Cientos de evacuados y cortes de luz por temporal
Tras intensas lluvias, vientos obligaron a declarar alerta roja en varios departamentos
El gobierno emitió anoche una alerta roja meteorológica ante el anuncio del fuerte temporal que afecta al país. El mismo llega tras días de copiosas lluvias que han generado crecidas de ríos, cortes de rutas, y afectaciones al servicio eléctrico en distintos puntos. Florida es uno de los departamentos más afectados, y ha visto en pocos días datos récord de lluvia acumulada. Según informó el Sinae, hay unas 385 personas desplazadas distribuidas en seis departamentos. De ese total, 51 corresponden a Canelones, 15 a Colonia, 78 a Florida, 5 a Río Negro, 200 a San José y 30 a Soriano. Además, permanecen 5316 servicios de UTE interrumpidos y 13 cortes de rutas. La declaración de alerta generó cierta confusión en torno al funcionamientos de escuelas y liceos, que fue aclarado luego por las autoridades de ANEP, que señalaron que aquellos departamentos que tengan alerta roja a las 5 am de hoy, no tendrán clases. Donde exista alerta amarilla o naranja, los alumnos podrán asistir, pero no se computará la falta a quienes no lo hagan. El Instituto Uruguayo de Meteorología (Inumet) alertó sobre la posibilidad de que se desarrollen eventos severos en la madrugada de hoy, según explicó el director de Pronósticos, Néstor Santayana. “Los fenómenos más intensos que prevemos para la jornada de hoy a la madrugada se van a mover de suroeste y sur al norte. Luego mejora, cambia la masa de aire y se incrementa el viento de componente suroeste”, señaló Santayana e indicó que habrá un “descenso de temperatura”, pero que luego se terminará “esta seguidilla de más de diez días de alertas por lluvias y tormentas”. Policía caminera informó ayer que hay numerosas rutas y caminos cortados. Los departamentos afectados son Colonia, Soriano, Canelones y Florida.
Morir con las botas puestas”. La sentencia es del coordinador del Comité Departamental de Emergencia de Florida, Cono Arrúa. A su frente tiene al Santa Lucía Chico, que hoy no tiene nada de chico: es una inmensidad invasora de agua que sube lenta y constantemente por la calle 18 de Julio, y que ya conquistó gran parte del predio de la planta potabilizadora de OSE —ubicada a unos 250 metros del cauce original del río— y que desbordará, por lo menos, las casas de los vecinos de la calle Berro —también ya intransitable por el agua.
Lo vecinos de esa cuadra lo saben y se prepararon durante toda el día para ello. Paola Sastre, por ejemplo, cuyos hijos parecen hipnotizados por el gigante charco de la calle que va ganando terreno cada vez que uno se distrae y ya está tocando la vereda de su casa, trasladó todos sus electrodomésticos a lo de su hermana. La marca del agua, que ya entró a su casa esta semana pasada, se nota en las paredes a un metro del suelo.
El intendente Guillermo López ha dormido pocas horas ocupado de coordinar la limpieza y las reparaciones urgentes de la ciudad —azotada en la noche de este miércoles por una turbonada con vientos de hasta 113 km/h— y en este momento dialoga por teléfono con el director de Comunicaciones de la comuna, Óscar Balzaretti, que se acercó
Guillermo López: “Esto nos pegó en la nuca y todavía falta que venga lo peor”.
al lugar y averiguó que el río está, a las cinco de la tarde, creciendo 30 centímetros por hora.
Y aún falta lo peor, dirá segundos después a El País el intendente, para quien el panorama todavía es oscuro: “Esto nos pegó en la nuca. Todavía falta lo que va a llover dentro de un rato”. Y dentro de un rato Presidencia declarará la alerta roja para todo el país (ver aparte).
Mientras tanto, Sastre se sigue lamentando. “Es deprimente”, les dice a los policías y funcionarios de distintos organismos que vinieron a hacer una última recorrida por esta zona. “Ahora tenemos que esperar a que el agua suba, para que vuelva a bajar”, dice, resignándose a lo inexorable. Luego se dirige a Arrúa: “En 2019 ya nos pasó. Entró el agua, ni la esperábamos y perdimos todo. Se piensan que por tener una casa cuidada no precisamos ayuda; siempre van para allá”, y señala donde se encuentra un asentamiento, casi a la ribera del río, totalmente tapado por el agua.
DESPLAZADOS. La situación, por la cual el presidente Luis Lacalle Pou se interesó desde la primera hora de ayer y mantiene comunicación frecuente vía Whatsapp con el intendente, ha generado la evacuación de más de 70 floridenses que viven en la parte baja de la capital departamental. En la noche de ayer, ante la consulta por el estado de situación, el intendente señaló, sin dar mayor precisión, que ya para ese momento había “muchos más evacuados y autoevacuados”.
Una parte importante de estos damnificados habían sido expulsados de sus casas la semana pasada, y debieron volver a sus viviendas este martes al mediodía. Para entonces, el Cecoed de Florida no tenía información de que las cosas empeorarían tanto, por lo que las autoridades entregaron kits de limpiezas a las familias para que comenzaran con las tareas de reacondicionamiento de sus hogares.
Pero los planes tuvieron que cambiarse de apuro cuando la noche ya estaba avanzada. Nadie se esperaba que la alerta naranja, que estaba anunciada por Inumet para los alrededores de la ciudad, llegara en pocos minutos a Florida. De manera que los funcionarios del Cecoed volvieron a las viviendas —precarias en su mayoría— ya golpeadas que recién habían recibido de nuevo a sus moradores para anunciarles que lo mejor era que retornaran a la cancha de básquetbol del Club Deportivo Municipal.
Lo hicieron a regañadientes —muchos ya traían malhumor con el desgaste de vivir fuera de sus casas y con reclamos por la calidad de las donaciones— y la noche del miércoles, dijeron, también la pasaron mal en los colchones improvisados. Porque la turbonada levantó las chapas del salón, cayó granizo encima de algunas camas y dejó sumidas en un caos las pertenencias de los afectados tiradas en cualquier parte de la cancha.
“Nos habíamos acostado cuando nos fueron a buscar de nuevo”, dice Guadalupe Gómez, madre de dos hijos de siete y nueve años que ahora juegan arriba de dos colchones arrojados en un rincón, entre juguetes y bizcochos salidos de las bolsas. “Creo que ellos sabían que estuvieron mal… Yo tengo seis inundaciones ya. Sabía que esto no iba a parar”, lamenta.
Arrúa, en un descanso de su ir y venir en los límites secos del río, sobre la calle Berro, a unas ocho cuadras de la sede del Cecoed, reconoce que “no sabía” que algo así de intenso podía ocurrir cuando recién se recuperaban del impacto de las lluvias.