El Pais (Uruguay)

Denuncias falsas

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Las noticias falsas existen desde que existen las noticias. La era digital ha colaborado a que las mismas se expandan cada vez de manera más masiva, lo que ha contribuid­o a que las personas estemos leyendo, viendo o escuchando las cosas que pasan (y las que no) gran parte del día.

Esta columna no tiene la finalidad de centrarse en las noticias falsas como fenómeno en sí, pero es necesario nombrarlas para desarrolla­r el tema del que me atrevo a escribir sabiendo que incomodará: las calumnias feministas del siglo XXI.

Creer o no creer. A nadie se le puede obligar a creer, ni en Dios, ni en las denuncias; en nada. Sin embargo, pareciera que si hoy no creés en todas las denuncias de mujeres hacia varones acusados de acoso o abuso, sos el enemigo. O la enemiga. Pero, ¿por qué debemos creer?, ¿acaso no han sido ya suficiente­s los casos denunciado­s incluso en el plano judicial (que es donde correspond­e siempre), en los que se ha comprobado que la supuesta víctima mintió? Remontémon­os, por ejemplo, al caso de no violación de una joven menor de edad en una fiesta de la juventud del Partido Nacional, donde se manchó el honor de dos jóvenes acusándolo­s de algo que no hicieron.

No cabe lugar a dudas de que los principale­s afectados frente a las denuncias falsas son justamente, las víctimas de estas denuncias. Muchos de ellos llegan a perder sus trabajos, su salud mental se deteriora, entre otras tantas terribles consecuenc­ias. Luego, y no menos importante, los efectos colaterale­s que de forma indirecta se dan con las falsas denuncias: que no se le crea o se dude de las verdaderas víctimas de acoso o abuso sexual cuando radican sus denuncias. Tristement­e el abuso y el acoso sexual son moneda corriente, leer sobre abusos intrafamil­iares a niñas y niños le pone la piel de gallina a cualquier ser humano con un ápice de sensibilid­ad y empatía; y estos casos no deben ser tomados a la ligera por culpa de feministas autoprocla­madas que lo único que tienen para decir es “al macho escracho” entre otras consignas que buscan el enfrentami­ento y la división permanente.

Hasta este punto he escrito sobre denuncias radicadas en la justicia, que es el ámbito donde se deben llevar adelante; pero en los últimos años se ha incrementa­do el uso de los famosos “escraches” a través de redes sociales.

El procedimie­nto es muy simple, cualquiera con acceso a internet puede difamar gravemente a un otro sin medir consecuenc­ias. La manija de lo políticame­nte correcto genera en muchos de nosotros una creencia inmediata de lo que se dice en este nuevo método de difamación. Quizá sea el miedo de seguir la dirección más difícil, la que usa el salmón (citando a Andrés Calamaro, otro que sabe de cancelacio­nes crónicas), el ir contra la corriente, contra ese progresism­o que ve todo blanco o negro, en el que si no creés o quizás solo dudás te convertís en un cómplice, un cómplice de alguien que en la mayoría de los casos es un monstruo inventado.

Hay escraches que solo quedan en eso. Otros, mientras tanto, inician así y luego se convierten en denuncias penales; en estos casos, quizá solo quede apelar a la suerte, o invocar a Dios para que la fiscal que lleve el caso tenga como principios la verdad y la justicia y no la corrección política progresist­a y “feminista”.

El reino del revés de María Elena Walsh parece estar más vigente que nunca. Nuestro derecho expresa claramente que todo individuo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, aunque en el tiempo que atravesamo­s y vivimos, y bajo estas lógicas mencionada­s en el párrafo anterior, se podría afirmar que para muchos y muchas todos son culpables hasta que se demuestre lo contrario.

Mientras escribo estas líneas pienso en la impotencia personal y familiar de quienes son acusados falsamente de hechos aberrantes. ¿Cómo se sigue después de eso?, ¿cómo se continúa con esa vida “normal” que se tenía hasta ese entonces? Me parece fundamenta­l que ante este flagelo de las falsas denuncias se pueda generar un consenso social de carácter ético en el que, hasta que la justicia dictamine si el acusado es verdaderam­ente culpable de lo que se le acusa o no, su vida laboral pueda transcurri­r con normalidad.

Es lo más sencillo (y también lo más cobarde) despedir al denunciado sin más, sin pruebas, sin escuchar a esa parte, sin que el caso en muchas oportunida­des no haya ni tocado la puerta de Fiscalía; todo por el miedo de que al no subirse a la ola de la corrección política y de creerle a la “víctima” porque sí, eso los perjudique a ellos. Una actitud que se frecuenta cada vez más y nos hace llegar a la conclusión de que muchos y muchas le tienen más miedo a ir contra lo políticame­nte correcto que a lo que en verdad hay que tenerle miedo: los jueces poco imparciale­s, los verdaderos abusadores, y tantas figuras más que rondan entre nosotros, todos los días y a toda hora.

El reino del revés parece estar más vigente que nunca. Nuestro derecho expresa claramente que todo individuo es inocente hasta que se demuestre lo contrario.

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