afuera y en silencio, cómo ha sido el Frente quien desplegó, en definitiva, su propia cuota de poder para lograr que fuera desplazada la fiscal que seguía el tema de Gustavo Leal, cuando las cosas se le complicaron con su intrigante visita al padre de Astesiano en el Chuy.
Más aplomo muestra cuando negocia con los socios de la coalición. Es aquí donde queda en evidencia que, más allá de su particular personalidad y su estilo de hacer política, no hay presidencialismo.
Gobernar en coalición (con cinco partidos) es casi incompatible con cualquier mecanismo presidencialista. Es imposible que el presidente pueda mantener un enorme poder personal intacto, cuando debe negociar con partidos tan distintos. En ese contexto, está obligado a escuchar, a entender, a transar; sabe que no puede salirse con la suya. Esto se vio cuando en aras de salvaguardar la coalición, aceptó los reclamos de Cabildo Abierto sobre la Ley Jubilatoria.
Es que si bien la Constitución uruguaya otorga al presidente un papel preponderante, el Parlamento también tiene el suyo. En todo caso, es mucho más presidencialista el sistema argentino. Acá, no importa quién es el presidente, el Parlamento igual tiene su peso.
Lacalle Pou toma iniciativas, las trabaja y luego las presenta a sus socios que discuten esas iniciativas, las arreglan, las modifican. El proyecto llega de ese modo al Parlamento y es ahí donde realmente se procesa su resultado final. Se negocian cambios, se ajustan cifras, se concede y se presiona hasta que al fin se vota.
Eso está muy lejos de asemejarse a una modalidad presidencialista de tomar decisiones. Basta ver lo que pasó con la LUC, con el Presupuesto y las sucesivas rendiciones de cuentas y con la reforma jubilatoria.
Hay una fuerte iniciativa del presidente, sin duda, pero un profundo respeto al trabajo realizado luego en el Parlamento y al resultado al que allí se llega.
En consecuencia, no parece apropiado confundir las características de liderazgo que son propias del presidente (otros también la han tenido, cada uno con su particularidad) con lo que suele llamarse “presidencialismo”. Lacalle Pou, por fortuna, de lo último no tiene nada.