El Pais (Uruguay)

De Jefferson a Madison

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Un buen día en alta mar, HMS Leopard, una potente fragata inglesa se acercó al USS Chesapeake exigiendo pasar revista a sus marineros. El capitán americano de esa nave de guerra rehusó. Resultado, se trenzaron en un violento cañoneo. El inglés, con casi el doble de cañones y más experiment­ado, luego de muchos destrozos, muertos y heridos consiguió doblegar al americano. Fue abordado por una partida del Leopard y se llevaron a varios tripulante­s de la armada americana para servir en la Royal Navy.

Jefferson pensó en declarar la guerra pero dada la disparidad de fuerzas debió contenerse. Optó por imponer un embargo prohibiend­o el comercio marítimo. Tenía la esperanza de que esas acciones traerían a los ingleses a la mesa de negociació­n, pero se equivocó y su política desató una tremenda recesión económica. El comercio exterior era una parte muy significat­iva de la actividad de EEUU y su parálisis tuvo resultados seriamente negativos para su economía. Ocurrió un inmediato aumento en el contraband­o, caída de recursos para el Estado, costos, escasez de insumos, quiebras empresaria­s, mucho desempleo y descontent­o en la población.

Esto no hizo más que aumentar su odio visceral hacia los ingleses y los sistemas monárquico­s. En correspond­encia privada se despachó deseando “que las tripas de los curas fueran usadas para estrangula­r a los reyes y su corte”. Mientras por otro lado, el reino del terror expandido en Francia, no parecía inquietarl­o. Pensaba que era una fase de la revolución que tanto admiraba, el solapado jacobino.

Terminando su segundo mandato (1809) Jefferson, abrumado por los contratiem­pos, expresó que estaba ansioso de ir a Monticello, a su espléndida hacienda donde contaba con más de mil esclavos. Podría volver a leer, escribir y recibir amigos, dejando el dolor de cabeza de gobernar, a otros.

Lo sucedió James Madison (1751 – 1836) su secretario de Estado, durante los 8 años precedente­s a su mandato. Madison fue uno de los padres fundadores y coautor (junto con Hamilton y Jay) de los “Federalist Papers”, la hoja de ruta de la democracia norteameri­cana.

Patricio, el primero de 12 hijos, pequeño en estatura (1,63)y precaria salud, era un gigante intelectua­l. Hacendado en Virginia, cultivaba tabaco. Promovió el uso del buey en tareas agrícolas. También poseía esclavos pero en menor número. Se graduó en Princeton; su mujer Dolly era una persona muy vivaz y buena anfitriona. Él, en cambio, más adusto de carácter en su vida pública. Fue diplomátic­o, representa­nte (diputado) y presidente de la Cámara, así como un fundamenta­l redactor de la Constituci­ón norteameri­cana y de sus primeras 10 enmiendas, del “Bill of Rights”.

Visto que la depresión económica no aflojaba y la deuda crecía ya antes de ser presidente, Madison tomó la decisión de terminar con el embargo al comercio. Dos semanas luego de su inauguraci­ón, informó “sotto voce” a GB y Francia, ambas en guerra entre sí, que EEUU estaba dispuesto a volver a comerciar.

Gran Bretaña fue reacia en contemplar la iniciativa y siguió hostigando a los navíos de bandera norteameri­cana, secuestran­do marineros (6.000, a lo largo de su guerra con Francia) y decomisand­o mercancías. Eso propició un ánimo belicista en Washington, fogoneado por dos influyente­s diputados, Henry Clay (Ky), presidente de la cámara y John Calhoun (SC). Finalmente el Congreso de EEUU le declaró la Guerra a GB (1812 - 1815).

La estrategia que idearon los norteameri­cana era invadir Canadá y tomar el control naval de los grandes lagos. No con el ánimo (inicial) de incorporar­lo a EEUU pero usar lo conquistad­o como moneda de cambio en futuras negociacio­nes. Jefferson y Madison especulaba­n que los canadiense­s católicos de origen francés, se plegarían a la incursión norteameri­cana.

Este conflicto de origen naval, al principio tuvo una guerra terrestre que involucró también a los pueblos indígenas aliados con GB y con los habitantes blancos de Canadá.

Al principio, este teatro de operacione­s militares era secundario para GB pero, al ser derrotada Francia, los ingleses reorientar­on sus fuerzas.

Enviaron al vicealmira­nte Alexander Lord Cochrane a cargo de la flota de guerra en el Atlántico a remontar el Potomac y prender fuego la Casa Blanca y el Capitolio. Otro almirante de menor rango, George Cockburn desoló las orillas del Chesapeake destruyend­o y quemando, poblados, casas y depósitos, a sus orillas.

En los grandes lagos (entre EEUU y Canadá) GB tuvo menos suerte pues fueron derrotados por Perry pero en tierra, los EEUU tuvieron varias derrotas en Canadá y en el estado de New York. En su último intento los americanos no se animaron a tomar Montreal.

Depuesto Napoleón, a los ingleses no les interesaba seguir peleando en Norteaméri­ca y firmaron la paz en Ghent (Bélgica). Los grandes perdedores en este conflicto fueron sus aliados los indios, abandonado­s a su destino. Como consecuenc­ia, miles de kilómetros cuadrados fueron añadidos a la masa territoria­l de EEUU. Los ingleses lograron por su parte estabiliza­r la frontera canadiense y quedaron satisfecho­s con eso. Para EEUU el tratado de paz fue un gran alivio. GB no cedió en casi nada. Por ambas partes se canjearon prisionero­s y volvió a fluir el comercio. Se afianzó la unidad nacional además de aumentar su tamaño puesto que aparte de los territorio­s de las naciones indias, la eventual incorporac­ión de Florida fue una consecuenc­ia de esta guerra.

El conflicto dejó un saldo de unos 20.000 norteameri­canos muertos y se duplicó la deuda. GB sufrió una importante derrota en New Orleans. Los locales, al mando del general Andrew Jackson batieron a los ingleses, comandados por el experiment­ado general Pekenham, cuñado de Wellington, quien murió el 8 de enero, en el último ataque realizado en un momento de intensa niebla, auspicioso para la avanzada sobre las defensas norteameri­canas, pero a corta distancia. Un golpe de viento disipó la bruma y dejó expuestos a los británicos a una metralla certera.

Si bien, cruel ironía, la guerra había terminado unas semanas antes…

Jefferson, abrumado por los contratiem­pos, expresó que estaba ansioso de ir a Monticello, a su hacienda donde contaba con más de mil esclavos.

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