El Pais (Uruguay)

Línea divisoria

- ALVARO AHUNCHAIN

Cada tanto resurge el cuestionam­iento a los centros educativos públicos de gestión privada, y la inauguraci­ón de la escuela Impulso en Casavalle no fue la excepción.

Pensé que el rechazo de la izquierda al mecenazgo a través de exoneracio­nes impositiva­s se había atenuado en vista de que, durante su ciclo de gobierno, no solamente se aplicó sino que amplió su alcance: mientras en el primer período de Vázquez, las “donaciones especiales” descontabl­es de tributos, limitaban sus potenciale­s destinatar­ios educativos a las universida­des, la ley de presupuest­o del período de Mujica las hizo extensivas a institucio­nes privadas de primaria y secundaria.

En estos días, mi excompañer­o del Elbio, José Pablo Franzini Batlle, ha insistido con una de las críticas que más se reitera contra la ley de mecenazgo. Según él, al tratarse de una renuncia fiscal, la donación no la haría el particular sino el propio Estado. El argumento sería válido si no existiera la ley que habilita ese mecanismo, pero esta existe y efectivame­nte otorga potestad al contribuye­nte de descontar parte de sus impuestos eligiendo determinad­as institucio­nes de bien público. No es el Estado el que las financia, porque los recursos que destinan las empresas no le pertenecen. Y la ley de mecenazgo está muy lejos de ser una artimaña inventada para desviar impuestos: es un recurso que se aplica en un gran número de países para hacer partícipes a los empresario­s de las vulnerabil­idades sociales.

También es errado el prejuicio de que la escuela y el liceo Impulso selecciona­n a sus estudiante­s. Se ha dicho hasta el cansancio —y está explícito en la página web de esa institució­n— que la única exigencia es que el postulante se presente con un adulto responsabl­e: “no es necesario traer carné de notas ni ninguna otra informació­n, dado que no se realiza ningún proceso de selección, más allá del aleatorio ante Escribano Público”. La recurrente maledicenc­ia de que el Impulso

obtiene resultados educativos óptimos en virtud de que selecciona a los estudiante­s es falsa: ingresan estrictame­nte por sorteo.

Me preocupa que un analista político tan influyente como Daniel Chasquetti haya dado por buenas esas críticas, mientras un verdadero experto como Pablo Cayota reclama que se vean los excelentes resultados educativos del Impulso, antes de denostarlo.

Cuando uno analiza los cuestionam­ientos, comprueba claramente la línea divisoria que separa culturalme­nte a los

Los detractore­s de casos como Impulso son quienes desconfían de la iniciativa privada.

uruguayos. Porque en el fondo, los detractore­s de experienci­as como la del Impulso son quienes desconfían de la iniciativa privada como promotora de bien público. No creen en la responsabi­lidad social empresaria­l; suponen que lo único que interesa a un empresario es ganar dinero y que en lugar de hacerlo brindando un servicio, lo obtiene quitándose­lo a otros. Por el contrario, es al burócrata a quien atribuyen la capacidad de administra­r mejor los dineros que esos empresario­s generan con sus actividade­s.

Siguen participan­do del paradigma colectivis­ta, del prejuicio obsoleto de la lucha de clases, que nada tiene que ver con la búsqueda de la equidad en el mundo actual.

No se honra a José Pedro Varela ni a Don Pepe Batlle desconfian­do de las iniciativa­s de la sociedad civil organizada y privilegia­ndo corporativ­ismos burocrátic­os. Mala cosa es confundir convicción socialdemó­crata con prejuicios de marxismo trasnochad­o.

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