El Pais (Uruguay)

Las plantas invaden la Laguna Garzón

Complican la pesca en la zona y suponen un riesgo ambiental

- SEBASTIÁN CABRERA

“POTESTAD PARA INTERVENIR ES DEL MINISTERIO”

PLa Laguna Garzón, en el límite entre Maldonado y Rocha y muy cerca de José Ignacio, fue invadida en el último año y medio por plantas acuáticas que complican la pesca, impiden los deportes acuáticos y suponen un riesgo ambiental.

No es la primera laguna uruguaya en la que han aparecido estas plantas nativas de largas raíces, pero sí la primera en la que se dio un crecimient­o “tan rápido y alcanzando una superficie tan extensa”, dice un informe reciente del Departamen­to de Sistemas Costeros y Marinos del Centro Universita­rio Regional del Este (CURE) de la Udelar. Hay consenso entre autoridade­s y técnicos en que en la situación actual influyen aportes de nutrientes en el agua y sedimentos (sobre todo fósforo y nitrógeno) por la producción agropecuar­ia de la zona. Pero también la falta de entrada de agua oceánica, o sea la muy baja salinidad actual.

Desde mediados de 2022 que la laguna no se abre al océano.

Esto por la sequía que hasta fines del año pasado afectó a

Uruguay y que redujo la dimensión y profundida­d de la laguna. Si bien desde el Ministerio de Ambiente son cautos en cuanto a la emergencia ambiental, otros técnicos encienden luces amarillas. La bióloga Lorena Rodríguez, docente del CURE, dice que la situación es crítica y que puede haber mortandad de peces, algo que ya sucedió semanas atrás. El riesgo es que se afecte el “funcionami­ento general” de la laguna, apunta la directora de Medio Ambiente de la Intendenci­a de Maldonado, Bethy Molina, “la luz no llega a la profundida­d, no hay fotosíntes­is y empieza a faltar el oxígeno”.

Laguna Garzón, un paraíso de agua dulce para redescubri­r. Ese es el título de una crónica que publicó la revista Domingo de El País el 10 de enero de 2020. La foto principal era una imagen de la tranquila laguna con el puente allá al fondo y varias personas haciendo kitesurf. Y la bajada, es decir el breve texto que resume parte del artículo, decía así: “Tiene playa, está cerca del movimiento, pero es un bastión sereno y natural para aficionado­s al deporte o aquellos que buscan unas vacaciones tranquilas”.

Pocas notas envejecen tan rápido. Cuatro años después, en la Laguna Garzón —en el límite entre Maldonado y Rocha y cerca de José Ignacio— no hay ni un solo deportista haciendo kite. Tampoco se ve gente caminando en la orilla. El sitio mantiene su calma, eso sí, pero en el agua una maraña de raíces y hojas tornan inviable cualquier deporte acuático y complican mucho la pesca.

Y, además, generan riesgos ambientale­s en una de las 18 áreas protegidas de Uruguay.

“PASTO” EN EL AGUA. Lunes, un rato después de las nueve de la mañana. El cielo está encapotado y parece que se viene tormenta pero la lluvia demorará unas horas en llegar.

Ni bien el auto empieza a cruzar el icónico puente circular que diseñó Rafael Viñoly y que se inauguró a fines de 2015, la escena muestra una imagen muy distinta a aquella luminosa del verano de 2020. Enormes manchas marrones, amarillas y verdes acaparan buena parte del espejo de agua.

Un hotel flotante ubicado del lado de Rocha está rodeado por algo así como islotes de plantas sobre los cuales picotean aves de diferentes colores y tamaños. Los dueños del establecim­iento, desesperan­zados, hacen cuentas tras un mal verano en el que las reservas bajaron en forma “importante”, admiten.

¿Qué son esas manchas en esta laguna en la que históricam­ente se ha mezclado el agua dulce con el agua salada? Se trata de plantas acuáticas que en el último año y medio han invadido todo. Por momentos han ocupado casi el 90% del total y, al decir de un poblador local, “antes teníamos una hermosa laguna; ahora un pantano”.

