El Pais (Uruguay)

GRITO PUNK QUE HIZO HISTORIA

Publicado en 1976, el álbum debut de los Ramones se transformó en uno de los más influyente­s de la historia, hoy se reedita en vinilo con la colección “Clásicos del rock”

- RODRIGO GUERRA

Catorce canciones en veintinuev­e minutos. Nada de solos de guitarra o de epopeyas musicales a lo Genesis, Pink Floyd o Rush. Lo de los Ramones era un regreso al espíritu más elemental del rock y ofrecía un sonido directo, rebelde y despreocup­ado. Ramones, de 1976, es uno de los álbumes debut más influyente­s de la historia y abre con el grito que se volvería emblema de un movimiento universal: “Hey! Ho! Let’s Go”.

Si bien el cuarteto no inventó el punk, sí definió gran parte de su estética. Revaloriza­ron los acordes básicos de guitarra, abrazaron el sonido combativo y se divirtiero­n con las letras de“now I Wanna Sniff Some Glue”, “Today Your Love, Tomorrow the World” y “Beat on the Brat”. Habría que esperar hasta la llegada del siglo XXI para que otra revolución musical volviera a sonar tan sencilla y directa.

La combinació­n se completa con la icónica portada, que termina de sentar las bases del movimiento. Apoyados contra una pared de ladrillos, los cuatro Ramones —Johnny, Tommy, Joey y Dee Dee— visten camperas de cuero de motoqueros, usan jeans y championes gastados, comparten el mismo color oscuro de pelo y posan con cara de pocos amigos. Johnny cuela el dedo del medio en el borde del bolsillo de su jean. Gran parte del espíritu punk está sintetizad­a en esa fotografía en blanco y negro.

Y hoy, esa instantáne­a tan influyente volverá a verse en unos cuantos puntos de Uruguay. Y no solo porque ilustre esta nota, sino porque la portada de Ramones llegará a los kioskos uruguayos como parte de la tercera entrega de la colección de vinilos Clásicos del rock, que publica El País. Este es el tercer volumen de reedicione­s musicales —ya salieron Led Zeppelin I y The Rise and Fall of Ziggy Stardust— que se acompañan de un libro con fotos y la historia del grupo. Cuesta 900 pesos y se puede comprar de tres formas: llamando al 29004141, en kioskos o en la web de Colecciona­bles El País.

Lo primero que resalta al reescuchar Ramones es la frescura que se mantiene en ese aparente descuido sonoro. Es verdad que el cuarteto recién estaba empezando, pero le explicó el baterista Tommy a Rolling Stone en 1978, había una interesant­e concepción musical en el lenguaje del proyecto. “Nunca ha habido nada parecido a los Ramones”, aseguró. “Usamos acordes en bloque como recurso melódico, y las armonías resultante­s de la distorsión de los amplificad­ores crean melodías contrapunt­ísticas. El efecto hipnótico de la repetición rigurosa, que propulsa la música como una máquina sónica, es muy sensual. Es una forma nueva de enfocar la música”.

El bajista Dee Dee lo explicó años después de una forma bastante más directa. “La gente que se suma a una banda como los Ramones no viene de infancias estables”, definió. “Esta no es una forma de arte muy civilizada. Es un punk rock de jóvenes enojados que tienen ganas de ser creativos”, sumó.

Lo primero que hay que aclarar es que el monstruo de cuatro cabezas no compartía lazos sanguíneos pero sí tenía un determinan­te pasado en común en Forest Hills, un suburbio de Nueva York. Todos carecieron de esa “infancia estable” de la que hacía

El vinilo cuesta $ 900 e incluye un libro con la historia del álbum y numerosas fotografía­s.

referencia Dee Dee, y encontraro­n en el rock un espacio donde encontrar su lugar.

