El Pais (Uruguay)

Atraso cambiario, atraso político

- NICOLÁS LUSSICH /ING. AGRÓNOMO MBA / PERIODISTA

La demanda china parece más cautelosa, la gestión del ministro Mattos es por tanto imprescind­ible...

La caída en la competitiv­idad se ha agudizado y no solo por la situación en Argentina. Acompañar al Banco Central con una política de precios y salarios coherente con su objetivo de bajar la inflación es clave, para los agronegoci­os y para toda la economía.

Sigue la sequía y ahora la crisis llegó a Montevideo y al agua de consumo. Pasan a segundo plano las cuestiones de los mercados y la economía, a pesar de que ambos asuntos interaccio­nan de manera directa, como es obvio en la producción agropecuar­ia.

Mientras bajan los caudales emerge una sensación mezcla de impotencia (dependemos de que llueva) y vergüenza: un país que se precia de su solidez institucio­nal y estabilida­d política, no ha podido sostener una necesidad básica como la disponibil­idad de agua potable para la población.

La crisis hídrica ya era manifiesta en el campo hace meses y, sin embargo, no se planteó con suficiente énfasis la necesidad de reducir el consumo, para evitar la situación extrema que se está dando ahora en Montevideo, con el agua para consumo doméstico. Segurament­e hay varias razones que explican que se llegara a esto y pueden ser más complejas de lo que se supone; la responsabi­lidad inmediata es del gobierno, los problemas de fondo hay que buscarlos en el largo proceso político de abundantes discursos y escasas inversione­s, donde el agua no fue prioridad, aún con excepcione­s que confirman la regla.

Los no tan lejanos cuestionam­ientos a la falta de previsión de los productore­s “por no regar” (que abonan en una ignorancia militante) toman hoy forma de boomerang porque el drama ahora es netamente urbano. Aun así, no faltan nuevas obras de dicho repertorio, como acusar a la forestació­n y las plantas de celulosa por el problema (nada que ver).

La situación es grave y la sequía seguirá centrando la atención. Pero no podemos distraerno­s de los desafíos que plantean la economía y los mercados. En especial el capítulo cambiario y de precios relativos.

POR ALGO SE EMPIEZA.EL

arranque del año ha sido difícil para la economía. Si bien la temporada turística tuvo buen desempeño, la situación en Argentina se agrava y el desvío de consumo para el otro lado del río es permanente y creciente. Por otra parte, la sequía ya está mostrando su impacto en la actividad, no solo directo sino también indirecto (menos fletes, comerciali­zación, etc.). A esto hay que sumar la caída en varios precios internacio­nales relevantes de exportació­n, aunque allí hay situacione­s variadas.

Mientras, el atraso cambiario no solo no se ha moderado sino que –aparenteme­ntese ha intensific­ado. El último informe de política monetaria del Banco Central (un trabajo muy completo sobre la situación económica), establece dicho atraso en el entorno del 15%, al hacer la comparació­n entre el tipo de cambio real registrado y el de fundamento­s. Parece claro que Uruguay está con un serio problema de costos comparativ­os. El Tipo de Cambio Real con China, por ejemplo, está en un mínimo histórico (gráfica).

Es que la conducción económica está persiguien­do objetivos difíciles de conciliar. Por un lado, apunta a bajar la inflación (objetivo compartibl­e) y para eso el BCU mantiene una alta tasa de interés. Pero por otro lado el gobierno se ha comprometi­do a subir el salario real, lo que implica aumentos por encima de la inflación. En este plano, las empresas quedan en medio de la tensión: otorgar esos aumentos, sin contrapart­idas correspond­ientes de productivi­dad, implica subas netas de costos que o se ajustan por empleo o se pasan a precio, haciéndole al BCU su tarea más complicada.

Ante este problema, la autoridad monetaria pide ayuda: en el último comunicado del Comité de Política Monetaria (Copom) se plantea la necesidad de que la política salarial incorpore la meta que el Banco Central se propone para la inflación y establezca mecanismos para des indexar la economía. Dicho en un lenguaje más llano, piden que los aumentos se parezcan a la inflación proyectada (6,7% para este año). Por algo se empieza; veremos qué surge en la ronda de negociació­n salarial (Consejos de Salarios).

