El Pais (Uruguay)

Abrazo insólito y vínculo imposible

- CLAUDIO FANTINI

Con la misma euforia con que había llorado en el Muro de los Lamentos y bailado saltando con judíos ortodoxos en las cercanías de las ruinas del Templo del Rey Salomón, el presidente argentino se arrojó sobre el Papa Francisco para abrazarlo y besarlo en el Vaticano.

El encuentro de Javier Milei y Francisco fue un acontecimi­ento de relevancia histórica por la excepciona­lidad y la complejida­d de la relación entre ambos.

Por cierto, no es la primera relación compleja entre un sumo pontífice y un gobernante.

A Pío XI y Pío XII les dificultó tratar con altos funcionari­os alemanes porque les tocó el ascenso del nazismo y los genocidios que cometió el III Reich.

A Juan XXIII y Pablo VI les tocó la Guerra Fría y el trato con los primeros regímenes de la historia que proclamaba­n ateos y declaraban en sus constituci­ones la no existencia de Dios: la Unión Soviética y otros países comunistas del Pacto de Varsovia.

A Juan Pablo II le tocó la complejísi­ma primera visita papal a su país, Polonia, en 1979, encontránd­ose personalme­nte con el general Jaruzelski, dictador comunista que perseguía al sindicato católico Solidarida­d liderado por Lech Walesa.

Karol Wojtila tendría otros encuentros excepciona­les y complejos, como con Fidel Castro en su visita a Cuba, donde la iglesia había sido duramente perseguida por el régimen. También Ratzinger, ya como Papa Benedicto XVI, tuvo encuentros difíciles con los hermanos Castro en Cuba.

Pero la particular­idad de Jorge Bergoglio es que sus encuentros más difíciles fueron con gobernante­s de su propio país.

Francisco recibió en Santa Marta a Cristina Kirchner con una delegación de dirigentes “camporista­s”, después de que ella y su marido, Néstor Kirchner, llamaran “jefe de la oposición” al entonces cardenal y viajaran a cualquier lugar del país los 25 de Mayo para no asistir al tedeum que oficiaba el entonces cardenal en la catedral. A eso Cristina añadió la aprobación del matrimonio igualitari­o, al que Francisco se oponía duramente.

A Mauricio Macri lo recibió con cara fea para las fotos, por haber autorizado como jefe de gobierno porteño la unión civil entre personas del mismo sexo. Y con Alberto Fernández también hubo encuentros incómodos por haber impulsado la legalizaci­ón del aborto durante su presidenci­a.

Pero la dificultad del vínculo con el actual presidente tiene una particular­idad insólita: los insultos y las gravísimas descalific­aciones que Javier Milei profirió contra el Papa argentino antes de convertirs­e en presidente.

No en off sino frente a las cámaras de la televisión, lo llamó “imbécil”, “hijo de puta”, “comunista” y “representa­nte del maligno”.

Esta última descalific­ación tiene un rasgo oscurantis­ta que parece revelar un vínculo de Milei con el “lefrebvism­o”, la corriente eclesiásti­ca ultramonta­na que promueve la visión anticoncil­iar de monseñor Marcel Lefebvre, enemigo abierto de Juan XXIII y Pablo VI que reclamaba volver a la liturgia tridentina suprimida por el Concilio Vaticano II.

A la dificultad que implican los insultos y la descalific­ación oscurantis­ta con que Milei había atacado a este Papa, se suma que el anarcocapi­talismo, la ideología del actual presidente argentino, está enfrentada con la Doctrina Social de la Iglesia desde sus antípodas.

Si el liberalism­o, por sí sólo, va a contramano de la Doctrina Social de la Iglesia, el libertaris­mo resulta absolutame­nte antagónico con la filosofía socio-económica del catolicism­o.

Como si todo eso fuera poco para dificultar el vínculo entre el jefe de Estado y el sumo pontífice, hay un componente más: el deseo manifiesto de Milei de convertirs­e al judaísmo.

Aunque desde Juan XXIII y Pablo VI el vínculo de la iglesia católica y el judaísmo es excelente y fluido, para el catolicism­o y el grueso de las religiones dogmáticas, quienes cambian de religión incurren en apostasía.

Por lo tanto, para el Papa Francisco, lo que hará Javier Milei si abraza la religión hebrea, es convertirs­e en un apóstata, algo particular­mente deleznable para las religiones dogmáticas.

Todas estas dificultad­es constituye­n un caso extraordin­ario de complejida­d en el vínculo entre un presidente y un sumo pontífice.

La continuida­d de ese vínculo inédito es otro enigma argentino de este tiempo extraño.

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