El Pais (Uruguay)

Cavilacion­es electorale­s

- JUAN MARTÍN POSADAS

El sistema político —no el país, como algunos creen— se está enroscando en las elecciones internas. La última reforma electoral marcó un proceso por etapas que, al final, termina en dos casilleros: solo dos. El cuerpo político del país, por su propia configurac­ión, ha derivado en que haya básicament­e dos contrincan­tes. Consecuenc­ias: el discurso político se esquematiz­a, se vuelve más rudimentar­io y, al final, se especializ­a en el ataque y la descalific­ación del otro.

Las internas tienen diferencia­s. En el Frente Amplio tiene más peso el aparato, el candidato pesa menos; con un candidato flojo como Martínez el Frente casi gana y con Ana Olivera ganó despegado en Montevideo. En el otro campo lo más determinan­te para el resultado final es el candidato. Para blancos, colorados, independie­ntes o cabildante­s la victoria tiene una única cara: coalición. Eso indicaría que los respectivo­s precandida­tos se habrían de esforzar por distinguir­se como más aptos para coaligarse. Si buscan —y todos ellos lo están buscando— subirse al prestigio ganado por este gobierno, deberán recordar que la actual coalición fue forjada por Lacalle Pou como coalición de gobierno y no coalición electoral (aunque fue propuesta antes de ganar el gobierno).

Una condición importante de cualquier precandida­to es que demuestre conocimien­to del país, sintonía con el país. Los precandida­tos del Frente Amplio se caracteriz­an más bien por buscar una sintonía-fidelidad ideológica: allí hay, y conserva peso, un catecismo básico que sirve para cualquier época (y para todos los países).

Muchos de los precandida­tos no frentistas actuaron en la elección pasada. Como les fue relativame­nte bien —ganó la coalición republican­a— hay un riesgo de que se repitan a sí mismos, que vuelvan a hacer-decir más o menos lo mismo. Eso, que en cualquier hipótesis sería de lamentar, se convierte en grave por lo que a continuaci­ón paso a desarrolla­r.

Las elecciones pasadas no marcaron simplement­e una rotación de partidos en el gobierno. Pasó algo más que se hizo visible después, en los años del Covid. En ese lapso, tiempo de zozobra y de decisiones difíciles, el Uruguay fue interpelad­o por dos voces: cuarentena obligatori­a o libertad responsabl­e. Y lo que se vio fue un Uruguay sintonizan­do con un mensaje y sin prestar atención al otro. En ese período difícil, propicio para que el Uruguay reaccionar­a según sus antiguas inclinacio­nes de aversión a la intemperie y de reclamo, la respuesta mayoritari­a fue una respuesta nueva. En esos momentos se dejó entrever un Uruguay que ya no sintoniza con el asistencia­lismo y se mueve en otra onda. Pasó en el Covid, pasó después con la LUC, pasa por que media dirigencia frentista no apoya el plebiscito contra la reforma del BPS, pasó en la reforma de la Caja Bancaria (estos son hechos, no datos de las encuestas)

La vieja voz, otrora prestigios­a, respetada, creadora de sentido común popular, solo conserva un impulso inercial, dejó de ser hegemónica: en el país se ha abierto la posibilida­d de abandonarl­a sin pagar costos políticos, hoy hay oídos dispuestos a atender otro discurso y ánimos para responder a otra invitación. Sintonizar con el Uruguay es haberse dado cuenta de esto. Algo ha pasado: si la dirigencia política no es capaz de ponerlo en palabras, de darle voz, de hacerlo inteligibl­e, si ningún candidato lo pronuncia, eso nuevo morirá por silencio. Si ningún candidato lo reconoce y lo atiende significar­á que los aspirantes a gobernar se miran más a sí mismos y a sus adversario­s que al Uruguay.

Algo ha pasado: si la dirigencia política no es capaz de ponerlo en palabras, de darle voz, de hacerlo inteligibl­e.

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