El voto coalición
La semana pasada manifestaba mi escepticismo sobre la credibilidad de algunas encuestas que, en lugar de preguntar por preferencias a candidatos, lo hacen por partidos. Es interesante comprobar cierta disonancia entre las adhesiones que despiertan las colectividades Frente Amplio, Nacional, Colorado, Independiente o Cabildo Abierto, con las que aparecen cuando se pregunta por los presidenciables.
Sería interesante que las empresas comenzaran a investigar acerca de la brecha que creo que existe entre la verbalización de filiación partidaria y la efectiva elección del dirigente.
Intuyo que se haría evidente una dilución de la fidelidad partidaria entre los votantes de la Coalición. Cada vez se percibe con más fuerza el nuevo bipartidismo: el balotaje fuerza al elector a una opción de cara o cruz y así viene consolidando una lógica de bloques. Esto no quiere decir que haya grieta a la manera argentina, pero sí que a los coalicionistas, cualquiera sea su origen, los une más el amor que el espanto.
Si uno baja a lenguaje llano lo que ausculta en la calle, comprueba que el FA ha logrado consolidar una fidelidad de raíz sectaria y muchas veces acrítica. Es el mismo orgullo de pertenencia que en otras épocas nucleaba a los batllistas acérrimos o a los blancos como hueso de bagual.
Al contrario de este posicionamiento exitoso, veo cada vez con más frecuencia votantes coalicionistas que manifiestan débiles adhesiones partidarias. Hablando con los más jóvenes y menos ideologizados, aparece que los que prefieren a la coalición están un poco hartos del pesimismo de quienes, desde la oposición, verbalizan que está todo mal. (Hay un jingle de campaña que recoge esa percepción y me parece ingenioso: el de Álvaro Delgado, donde dice “no, que no entre el bajón”).
No significa, como expresa mi amigo Luis Mardones, que “el espíritu de la época” sea “de derecha”. Se trata de una comprobación menos elaborada: la gente vota a favor o en contra según cómo le va económicamente, cómo percibe la realidad y cómo compara la suya con la que ve en los informativos, de los países vecinos. Si hay trabajo y se recupera el salario, resulta más creíble el mensaje positivo y pierde credibilidad el que apunta al catastrofismo.
Una proposición persuasiva optimista y reivindicativa de logros me parece más pertinente que la apelación a tradiciones partidarias, de las que no deberíamos esperar mucho. Y me queda claro que esto se da de cara contra el mito de que, para ser competitivo en las internas, hay que reivindicar las simbologías históricas.
¿A quién van a votar los coalicionistas el 30 de junio? ¿A los que apelen a códigos tradicionalistas de pertenencia ideológica, o más bien a los que resulten empáticos con la bien evaluada gestión del actual gobierno? ¿Van a optar por el más hueso de bagual y el más probadamente batllista, o se sentirán libres de elegir dentro de la pecera de la coalición, en busca del mejor seleccionado de candidatos para enfrentar al FA en octubre? Esto pone a los cuatro socios coaligados en cierta igualdad de condiciones, que solo pueden desequilibrar aquellos que tengan aparatos partidarios más organizados.
Que no queden dudas: este año, el votante va a sentirse libre de incidir en la interna que quiera, con tal de asegurar una oferta coalicionista potente para cuando las velas ardan.
Este año, el votante va a sentirse libre de incidir en la interna que quiera.