Quien lo dejó más claro fue Tommy, una de las piezas clave del grupo, quien nació en Budapest con el nombre de Tamás Erdélyi. “Hungría era un régimen muy restrictiv­o”, le contó en el libro Hey! Ho! Let’s Go!: The Story of the Ramones. “No se escuchaba mucha música occidental. Recuerdo las primeras épocas del rock ‘n’ roll y cuánto me excitaba”, sumó en referencia al momento en que llegó a Estados Unidos junto a su familia.

A Dee Dee le sucedía algo similar, y lo narró en Lobotomy, su autobiogra­fía. “No veía un futuro para mí”, reveló. “Después escuché a los Beatles por primera vez. Me compré mi primera radio a transistor­es y me hice un peinado beatle. El rock me dio un sentido de identidad”.

Aunque a simple vista no se note, los miembros del grupo que empezó a tocar en 1974 eran fanáticos del bubblegum pop, del surf rock, grupos vocales femeninos como The Shangri-las y, por supuesto, los Beatles. Es más, el apellido que cada miembro adoptó para el resto de su vida se inspira en el nombre ficticio que Paul Mccartney usaba para registrars­e en hoteles sin que lo descubrire­ran: Paul Ramon. “Todos nos empezamos a llamar así porque era absurdo pero divertido”, explicó Johnny.

Los New York Dolls, cuyo disco debut inspiró a toda una generación, fue la pieza que faltaba para que el grupo definiera su actitud escénica y musical. “Lo que hicimos fue sacar todo lo que no nos gustaba del rock y usar el resto, de modo que ya no tuviéramos influencia del blues, ni largos solos de guitarra. No queríamos nada que obstaculiz­ara las canciones”, definió Johnny.

Así como los Beatles encontraro­n en Brian Epstein a la persona que los catapultó a la fama, los Ramones tuvieron a Lisa Robinson como figura clav e en su camino. La periodista y editora de la revista Hit Parader los vio tocar en el mítico club CBGB de Nueva York, y quedó encantada. Alabó al grupo en varias notas y convenció al ejecutivo Danny Fields para que les diera una oportunida­d. Lo consiguió. Se convirtió en su manager, les hizo grabar un demo con las canciones “Judy Is a Punk” y “I Wanna Be Your Boyfriend” y les consiguió un contrato con el sello Sire.

Así empezaron a trabajar en lo que sería Ramones, que apenas costó 6400 dólares y se grabó en el estudio Plaza Sound en una semana. “Íbamos a toda prisa porque éramos consciente­s de que el dinero se gastaba era nuestro y que al final teníamos que devolverlo”, contó Johnny. “Así que cada vez que el ingeniero me preguntaba qué pensaba de una toma, yo le contestaba: ‘¡Uf, la mejor que toqué! ¡No creo que pueda volver a repetirlo así de bien!”.

Esa manera vertiginos­a de grabar, al igual que Led Zeppelin I —el disco inaugural de la colección Clásicos del rock—, carga al álbum de la frescura que brinda lo espontáneo. Es como si el oyente fuera testigo de algún show del grupo en el CBGB. El arranque con “Blietzkrie­g Bop” es capaz desatar un pogo de esos que hacen que vuelen los vasos de cerveza. En todo el disco apenas hay espacios entre canciones. Son apenas unos segundos para tomar aire y seguir con el despliegue de energía.

En este álbum está el sello del grupo. El homenaje a sus influencia­s está en la versión de “Let’s Dance” (de Chris Montez) y en los coros de “I Wanna Be Your Boyfriend”, la rebeldía aflora en “Now I Wanna Sniff Some Glue” y Beat On the Brat”, la ironía alimenta a “Listen to My Heart” y el uptempo caótico define a “Chain Saw” y “Havanna Affair”.

Ramones es, como cantó Bob Dylan, un anuncio de que los tiempos estaban cambiando. Y tras ese álbum, el rock no volvió a ser el mismo.*

El disco se grabó en una semana y suena con la misma frescura con la que el grupo daba shows.

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