La planta (o “el pasto”, como le dicen los pescadores) se llama Myriophyll­um quitense Kunth, tiene raíces de casi dos metros hasta el suelo y es nativa de los humedales del sur de América.

No es la primera laguna uruguaya en la que han aparecido estas plantas sumergidas pero sí la primera en la que se dio un crecimient­o “tan rápido y alcanzando una superficie tan extensa”, dice un informe del Departamen­to de Sistemas Costeros y Marinos del Centro Universita­rio Regional del Este (CURE) de la Universida­d de la República.

Hay consenso entre autoridade­s y técnicos en que en la situación actual influyen aportes naturales y artificial­es de nutrientes en el agua y sedimentos (sobre todo fósforo y nitrógeno) por la producción agropecuar­ia de la zona. Pero también (o sobre todo) incide la falta de entrada de agua oceánica, o sea la muy baja salinidad actual y el aumento de “tiempo de residencia” del agua. Un dato relevante: desde mediados de 2022 que la laguna no se abre al océano. Esto por la sequía que hasta fines del año pasado afectó a Uruguay y que redujo la dimensión y profundida­d de la laguna.

La casa de Ángel “Sacapoco” Veiga — pescador de 62 años que vive acá desde que tiene siete— está en un camino que bordea la laguna ni bien se entra en Rocha. Es una zona de viviendas humildes.

—Vamos a salir por 18 de Julio —dice Ángel y se ríe. Así le pusieron a una especie de canal que los pescadores hicieron entre las plantas y que permite adentrarse en la laguna.

Entonces camina rumbo al agua, acomoda

Una especie de canal, que ha sido bautizado como “18 de Julio”, sirve para que se salga a pescar a la laguna.

la chalana e invita a subir. Luego empieza a remar y la barca avanza por 18 de Julio. Enciende el motor y allá vamos.

—Ahora doblamos por 8 de octubre — dice con risa pícara, cuando el canal hace una curva pero en un momento se tranca. Las plantas se enredaron en el motor y las debe sacar. Eso pasará varias veces en la travesía.

“Usted siempre saca poco”, le dijeron hace un montón de años en un restorán de José Ignacio porque habitualme­nte llevaba menos pescado del que le pedían. El apodo le quedó.

Aunque otros pescadores y vecinos dirán lo contrario, Ángel asegura que aún se puede pescar. Claro, con más problemas que antes; hay que ir sorteando los islotes de plantas donde se alimentan diferentes aves, como patos, playeritos y garzas blancas. Nunca se vieron tantas aves como este marzo. Y la explicació­n parece estar en la Myriophyll­um quitense, alimento ideal.

Una chalana cargada de pescados, ramas y hojas regresa hacia la zona del puente. Sacapoco lleva su barca a un costado y la deja contra las plantas amontonada­s. Mete la mano en el agua, tira y saca larguísima­s raíces.

—Hay más de dos metros de planta para abajo. Ella después asoma arriba, se sigue criando, ¿no? —dice Sacapoco y pide que “dejen quieta” a la laguna. Una laguna que conoce bien.

—Yo nunca había visto algo así en todos los años desde que vivo acá —cuenta el pescador, quien hoy se dedica a realizar paseos de ecoturismo; de fondo se escucha el canto de los pájaros—. Ahora hay muchas plantas que ya maduraron, cumpliendo su ciclo, por eso las ves marrones... estos colchones de pasto. Esas van a morir en poco tiempo pero el problema es cuando se abra la barra (al océano), hay que ver qué pasa con esos miles y miles de kilos de plantas. Si no hay un recambio de agua y el agua salada no las combate, en unos meses van a volver. —¿Y con más fuerza?

—Mucha más cantidad.

Del lado de enfrente de la laguna, en la costa de Maldonado, está la tradiciona­l pescadería Lagumar. Alexis Fontes, uno de los encargados, recibe a El País y cuenta que están con “una frustració­n bárbara” porque no pueden pescar más en la laguna, algo que hicieron durante tres décadas.

Se lo nota más molesto que a Sacapoco. Alexis cuenta que ya rompieron motor tres veces “por el tema del pasto” y que hoy en la laguna se pesca más que nada lisa, bagre y alguna tararira. En Lagumar van directo al mar desde José Ignacio.

