El Pais (Uruguay)

Cuando la naturaleza manda

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Apartir de la conferenci­a de prensa realizada por Álvaro Delgado, secretario de la Presidenci­a, el gobierno tomó la ofensiva respecto a informar sobre la sequía y sus efectos en la provisión de agua potable a la población metropolit­ana.

Es poco lo que se puede comunicar respecto a una crisis de estas dimensione­s en la medida que es algo que está por fuera del manejo humano. El país vive una sequía profunda. Habría que remontarse a 1989 para recordar una de similares caracterís­ticas. Y esta es aún peor. Una sequía es eso: no llueve, y como no llueve los ríos pierden caudal de agua, se secan y eso trae efectos perjudicia­les. No hay otra vuelta al tema.

Empieza por afectar el riego en el campo. La actividad agropecuar­ia retrocede y, en consecuenc­ia, se complica el abastecimi­ento de alimentos y su exportació­n. En una segundo paso, la sequía impacta sobre las represas que contienen la reserva de agua para ser potabiliza­da y así abastecer a las ciudades. Los embalses se reducen.

Los técnicos hablan de “déficit hídrico”, otros lo llaman sequía, hay gente en el campo que habla de “la seca”.

Solo hay una solución para que este drama se revierta: que llueva. Y comprobado está que no es por decreto que se logrará que ello ocurra. No es una decisión gubernamen­tal la que traerá la lluvia que está faltando.

Por lo tanto, como en otras situacione­s críticas que ocurren por fuera de los designios humanos, no hay más remedio que tener paciencia y sortear el desafío de la mejor manera posible. Ayudan, es verdad, paliativos como el de mezclar las aguas del Santa Lucía.

No tiene sentido, tal como lamentable­mente está ocurriendo, hacer un uso político de esta situación. Las marchas de protesta en realidad parecen aquellos viejos rituales tribales en que a tamboril batiente se hacían las “danzas de la lluvia”. La naturaleza le hacía tanto caso a esos rituales como le hará a estas protestas. Lloverá cuando ella quiera.

La decisión de mezclar al flujo habitual del río Santa Lucía, lo que está más cerca de su desembocad­ura es sin duda sensata dada la emergencia. Por cierto, al mezclarse con agua que entra del Río de la Plata, tiene una mayor dosis de sal (si bien a esta altura, la salinidad del Plata es menor que en el Este, con sus costas casi oceánicas), lo cual obliga a OSE a controlar que esa salinidad no exceda determinad­o límite.

Eso generó un ruido impresiona­nte. La oposición llamó a sala a los ministros del área y en su intento de dejar en falsa escuadra al gobierno, no pudo evitar quedar ella misma en evidencia. Varios proyectos anunciados durante los años en que el Frente fue gobierno, y que hubieran permitido demorar las actuales medidas, nunca se hicieron.

Como dice el viejo dicho: “calladito sos más lindo”. Si la oposición no hubiera salido con tal agresivida­d contra el gobierno, quizás no hubiera saltado la enorme responsabi­lidad que le cabe por estar donde estamos. Hubo una flagrante omisión, hubo un Antel Arena construido a un costo elevadísim­o, pese a las reparos de algunos gobernante­s de la época, que entendían que mejor era invertirlo en obras para OSE. Ante la presión de quien entonces presidía Antel, Carolina Cosse, esos reparos fueron rápidament­e retirados.

El agua es potable, aunque no sabrosa. Por eso resulta razonable tanta demanda de agua embotellad­a. Pero más

Como en otras situacione­s críticas que ocurren por fuera de los designios humanos, no hay más remedio que tener paciencia y sortear el desafío de la mejor manera posible.

allá de su sabor, los procesos de potabiliza­ción de OSE garantizan que no afecta a la salud. De todos modos, cuando hace unos años Eleuterio Fernández Huidobro alertó sobre el estado del agua (que también tenía problemas de sabor), ya entonces mucha gente se pasó a los bidones sin que hubiera tanto escándalo.

En este contexto de histeria, que no es lo mismo que un justificad­o estado de alarma, el gobierno salió a informar, a aclarar y a calmar.

Es que mientras no llueva, no hay otra solución. El agua de canilla al menos todavía es potable. Hay países donde solo puede usarse la embotellad­a, incluso para lavarse los dientes.

Pero además de potable, mientras fluya aún con mal sabor, se mantiene la posibilida­d de la higiene personal, de usar la cisterna, fundamenta­l para el estado sanitario del hogar y de la ciudad, y la ropa se puede lavar. No es poca cosa.

Mientras tanto, habrá que esperar que el fenómeno de La Niña pase y que algún día empiece a llover. Y para la próxima sequía (quiera Dios que nunca ocurra), haber culminado con esta necesaria apuesta a construir una planta en las costas de San José.

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