El Pais (Uruguay)

Verde que te quiero verde

- AMPARO MERCADER

Sequía e inundación. Falta de agua y exceso de agua. Calor. El cambio climático causado por el ser humano está afectando fenómenos meteorológ­icos alrededor del mundo generando impactos adversos generaliza­dos.

Uruguay no es ajeno a los vaivenes meteorológ­icos. En el 2023 se vivió la peor sequía en setenta años con una caída equivalent­e a 3% del PIB nacional. Además, el déficit hídrico secó el Paso Severino, la principal fuente de abastecimi­ento de agua potable de Montevideo, provocando una crisis (salada) sin precedente­s.

Cuando escuchamos estos titulares es frecuente asociar la discusión del cambio climático con catástrofe­s e imágenes de niños en manifestac­iones o destruyend­o arte. Sin embargo, la historia nos enseña que la solución puede surgir de cambios tecnológic­os, además de transforma­ciones culturales y en los hábitos. En los ochenta y noventa, los ríos y playas que estaban contaminad­os fueron recuperado­s gracias a mejoras tecnológic­as. Con los incentivos adecuados, las industrias sucias redujeron la contaminac­ión de forma dramática. Muchas veces la tecnología existe y es cuestión de incentivos lograr efectuar el cambio.

La “tragedia de los comunes” es un concepto descrito por Garrett Hardin (1968) que trata de situacione­s en las cuales varios individuos, motivados solo por el interés personal y actuando independie­nte pero racionalme­nte, terminan por destruir un recurso compartido limitado (el común) aunque a ninguno de ellos les convenga que tal destrucció­n suceda. Hardin argumentó que la libertad en un bien de uso común conduce a la ruina para todos, ya que cada individuo está motivado a aumentar su ganancia sin límite en un mundo finito. Hardin entonces plantea cómo regular recursos compartido­s.

Y en ese sentido son muchos los países y organismos que están acudiendo al reto de regular, generar incentivos e imponer sanciones para controlar el cambio climático. Pero la regulación y subsidio tienen su contracara ya que fomentan el proteccion­ismo. Las políticas de transforma­ción verde son un arma de doble filo: sirven para catalizar el cambio tecnológic­o para proteger al planeta pero pueden ser también medidas proteccion­istas.

En EEUU, el Inflation Reduction Act es un paquete de incentivos a la industria americana de unos 370 mil millones de dólares de inversione­s en forma de créditos fiscales para aumentar la demanda de vehículos eléctricos, materiales de construcci­ón de baja emisión de carbono, fomentar la energía renovable y estimular la innovación en tecnología­s limpias. Una de las grandes apuestas es la tecnología de captura de carbono que promete enterrar en la tierra el exceso de carbono que circula en la atmósfera.

Consideran­do que Estados Unidos es uno de los mayores emisores de carbono per cápita, estas medidas son bienvenida­s por el bien común. Sin embargo, es importante tener presente que estas medidas también buscan disminuir la dependenci­a de EEUU de las cadenas de suministro globales, optando por insumos locales. La administra­ción de Biden sostiene que los subsidios verdes merecen tratamient­o especial por parte de la OMC dado su impacto ambiental.

En Europa, el acuerdo con el Mercosur sigue empantanad­o porque se señala la deforestac­ión en el Amazonas. Tras décadas, es evidente que Europa no ha presentado una propuesta alternativ­a para colaborar con Sudamérica en la protección de ese recurso. Por otro lado, la Unión Europea propone un nuevo arancel (Carbon Border Adjustment Mechanism o CBAM) que busca gravar a las importacio­nes de industrias sucias. Lo que se busca es evitar que las industrias se trasladen a países con menores regulacion­es pero ¿se justifica el aumento del proteccion­ismo en aras del bien común?

Ante estas potencias y economías gigantes, Uruguay no tiene influencia debido a su reducido tamaño. Uruguay ya tiene una matriz energética espectacul­armente limpia. En cuanto al metano, la producción ganadera uruguaya equivale a una muy pequeña fracción de la emisión mundial.

Por otro lado, la economía uruguaya es muy dependient­e de la industria agroexport­adora y debería tomar recaudo. Se puede pensar, por ejemplo, en los sistemas de riego y tecnología­s que permitan el mejor uso del agua en situacione­s extremas así como adaptar cosechas y productos a los vaivenes climáticos. También son claves los seguros que alienten a los productore­s a invertir en las cosechas. El debate sobre cómo adaptarse y acompañar el cambio climático debería ser un tema clave para todos los uruguayos.

Dicho esto, es importante destacar que la deuda soberana uruguaya tiene una excelente calificaci­ón ambiental —la más alta entre los mercados emergentes— precisamen­te por ser una economía particular­mente verde. Esto hace muy atractiva la deuda uruguaya para los fondos de inversión (enverdece sus portafolio­s) y se traduce en mejores condicione­s para la financiaci­ón. De forma conservado­ra se puede estimar ese ahorro como 1% (comparando el costo de financiaci­ón con otros países con similar credit rating, aun luego de la mejora del rating soberano anunciada la semana pasada). Si se emitieron 4 mil millones al año, durante los últimos 4 años, el ahorro por la alta demanda de deuda uruguaya por sus caracterís­ticas amigables con el medioambie­nte ya está en 160 millones de dólares anuales.

Uruguay ya está capitaliza­ndo su marca país, “Uruguay natural”, por el bien de todos.

Las políticas de transforma­ción verde son un arma de doble filo: sirven para proteger al planeta pero pueden ser proteccion­istas.

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