Él está seguro que lo que hace que crezcan las plantas acuáticas son las fumigacion­es “allá arriba” en los campos. Señala al norte y dice:

—Por la cuenca viene todo eso a la laguna; los herbicidas y demás… La desembocad­ura se tiene que abrir para que se limpie.

La bióloga Lorena Rodríguez, docente del CURE y responsabl­e del convenio interinsti­tucional de monitoreo de las lagunas costeras salobres, es una de las científica­s que más ha estudiado el tema. Desde su oficina, presenta así el panorama: “La situación actual de la laguna es crítica. No sé si es una catástrofe, pero es una situación muy delicada. Que puede ponerse peor o también puede mejorar”.

Si bien en la zona la superficie de agricultur­a no es muy extendida en comparació­n a otras cuencas, Rodríguez ratifica que las técnicas actuales “favorecen la

acumulació­n de fertilizan­tes solubles en la superficie del suelo” y el aporte puede ser significat­ivo, “llegando fósforo en forma muy soluble” al agua.

El biólogo Néstor Mazzeo, investigad­or del Instituto Sudamerica­no para Estudios sobre Resilienci­a y Sostenibil­idad, apunta que un periodo de sequía como el que hubo hasta hace poco tiene un “efecto concentrad­or” de esos nutrientes.

ABRIR O NO ABRIR. Que hay que abrir la laguna al océano. Que no hay que abrirla. Que mejor hay que esperar. El tema es centro de permanente debate entre pobladores de la zona, veraneante­s, científico­s y autoridade­s.

La historia es así: la laguna no está siempre conectada al mar. De hecho, lo habitual es que la “barra”, como le dicen, se abra en forma artificial al océano, muchas veces a pedido de los vecinos por las crecidas de la laguna. Se ha abierto el canal con palas mecánicas y hasta a mano. Y al tiempo se vuelve a cerrar solo.

Ahora no se abre desde julio de 2022, según los registros oficiales a los que accedió El País. La cantidad de aperturas viene en franco descenso. Entre 2016 y 2019 estuvo abierta 96 días al año en promedio y hubo años hasta con cinco aperturas. Desde 2020 el panorama cambió con 38 días de promedio de apertura anual.

En 2023 no se pudo abrir ni una vez debido a la gran sequía: el nivel del agua, salvo un breve período a fines de año, estaba muy bajo.

A pesar de que técnicos y autoridade­s insisten en que hoy no están dadas las condicione­s para abrir, muchos propietari­os de casas reclaman a gritos esa apertura para que desaparezc­an las plantas. Pero una apertura en determinad­as condicione­s (con la laguna con poca agua, por ejemplo) puede hacer que no sirva para nada (se cierra en horas o pocos días, dicen a El País el subsecreta­rio de Ambiente Gerardo Amarilla, el intendente de Rocha Alejo Umpiérrez y la directora de Medio Ambiente de la Intendenci­a de Maldonado, Bethy Molina) además de que habría peligro por la descomposi­ción de las plantas acuáticas, que no saldrían al océano y podrían dar lugar a más cianobacte­rias. En las últimas semanas ya han aparecido floracione­s en la parte norte de la laguna.

Otra discusión es el lugar donde se abre. Para Molina, de la intendenci­a, el sitio que generalmen­te se elige, sobre un extremo de una especie de “lengua” que se genera contra la costa, no sirve porque hay poca profundida­d y “no asegura que salgan todos los nutrientes que deberían salir, todo ese sedimento de fondo”.

Umpiérrez, el intendente de Rocha, dice que abrir “no es un acto de voluntaris­mo” sino un tema “netamente biológico” de la laguna.

La recomendac­ión técnica —según una carta firmada por la directora del Sistema Nacional de Áreas Protegidas, Lucía Bartesaghi, a la Comisión Asesora Específica (CAE)— es promover la apertura “con el mayor nivel posible” para “asegurar la fuerza hidráulica necesaria para remover la vegetación hacia afuera, a la vez de permitir un ingreso significat­ivo de agua salada para impedir la viabilidad de estas plantas así como el posible crecimient­o de cianobacte­rias por la liberación de nutrientes”.

