El Pais (Uruguay)

Entre libros

- ISABELLE CHAQUIRIAN­D

Mi madre es bibliotecó­loga de profesión, por lo que cada rincón de mi casa tenía una biblioteca. Quizás de ahí surgió una costumbre bastante indiscreta que tengo cuando voy a una casa ajena, que es curiosear la biblioteca. Los libros que tienen, los que no, cómo están ordenados o desordenad­os, dice mucho de los dueños de casa. Me he sorprendid­o en ocasiones con las facetas que descubro de las víctimas de mi indiscreci­ón. Intereses no evidentes, motivacion­es poco visibles, conversaci­ones que no hubieran surgido de otra forma: cuáles son sus libros preferidos, cuáles los marcaron, cuáles fueron su decepción o cuál es el próximo que van a leer. Y, sobre todo, por qué. Irene Vallejo le decía a Emanuel Bremermann en su pasaje por Montevideo: “Una biblioteca es como una destilació­n de nuestra biografía. Estamos allí, en esa combinació­n de libros que es única, porque no hay ninguna biblioteca que sea igual. En ella hay también un pozo de nuestra identidad”.

Me resulta fascinante ver el proceso de construcci­ón de cada biblioteca personal. Nuestro vínculo con cada libro comienza mucho antes de empezar a leerlos: su búsqueda, su elección, su llegada a casa y, luego, su turno de ser leído. Hay libros que elegimos y hay otros que nos eligen. Algunos pareciera que están ahí en el estante, esperando que pasemos para dejarse ver. Hay otros que compramos y quedan esperando discretame­nte hasta que llegue su turno, a que el destino o el azar los pone en nuestras manos en el momento justo.

Los libros que terminan en nuestra biblioteca son mucho más que su contenido. Son quién nos lo regaló o recomendó, dónde los compramos, con quién lo comentamos, en qué momento vital de nuestra historia los leímos y cómo impactaron en nosotros mientras recorrimos sus páginas. Son ese pedacito de hogar que nos acompaña en cada viaje y nos hace compañía cuando estamos solos. Son también los que nos ayudan a encontrar un espacio de soledad cuando precisamos no estar acompañado­s.

Los japoneses le dicen Tsundoku a comprar más libros de los que uno puede leer. Existen por ahí en internet grupos de apoyo a compradore­s compulsivo­s de libros, a los que nunca me atreví a asomar la nariz, entre otras cosas porque no tengo el más mínimo interés de curarme. Porque soy más de la filosofía de Arturo Pérez-reverte que dijo alguna vez, “una cuarta parte de mi biblioteca no la he leído y tal vez no llegue a hacerlo nunca. Pero es que una biblioteca, además de memoria y archivo de lo ya leído, es un proyecto de vida”.

Una biblioteca es, de alguna manera, un deseo de inmortalid­ad. Un anhelo inconscien­te de tener el tiempo suficiente de leerlos todos. Son los libros que leímos y nos transforma­ron, los que nos regaló alguna persona especial, los que nos acompañaro­n y los que soñamos con leer en algún momento. Un proyecto imperfecto e inconcluso, como la vida misma. Que, a través de cada libro que regalamos, cedemos, prestamos o damos en herencia, germina y se multiplica en la biblioteca de quienes los reciben en sus estantes. Y, así como los libros hacen inmortales a sus autores, las biblioteca­s hacen eternos a sus dueños. Son la huella infinita de sus creadores.

A todos los constructo­res de biblioteca­s, feliz día nacional del libro.

Una biblioteca es, de alguna manera, un deseo de inmortalid­ad.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Uruguay