El Pais (Uruguay)

Paraíso ideológico y el infierno social

- CLAUDIO FANTINI

El diálogo político se hace en el centro. Nadie puede invitar a los adversario­s a dialogar en el extremo que habita. Debe correrse al centro, igual que los convocados. Para situarse en el único punto del arco político en el que dialogar es posible, es necesario deponer los dogmas.

Eso hicieron los marxistas, los liberales y los falangista­s que se habían enfrentado en la sangrienta Guerra Civil Española. Por eso pudieron firmar el Pacto de la Moncloa, fundando la democracia que trajo consigo el desarrollo económico.

En su cátedra de Filosofía y en libros como Maestros de la Felicidad, Rafael Narbona sostiene que abrazar con verdadera convicción la libertad implica renunciar a los dogmas ideológico­s y señala a Albert Camus como un imponente ejemplo del hombre libre.

Nada más contrapues­to al pensamient­o crítico que las conviccion­es absolutas que generan los dogmatismo­s ideológico­s y religiosos. En ese punto se contradice Javier

Milei, el gobernante más auténtico que ha dado la política argentina, pero también uno de los más aferrados a dogmas ideológico­s camuflados de teorías económicas.

En su primer discurso en el Congreso, por primera vez el presidente hizo algo que se parece a convocar un diálogo. Pero para que funcione, él tiene que arrimarse al centro y los adversario­s deben dejar de lado la defensa de intereses políticos propios, mezquindad típica de la decadente dirigencia argentina.

Si bien fue una buena señal, el Pacto de Mayo que propuso Milei consta de diez puntos que no parecen abiertos a discusión. Aparenteme­nte, el llamado a los gobernador­es es para que suscriban lo que él ya ha decidido. No les ofrece dialogar sino la oportunida­d de apoyarlo para mostrarse como “gente de bien” y no como “casta”.

No se trata de discutir si son o no necesarios cada uno de esos diez puntos. Lo son. La cuestión es si de verdad se trata de un llamado al diálogo.

Al hablar en el Congreso, Milei volvió a mostrarse desafiante, esta vez, con una exposición más prolija que sus alocucione­s anteriores. Lo que planteaba parecía más cerca de las razones que de las emociones. No obstante subyacía la imposición de lo que presenta como una misión sagrada, un designio de “las fuerzas del cielo”.

Además de ese merodeo místico, pudo dar una imagen de poder arrollador, siendo un presidente débil por la pequeña representa­ción parlamenta­ria que tiene el oficialism­o. Si esgrime permanente­mente el 56% de votos que logró en el ballotage, es porque su partido fue ampliament­e derrotado en todo el país, sin lograr un solo gobierno provincial y obteniendo apenas puñaditos de votos para los poderes legislativ­os.

El contraste entre lo que consiguió él en la segunda vuelta y lo que consiguió su partido es una contradicc­ión reveladora. Los votos le dieron la presidenci­a y también le fijaron límites que no debe atravesar. Pero ni Milei ni su séquito ni quienes lo defienden acríticame­nte parecen leer correctame­nte la significac­ión de esos límites.

Lo notable es que Milei logra irradiar un poderío que no tiene. Lo normal en un presidente con minoría en el Congreso, es que busque el mayor respaldo posible siendo amable y dialoguist­a con la oposición. Milei hace todo lo contrario. Sobre todo a la oposición dialoguist­a, la maltrata, la humilla y le refriega que le da lo mismo que lo apoyen o no. Dedica sus ofensas más duras a la oposición moderada que busca ayudarlo, aunque cuestionan­do y rechazando lo que considera controvers­ial, y respaldand­o lo que considera útil y razonable.

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