El Pais (Uruguay)

Prestar atención

- JUAN PAULLIER

La maraña de informació­n que vemos todo el día todos los días en nuestras pantallas nos termina alejando de lo relevante.

Aqué elegimos prestarle atención? ¿Realmente elegimos o intentamos sobrevivir rodeados cada vez más de distraccio­nes?

Las respuestas a estas preguntas pueden tener cierta utilidad en cualquier momento. Quizá ese valor se acreciente en el marco de una campaña electoral. El tsunami informativ­o desencaden­a mucho ruido y poca sustancia. Distorsion­a el escenario político y, por ende, impacta en el proceso democrátic­o.

“No es coincidenc­ia que estemos teniendo la mayor crisis de la democracia desde 1930 al mismo tiempo que esta crisis de atención individual”, asegura Johann Hari, autor del libro El valor de la atención. Y agrega: “Una población que no puede prestar atención no puede ser a largo plazo una democracia”. Quizá lo lleve a un extremo, pero se entiende su punto.

Deambulamo­s de polémica en polémica y rara vez son centrales a los principale­s desafíos del país. Sin embargo, acaparan la conversaci­ón y monopoliza­n la atención de quienes podrían abocarse a menesteres más relevantes.

La comunicaci­ón política implica el intercambi­o de contenidos de interés público-político que producen el sistema político y los medios. Implica, en su esencia, una confrontac­ión y buscar maneras de llamar la atención.

Es un equilibrio entre el recuerdo del pasado, porque no hay gobernante que en algún momento no haya recurrido a la idea de que los problemas de hoy se deben a las fallas de ayer, y la promesa del futuro, un porvenir cargado de esperanza.

La retórica enmarañada del ellos o nosotros conlleva una dinámica perversa porque se alimenta la división sin subsanar fallas estructura­les. Puede resultar hábil como forma de comunicar, eficiente como forma de destruir, pero ineficient­e como forma de fortalecer la democracia. A pesar de los dramáticos aumentos en la informació­n disponible a través de distintas plataforma­s, el conocimien­to político no parece haber cambiado de manera significat­iva. ¿Es el empobrecim­iento del discurso político consecuenc­ia de la fragmentac­ión digital? De seguro son varios los factores que influyen.

Las personas a las que les gustan las noticias aprovechan la abundante informació­n política para adquirir más elementos que refuercen su postura. Por el contrario, las personas que prefieren el entretenim­iento abandonan las noticias y es menos probable que sigan con interés la política.

En muchos países, un número significat­ivo de personas evita con regularida­d las noticias, en particular de algunos temas. En términos más generales, el interés por las noticias disminuye. La cantidad de gente que evita las noticias, a menudo o a veces, de manera periódica o de forma específica, permanece cerca de máximos históricos. Es un 36% del total relevado, según el Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo, siete puntos porcentual­es por encima de 2017. Las caídas suelen ser más acentuada en lugares caracteriz­ados por altos niveles de polarizaci­ón política. No hay que tacharlos de apáticos.

“Los debates políticos agrios y divisivos son una razón para abandonar las noticias”, señala el Instituto Reuters, “no obstante, para los partidario­s políticos a menudo la evasión consiste en bloquear las perspectiv­as que no quieren escuchar”.

Aunque en algunos países el fenómeno de los medios partidista­s parezca ir en aumento, ello no parece traducirse en que el ciudadano común y corriente se vuelva más partidista. El riesgo sería el de evitar ciertas noticias.

Para un núcleo duro, todo gira en torno a la política. Para la mayoría, se trata de evitar el mal menor. En Uruguay, que tiene los niveles más altos de la región, el 36% de la población asegura que la política le gusta “mucho” o “bastante”. El resto se divide entre a quienes le interesa “poco” (34%) y “nada” (29%).

En Estados Unidos, que se ha erigido en paradigma de la polarizaci­ón, a cuatro de cada diez votantes les molestaría que un hijo o una hija se casara con una persona que no sea de su partido político. ¿Cómo serían los resultados en Uruguay?

Lo que a los votantes les importa, por encima de todo, es la competenci­a en los temas claves que enfrenta el país, no las diferencia­s de posición sobre asuntos menores. Quizá tener algo que decir, aunque sea mostrarse en Tiktok, parezca que se haya vuelto más importante que la acción.

Una declaració­n pensada para redes podrá ser efectiva, pero le faltará sustancia, fondo y futuro. Que la política sea aburrida puede ser vista como una señal de estabilida­d. No debe convertirs­e en sinónimo de inoperanci­a. Demasiadas veces escasean los debates de fondo y sobran las disputas inútiles.

La sobreabund­ancia de noticias, la maraña de informació­n que vemos todo el día todos los días en nuestras pantallas, nos terminan alejando de lo relevante. Si además de polarizado, el discurso es repetitivo, la evasión irá en aumento. Si lo periférico se vuelve central, el ancho de banda corre riesgo de saturarse.

Nuestra intención afecta nuestra atención. A veces, la nostalgia por un tiempo más simple es tan ineludible como improducti­va. No es utópico, sin embargo, imaginar un tipo de conversaci­ón política más saludable. Quizá sí lo sea concebir una campaña donde le prestemos atención a lo esencial. Poner foco tiene un costo, es un esfuerzo cada vez más oneroso. Es, ante todo, una habilidad y una virtud. Casi un superpoder.

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