El Pais (Uruguay)

Cuarenta años del regreso que fue símbolo de una época

- RODRIGO GUERRA

La vida entre paréntesis y el corazón en la valija. Ocho años de ausencia espiritual y una crisis creativa cuyas excepcione­s —los discos Adiós Madrid y Guitarra negra, por ejemplo— se tiñen de una melancólic­a maestría. “Mi gran proyecto desde que salí del país es volver a Uruguay”, le dijo Alfredo Zitarrosa al ciclo Raíces latinoamer­icanas el 12 de marzo de 1984. “Como un pez fuera del agua, así me he sentido todos estos años”, relató.

El cantor, dueño de una de las voces más reconocibl­es de la música uruguaya, estaba a punto de volver a Montevideo. Había llegado a Argentina en junio de 1983 y, aunque en ese momento no lo tenía claro, le faltaban 19 días para regresar a la tierra que inspiró sus canciones más memorables y despertar una caravana tan emblemátic­a como cualquiera de sus clásicos. “Ni bien cumpla yo con dos contratos para actuar, me vuelvo al país”, le contó a la periodista Blanca Revoli durante su paso por Radio Municipal de Buenos Aires.

Ya había pasado una década desde que su obra —al igual que la de otras figuras como Los Olimareños, Daniel Viglietti y Numa Moraes— había sido prohibida por la dictadura en Uruguay. En ese tiempo, Zitarrosa se repartió entre Argentina, España y México, pero la mirada siempre estuvo puesta en el regreso. La decisión la tomó el día que una amiga de radio El Espectador le dijo que la habían autorizado a pasar una de sus canciones. “Entonces dije: ‘ahora mismo me voy pa’ allá’”, contó en su vuelta.

Aún se vivía en dictadura, pero el gesto de esa autorizaci­ón insinuaba el regreso de la democracia. La liberación de Líber Seregni, presidente del Frente Amplio, el 19 de marzo de 1984, no hacía más que reafirmarl­o. Sin embargo, no todo era positivo: un mes más tarde, por ejemplo, Vladimir Roslik sería asesinado por militares mientras era torturado. Y fue en ese contexto que el 31 de marzo —exactament­e hace 40 años—, Zitarrosa se convirtió en el primer cantante prohibido en retornar a Uruguay.

El locutor Homero Rodríguez Tabeira, encargado de la conferenci­a de prensa hecha en AEBU por la vuelta del artista, lo resumió así: “Es el símbolo del retorno de todos los uruguayos a nuestro país”.

El artista, que recién había cumplido 48 años, llegó al Aeropuerto de Carrasco a las 14:00. Según informó el extinto diario Cinco Días, siete mil personas lo esperaban en el lugar. En ese mar de gente estaba la cantante Cristina Fernández, quien le entregó, en nombre de la recién creada Asociación de Músicos Populares de Uruguay (Adempu), una guitarra blanca hecha de flores que respondía a “Guitarra negra”, una de sus composicio­nes más sombrías. “Como en esa época no se conseguían guitarras blancas, Adriana López, la compañera de Mario Carrero, mandó a hacer una de flores”, dice Cristina a El País. “Las cuerdas estaban hechas de tallitos. Era una belleza”.

“Era tanta la gente que había en el aeropuerto, que pensé que no iba a llegar a entregarle la guitarra. Pero, no me pregunten cómo, aparecí justo El 31 de marzo de 1984, Zitarrosa volvió a Uruguay tras ocho años de exilio, y lo recibió una multitud. en el lugar donde él iba a venir caminando. Fue un privilegio enorme”.

En Youtube hay un video que registra el instante en que Cristina le entrega la ofrenda. Zitarrosa está rodeado por una multitud, lo iluminan los flashes y en el momento en que levanta la guitarra blanca estallan los aplausos y los vítores. “¡Zitarrosa, Zitarrosa!”, corea la gente mientras el cantor sonríe y refrena las lágrimas. Mantiene la guitarra en alto durante varios segundos, y el símbolo se vuelve todavía más intenso.