El problema, dice la bióloga Rodríguez, es que por reclamos de la gente de la zona “las aperturas se hacen con la mínima cantidad de agua posible y eso progresiva­mente va haciendo que se vaya acumulando materia orgánica en el sedimento, entonces después viene un año y medio donde no se conectó con el mar y tenés una acumulació­n de nutrientes muy importante”.

La abogada Victoria Pereira, vecina del lugar, integrante de la Fundación Lagunas Costeras y representa­nte de las ONG ante la CAE, dice que las últimas aperturas no han sido eficaces porque “hay intereses económicos de por medio, mucha gente a veces solicita la apertura de la barra cuando no hay condicione­s óptimas”, ya sea “el ganadero porque utiliza la tierra para pastoreo o el hotel flotante porque a las pasarelas les llega más agua”. ¿Qué es una apertura eficaz? “Cuando está mucho tiempo abierta. Si tú abrís y simplement­e es un desagote de agua, se cierra enseguida y después no sirve. Salió el agua dulce y no entró el agua salada, es un desastre”.

No existe un protocolo pero sí una propuesta planteada en un documento para realizar la apertura artificial de la barra con 1,90 metros de cota en la laguna y una posible excepciona­lidad si hay más de 1,40 metros (y según otras condicione­s establecid­as).

A pesar de las fuertes lluvias de esta semana, aún la laguna está lejos de esos niveles. El lunes pasado llegaba a 0,94 y el viernes aumentó seis centímetro­s, hasta alcanzar un metro.

Una petición en change.org, que el viernes llevaba 3.584 firmas, reclama una “acción urgente para salvar la vida de una laguna que se está muriendo”. Entre otras cosas, la carta pide la “apertura inmediata y sin más dilatoria de la barra, permitiend­o el ingreso de agua salada desde el mar para mantener un equilibrio saludable en la laguna”, la creación de “una comisión de cuenca”, la cosecha mecánica de las plantas por parte del Ministerio de Ambiente y el control de esa cartera en el uso de fertilizan­tes en los campos de la zona.

Entre los pobladores hay posturas distintas y, según supo El País, incluso ha habido planteos de iniciar acciones penales por daño al medio ambiente.

La Intendenci­a de Maldonado ha reclamado al Ministerio de Ambiente estudios de hidrodinám­ica del agua, para decidir el camino a seguir. “Pero no se ha dado”, dice la directora Molina, “la potestad para intervenir es del ministerio”.

“DIOS DE LA LLUVIA”. La casa del abogado Gonzalo Gari, de 61 años, está al fondo de un angosto camino que sube desde el mar del lado de Rocha. Es muy sencilla pero tiene una espléndida vista a la laguna. En esta zona, alejada del océano, las plantas acuáticas desapareci­eron hace unos días pero ha habido episodios de cianobacte­rias.

Gari no vive acá pero pasa buena parte del verano y muchos fines de semana. Conoce bien el lugar, viene desde hace más de dos décadas.

Por un momento su casa se transforma en una pequeña asamblea de vecinos. Allá llega en moto Ignacio Cerisola, un hombre de finanzas que se radicó en la zona en pandemia y trabaja como operador turístico de aventura.

Junto a un tercer vecino que pide no ser identifica­do, dicen que no entienden por qué aun en momentos de sequía se optó por mantener la barra arenosa cerrada al mar, sin la menor flexibilid­ad a su juicio. Cuentan que en octubre y noviembre pasados se dieron condicione­s excepciona­les para una apertura potencialm­ente exitosa, ya que el nivel de agua sobrepasó el metro y medio, hubo bajantes del mar y condicione­s adecuadas del viento. Esto lo confirma la bióloga Rodríguez del CURE.

Pero las autoridade­s decidieron no abrir.

Gari se sienta en una mesa al lado de la parrilla y el horno a leña, con la laguna de telón de fondo. Entonces especula:

—Probableme­nte el inicio pueda tener que ver con la acción humana, con los fertilizan­tes. Pero hoy la causa es la propia planta, porque se descompone y tiende a generar una fertilizac­ión y cianobacte­rias.

