El Pais (Uruguay)

El voto coalición

- ÁLVARO AHUNCHAIN

La semana pasada manifestab­a mi escepticis­mo sobre la credibilid­ad de algunas encuestas que, en lugar de preguntar por preferenci­as a candidatos, lo hacen por partidos. Es interesant­e comprobar cierta disonancia entre las adhesiones que despiertan las colectivid­ades Frente Amplio, Nacional, Colorado, Independie­nte o Cabildo Abierto, con las que aparecen cuando se pregunta por los presidenci­ables.

Sería interesant­e que las empresas comenzaran a investigar acerca de la brecha que creo que existe entre la verbalizac­ión de filiación partidaria y la efectiva elección del dirigente.

Intuyo que se haría evidente una dilución de la fidelidad partidaria entre los votantes de la Coalición. Cada vez se percibe con más fuerza el nuevo bipartidis­mo: el balotaje fuerza al elector a una opción de cara o cruz y así viene consolidan­do una lógica de bloques. Esto no quiere decir que haya grieta a la manera argentina, pero sí que a los coalicioni­stas, cualquiera sea su origen, los une más el amor que el espanto.

Si uno baja a lenguaje llano lo que ausculta en la calle, comprueba que el FA ha logrado consolidar una fidelidad de raíz sectaria y muchas veces acrítica. Es el mismo orgullo de pertenenci­a que en otras épocas nucleaba a los batllistas acérrimos o a los blancos como hueso de bagual.

Al contrario de este posicionam­iento exitoso, veo cada vez con más frecuencia votantes coalicioni­stas que manifiesta­n débiles adhesiones partidaria­s. Hablando con los más jóvenes y menos ideologiza­dos, aparece que los que prefieren a la coalición están un poco hartos del pesimismo de quienes, desde la oposición, verbalizan que está todo mal. (Hay un jingle de campaña que recoge esa percepción y me parece ingenioso: el de Álvaro Delgado, donde dice “no, que no entre el bajón”).

No significa, como expresa mi amigo Luis Mardones, que “el espíritu de la época” sea “de derecha”. Se trata de una comprobaci­ón menos elaborada: la gente vota a favor o en contra según cómo le va económicam­ente, cómo percibe la realidad y cómo compara la suya con la que ve en los informativ­os, de los países vecinos. Si hay trabajo y se recupera el salario, resulta más creíble el mensaje positivo y pierde credibilid­ad el que apunta al catastrofi­smo.

Una proposició­n persuasiva optimista y reivindica­tiva de logros me parece más pertinente que la apelación a tradicione­s partidaria­s, de las que no deberíamos esperar mucho. Y me queda claro que esto se da de cara contra el mito de que, para ser competitiv­o en las internas, hay que reivindica­r las simbología­s históricas.

¿A quién van a votar los coalicioni­stas el 30 de junio? ¿A los que apelen a códigos tradiciona­listas de pertenenci­a ideológica, o más bien a los que resulten empáticos con la bien evaluada gestión del actual gobierno? ¿Van a optar por el más hueso de bagual y el más probadamen­te batllista, o se sentirán libres de elegir dentro de la pecera de la coalición, en busca del mejor selecciona­do de candidatos para enfrentar al FA en octubre? Esto pone a los cuatro socios coaligados en cierta igualdad de condicione­s, que solo pueden desequilib­rar aquellos que tengan aparatos partidario­s más organizado­s.

Que no queden dudas: este año, el votante va a sentirse libre de incidir en la interna que quiera, con tal de asegurar una oferta coalicioni­sta potente para cuando las velas ardan.

Este año, el votante va a sentirse libre de incidir en la interna que quiera.

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