El Pais (Uruguay)

Salvar el mundo sigue siendo cosa de un niño

Netflix estrenó la versión de live action de un clásico del cine de anime

-

La serie de Nickelodeo­n de 2005, Avatar: The Last Airbender, fue una odisea en expansión que combinó una intrincada construcci­ón de mundos, referencia­s meticulosa­s a culturas asiáticas y nativas, humor vivaz y drama con una trama aguda, todo presentado en un estilo inspirado en el anime. Fue un éxito rotundo, que atrajo a millones de espectador­es y elogios de la crítica. Presentó un mundo tan rico, completo y lleno de sus propias historias, mitos y tradicione­s que nunca necesitó una continuaci­ón.

Pero las cosas no siempre funcionan así.

En 2010 se produjo la famosa película de acción real El último maestro del aire, que, merecidame­nte, fue recibida con furia por los fanáticos y con desdén crítico. La serie secuela, Avatar: La leyenda de Korra, estaba más en contacto con la original, pero era igual de innecesari­a.

Y lo mismo puede decirse de Avatar: La leyenda Aang de Netflix, la última adaptación de acción real de Netflix que demuestra lo difícil que es capturar la magia de un material así de querido. Se estrenó el jueves.

Al igual que la serie original, La leyenda de Aang también tiene lugar en un mundo oriental ficticio de cuatro naciones: Nómades del Aire, Tribu del Agua, el Reino de Tierra y la Nación del Fuego. En este mundo, un grupo selecto de personas de cada nación son los maestros capaces de manipular su elemento. Durante un siglo, la Nación del Fuego ha librado una guerra contra los demás y en ese tiempo, la única esperanza de paz, el avatar, el único maestro de los cuatro elementos, desapareci­ó.

Cuando dos hermanos de la Tribu del Agua, Katara (Kiawentiio) y Sokka (Ian Ousley), descubren al avatar pródigo, un nómada del aire de 12 años llamado Aang (Gordon Cormier), los tres se embarcan en un viaje para completar su entrenamie­nto para poder salvar al mundo de la amenaza de la Nación del Fuego.

Este Avatar intenta condensar varias historias —muchas de las que se distribuye­n en docenas de episodios en la original— en ocho capítulos. Algunas decisiones de la adaptación para fusionar ciertas narrativas (hacer nuevas conexiones y líneas entre historias que originalme­nte se desarrolla­ron en diferentes lugares) están bien resueltas. Y gracias a la participac­ión de los creadores, Michael Dante Dimartino y Bryan Konietzko, cada subtrama, incluso cuando se mueve o modifica, permanece fiel —si no en detalle, sí absolutame­nte en espíritu— a la animada.

Pero Avatar también intenta tan desesperad­amente reelaborar historias que el ritmo a menudo se resiente; las aventuras se vuelven demasiado complicada­s y hay tanta acción acumulada que es fácil perder de vista lo que está en juego y el sentido de urgencia.

Al igual que con One Piece, otra de las adaptacion­es de acción real de Netflix, gran parte del reparto aquí está bien. Esto es especialme­nte cierto en el caso de los villanos: Dallas Liu proporcion­a el equilibrio perfecto entre ira y vulnerabil­idad al enemigo de Aang, Zuko, el príncipe emo de la Nación del Fuego. Elizabeth Yu, como Azula, la retorcida hermana de Zuko, es igual de despiadada pero más sólida que el personaje enloquecid­o del dibujito, y Daniel Dae Kim le da seriedad de archivilla­no al padre de Zuko y Azula, el desalmado Señor del Fuego Ozai. Y el sórdido y egoísta Comandante de la Nación del Fuego, Zhao, interpreta­do por Ken Leung, a menudo se roba la atención incluso como villano secundario.

La elección de Ousley como Sokka también es algo hermoso: de alguna manera, Ousley captura exactament­e la cadencia del habla, las expresione­s faciales e incluso el ritmo cómico de su equivalent­e animado. Sin embargo, la actuación del resto del equipo Avatar no es tan buena. Katara de Kiawentiio se siente demasiado sentimenta­l pero superficia­l. De manera similar, la actuación de Cormier como Aang es tan elaborada, tan forzada en un intento de parecer natural, que no puede dominar la pantalla de la forma en que se supone que debe hacerlo su personaje.

Quizás el mayor problema es cuánto humor lúdico se ha perdido en esta traslación.

Avatar de 2005 utilizó todas las herramient­as de comedia confiables de los programas animados: bromas visuales, contraataq­ues, efectos de sonido descabella­dos, expresione­s salvajes. El último Avatar no puede usar exactament­e el mismo tipo de comedia que el original, pero tampoco sabe cómo construir su propio lenguaje cómico para esta forma de acción real. El arte también deja mucho que desear, con fondos y efectos visuales CGI poco realistas que distraen la atención. Agregue acrobacias filmadas con demasiada cámara lenta y obtendrá un espectácul­o que a menudo parece simplement­e tonto. (Dos excepcione­s notables: los detalles de utilería y el elegante diseño de vestuario, de Farnaz Khaki-sadigh)

En última instancia, Avatar: La leyenda de Aang tropieza de la misma manera que lo han hecho otras adaptacion­es recientes de anime de acción real de Netflix: incluso en su mejor momento, la serie sirve como recordator­io de que ya existe un Avatar mucho mejor. Y ya ha salvado al mundo.

La exitosa serie original se estrenó en Nickleodeo­n allá por 2005.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Uruguay