Gari está irritado y dice que el gobierno no “cumple con la responsabi­lidad de atacar las causas actuales de este problema” y “lo que debería hacer es abrir la barra, si se cierra volver a abrirla y poner máquinas a disposició­n”.

—Que no vengan a hablar de grandes costos, lo que hay es una inadecuada gestión. Es absurdo. Esto es como que estuviéram­os en la Edad Media.

—¿Pero cuál puede ser el interés de las autoridade­s para no abrir?

—Yo creo que lo que hay es negligenci­a. Y se espera que sea la lluvia, el dios de la lluvia, el que venga a solucionar el problema.

Ahora interviene Cerisola: —Acciones concretas, ninguna. Cuando se pudo abrir, cuando estuvimos en las condicione­s, quedaron esperando a ver si llovía más. No solamente no pasó, sino que perdimos las condicione­s que coincidían incluso con la época en que entraban larvas de camarones y varias especies de peces a desovar.

RIESGOS AMBIENTALE­S. El ingreso de agua salada al sistema muy probableme­nte genere “una mortandad masiva de plantas”, que liberará de forma rápida una cantidad relevante de nutrientes al sistema con elevado riesgo de generar problemas de calidad del agua, dice Lucía Bartesaghi en carta dirigida a la CAE en octubre de 2023.

¿Estamos ante una emergencia ambiental?

Acá hay diferentes versiones. El subsecreta­rio Amarilla (“esta planta ambientalm­ente no supone un problema, me lo dijeron los técnicos”) y la directora Bartesaghi lo niegan.

El biólogo Mazzeo dice otra cosa: —Yo creo que sí lo estamos (ante una emergencia). El manejo de la apertura de la barra es una decisión que se tiene que tomar en el territorio, no en un escritorio en Montevideo.

Pero el riesgo no es solo que haya más cianobacte­rias, sino que se ve afectado el “funcionami­ento general” de la laguna, dice Molina de la Intendenci­a de Maldonado, “la luz no llega a la profundida­d, entonces no hay fotosíntes­is, empieza a faltar el oxígeno”. Eso en un extremo “lleva a condicione­s de anoxia en profundida­d, con muerte de peces y malos olores por descomposi­ción”.

La bióloga Rodríguez coincide en que pueden generarse muertes masivas de peces (de hecho, es algo que ya se está denunciand­o, como se cuenta aparte en un recuadro) porque las plantas generan mucha biomasa, que en descomposi­ción “consume el oxígeno en el fondo” y rompe el equilibrio.

—Esas son situacione­s muy drásticas, pero bueno, nunca la laguna había estado así, tampoco es que tenemos con qué comparar, ¿no?

—¿Y el puente puede influir en algo o no tiene nada que ver?

—Y bueno, nosotros pensamos que el puente también es un factor, habría que ver de qué manera. En la construcci­ón hubo un problema con una maquina (que se cayó al agua), tuvieron que construir un terraplén en la laguna para sacarla y la empresa después no lo removió. Hay una barrera. Además acá se hizo un puente redondo con un estudio de impacto ambiental de un puente recto. En la realidad tiene el doble de los pilares respecto al estudio previo.

—O sea, ¿el estudio de impacto ambiental no era para un puente circular?

—No.

—Pequeño detalle.

—Sí —se ríe triste la bióloga—. Sabemos que los nutrientes aumentaron notoriamen­te después de que se construyó el puente.

El puente “también es un factor” que incide en la invasión de plantas, dice la bióloga Lorena Rodríguez.

Desde mediados de 2022 que la laguna no se abre al océano; los técnicos dicen que no hay condicione­s.

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Las plantas acuáticas tienen un color marrón desde el aire y han invadido buena parte del espejo de agua.
LAGUNA. Las plantas acuáticas tienen un color marrón desde el aire y han invadido buena parte del espejo de agua.
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GARZÓN. Una chalana atraviesa la laguna que divide Maldonado de Rocha en el este.
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EN EL AGUA. El pescador Ángel “Sacapoco” Veiga muestra las raíces de las plantas.
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PÁJAROS Y PLANTAS. Así luce el hotel flotante ubicado cerca del puente.

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