El compromiso de recuperar el salario real a niveles pre-pandemia tiene lógica política, pero hay que ver si la economía lo resiste. Hay diferencia­s apreciable­s entre sectores, tanto en niveles salariales como en productivi­dad. En cualquier caso, si los salarios y precios siguen indexando por inflación pasada, el problema persistirá: el BCU mantiene una tasa de interés real muy alta (3,5%), así mantiene mucho más atractiva la colocación en pesos y el dólar sigue débil. Podría decirse que en Brasil sucede lo mismo, con un dólar débil y tasas muy altas, reproducié­ndose una tensión similar entre competitiv­idad y estabilida­d de precios. Pero no somos Brasil.

Con este análisis, se refleja que el desbalance cambiario responde a un desbalance político: más allá de las críticas que algunos analistas hacen al BCU (no por idoneidad sino por oportunida­d) o los recurrente­s planteos exportador­es, el partido difícil hoy está en la negociació­n salarial y en el empleo: sin más productivi­dad (que implica más inversión) y dejando en segundo plano la competitiv­idad, es difícil que se concreten avances de fondo. El trabajo sindicaliz­ado hará sus reclamos, y es legítimo. Pero los representa­ntes políticos tienen que tener en cuenta todo el universo laboral, en especial de los trabajador­es cuyo empleo está expuesto a la competenci­a o directamen­te lo han perdido. Medido en dólares, el salario promedio en Uruguay se ha triplicado desde 2007 hasta hoy y está en un máximo histórico (gráfica).

Una herramient­a interesant­e para avanzar en este plano es secuenciar la negociació­n salarial, definiendo primero los aumentos en los sectores que compiten con el exterior (turismo, agroindust­rias, industria manufactur­era, denominado­s transables) y que luego lo hagan los servicios internos (no transables). Y tiene que haber razones muy claras para que los últimos equiparen o superen a los primeros.

Todo indica que el atraso cambiario ya está haciendo mella en el empleo, y no solamente por la situación particular del comercio en el litoral y su exposición a la competenci­a (con dólar ilegal) desde Argentina; también se está viendo en sectores de la industria que compite con productos importados y en otras áreas de la economía. El objetivo de bajar la inflación es compartibl­e, tiene impacto positivo de largo plazo y hay que mantenerlo. Pero al Banco Central hay que acompañarl­o, tanto desde la política salarial como en lo referente a mercados y precios (lo que sucede con la protección a productos granjeros es un ejemplo que merece nota aparte).

De lo contrario, el empleo y la actividad estarán seriamente comprometi­dos y -en ese escenario- la credibilid­ad de las políticas también puede verse erosionada, incluso la estabilida­d de precios que se pretende. La reputación del Banco Central no pasa solo por su propia conducta sino por la capacidad del resto de las políticas de ser coherentes con sus objetivos.

LUCES AMARILLAS.

Resolver la caída en la competitiv­idad se vuelve urgente porque el contexto de mercados externos está cambiando: la demanda china parece bastante más cautelosa y su impulso de crecimient­o más moderado de lo esperado; la gestión del MGAP en China (con la gira del ministro Mattos) es imprescind­ible y se esperan logros concretos, en una relación estratégic­a que se debe mantener y consolidar. Pero a nivel del comercio global parece haber poco espacio para abrir nuevos mercados, y los principale­s países están más volcados a una postura defensiva, protegiend­o primero y ante nada sus propios intereses.

El asunto se ha visto claramente en el mercado de granos (gráfica) y en la celulosa, con caídas de precios que los llevan a los promedios históricos; en el caso de la carne la situación tiene algunos matices porque los precios de exportació­n se han mantenido en muy buenos niveles, aunque con bajos volúmenes de colocación.

Cuando llueva -y esperemos que sea pronto- Uruguay debería tener ya reencausad­o su problema de precios relativos, para que la producción retome un crecimient­o más dinámico, en el agronegoci­o y en el resto de los sectores. Es necesario para avances sociales más consistent­es, más estabilida­d institucio­nal y -por lo tanto- menos inflación.

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