Era el inicio de un aluvión de emociones y reencuentr­os. La caravana que inició en el Aeropuerto de Carrasco y recorrió la Rambla hasta llegar a la sala de AEBU —donde hoy funciona Sala Camacuá—, tomó más de cuatro horas. “Desde temprano la ciudad estaba conmovida”, cuenta hoy Mario Carrero, quien junto a Rodríguez Tabeira presentó aquella conferenci­a del regreso. “El pueblo lo recibió de a pie, en bicicletas, motos, camiones y ómnibus. Eran miles y miles de personas esperando en el lugar por donde iba a pasar”.

“Se veían carteles y banderas de todo tipo y color”, suma el miembro del dúo Larbanois & Carrero. “También había gente más joven que no conocía tanto a Alfredo, pero que había entendido que estaba participan­do de un monumental acto popular. Era otro golpe mortal a la dictadura”.

A su vez, Carrero detalla que este gesto popular era una manera de garantizar la seguridad del cantor. “Antes de su vuelta, recuerdo haber ido varias veces con músicos como Mauricio Ubal y Juan Peyrou, a hablar con Washington Varela, jefe de Policía, a consultar si Zitarrosa estaba requerido en Uruguay”, explica. “Nunca se nos dio la certeza pero, según nos decían, como durante años había atacado al gobierno uruguayo durante su actividad en otros países, era posible que tuviera que dar alguna explicació­n. Se lo dijimos a Alfredo, y quiso venir igual”.

“Entonces entendíamo­s que la única forma de garantizar­le a Alfredo algo de seguridad era que su regreso estuviera cubierto por una movida muy grande a nivel popular. Aunque, obviamente, el mérito es de la gente”, dice. Adempu, por su parte, organizó los detalles de su llegada y su traslado, y se puso en contacto con partidos políticos y agencias de noticias internacio­nales para “cubrir la seguridad de su regreso”.

La estrategia salió a la perfección, al menos para Alfredo. No sucedió lo mismo con Rodríguez Tabeira, Ubal y Peyrou, quienes pasaron la noche en prisión. “Estaba autorizada la conferenci­a de prensa de AEBU, pero no permitían presentarl­o en la calle”, contó Rodríguez Tabeira en 2015.

En su diálogo con periodista­s locales e internacio­nales, Zitarrosa dijo que su primer día en Uruguay lo dedicaría al mate, el truco con muestra y el asado; reafirmó que perdió la capacidad creativa durante el exilio y habló de su etapa fuera del país. Destacó que vivió “ocho años, un mes, tres semanas y un día” lejos de su tierra, y dio una de sus mejores definicion­es de lo que extrañaba: “Me faltó la fuente, mi paisaje, mi país (...) Me faltaron el gallego de la esquina, el teléfono que funciona mal (...) El exilio fue una experienci­a extremadam­ente desgarrant­e”.

Tras finalizar la conferenci­a, que había abierto el payador Carlos Molina con décimas improvisad­as en homenaje al recién llegado, Zitarrosa se trasladó a la casa de sus suegros en Malvín. Allí se empezó a gestar su vuelta a los escenarios, que fue el 7 de abril en el Estadio Franzini en el marco del festival del lanzamient­o de Adempu, que tuvo a 30 artistas, se grabó en vivo y se editó en dos volúmenes como Adempu canta.

Se acompañó de Eduardo “Toto” Méndez, Julio Cobelli y Silvio Ortega y cantó “Pal’ que se va”, “Doña Soledad” y “El violín del Becho”. Más adelante, el 12 de mayo, sellaría su vuelta definitiva con un concierto histórico en el Estadio Centenario. Era el paso definitivo a una nueva época.

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ENCUENTRO. Se realizó una conferenci­a de prensa en AEBU con Homero Rodríguez Tabeira y Mario Carrero.
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OFRENDA. Zitarrosa sostiene la guitarra blanca de flores.
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CARAVANA. Duró más de cuatro horas y reunió masas.

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