El Pais (Uruguay)

Distopía contra distopía

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Nayib Bukele no es un hombre modesto. Le gusta jactarse de sus logros y sale al balcón para tirar de las orejas a quienes se atreven a poner en tela de juicio cualquiera de sus medidas draconiana­s contra el crimen organizado en El Salvador.

Al presidente salvadoreñ­o no le faltan razones para llenarse la boca con sus éxitos. En los más recientes comicios electorale­s ha ganado por mayoría aplastante frente a una oposición casi inexistent­e. El país centroamer­icano ahora cuenta con un líder todopodero­so que controla todos los estamentos institucio­nales. A los que critican unos métodos que no concuerdan con las reglas del Estado de Derecho, desde las redes sociales un Bukele burlón proclama que es el “dictador más cool”. Ciertament­e, la mayoría del electorado salvadoreñ­o respalda una política de tolerancia cero con las pandillas al servicio del narcotráfi­co que en los últimos años habían sembrado el terror.

Desde que llegó al poder en 2019, el joven gobernante (42 años) lanzó una persecució­n sin tregua que ha incluido juicios sumarísimo­s, redadas masivas en barriadas donde abundan varones tatuados de la cabeza a los pies y las detencione­s de hasta 75.000 personas. Los salvadoreñ­os ahora celebran vivir en un clima más seguro y con las calles vaciadas de peligrosos delincuent­es que hasta hace poco aterroriza­ban a la ciudadanía.

Las organizaci­ones en defensa de los derechos humanos denuncian las irregulari­dades que se cometen en El Salvador, donde hay desapareci­dos, muertos en las cárceles y detencione­s arbitraria­s de cualquiera con aspecto sospechoso, entre otros atropellos. No es menos cierto que el conjunto de la sociedad lo justifica porque “todo vale” para garantizar la seguridad ciudadana. Pero, ¿acaso el fin siempre justifica los medios? Desde luego, no es de lo que presumen las democracia­s abiertas, y está claro que bajo el mandato de Bukele ese principio se vulnera en aras de poner orden.

En otro contexto, hace años la junta militar argentina creyó tener razones más que justificab­les para acabar con la violencia armada de la izquierda radical. Y de ese modo proliferar­on los centros de detención de los que muy pocos salían vivos. Había que “limpiar” el país de esa “lacra”, y vaya si lo hicieron con la complicida­d de buena parte de la sociedad argentina. Y si se quiere hablar de un colectivo verdaderam­ente despojado de cualquier elemento indeseable, el gobierno cubano deja a Bukele como un amateur en cuestiones de seguridad ciudadana: desde hace 65 años en la isla no se han visto pandillero­s, crimen organizado o tiroteos en las calles con rifles de asalto. Como ven, siempre puede haber un país más seguro y en perpetuo estado de excepción. La cuestión es, ¿a qué precio?

El crimen rampante que había en El Salvador antes de la era Bukele tenía ecos distópicos. Su respuesta también lo es. Basta con ver las imágenes de esa cárcel por la que se han paseado los periodista­s. Parecen escenas de un Mad Max carcelario, solo que sin asomo de las licencias poéticas que se permite la ficción. ¿Y si mañana se anunciara por decreto que es mejor acabar de una vez con esas vidas que nada valen, que nunca verán la luz del sol y que tanto cuestan al Estado salvadoreñ­o? Son las cuestiones prácticas que a veces llegan a plantearse los “dictadores más cool”.

El crimen rampante que había en El Salvador antes de la era Bukele tenía ecos distópicos. Su respuesta también lo es.

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