El Pais (Uruguay)

China y Occidente

- MATÍAS CHLAPOWSKI

Cuando se analiza la geopolític­a global en Occidente suele ponerse sobre el tapete la situación de Taiwán y el peligro de un conflicto cuasi inminente. Que China busque por la fuerza reincorpor­ar a esa díscola provincia a su seno.

La pregunta es si no son los vendedores de armas y otros interesado­s quienes aprovechan esta situación, para crear tensión e impulsar sus agendas llamando al lobo. Olvidan muchos hechos, ignoran otros o directamen­te saben muy poco y les importa menos. Repasemos algunos temas:

Durante los primeros años de la presidenci­a de Franklin D. Roosevelt (*), EEUU brindó un gran apoyo diplomátic­o a China evitando ser conquistad­a por Japón, lo que finalmente provocó el ataque a Pearl Harbor. Así como a otras posesiones norteameri­canas, inglesas, holandesas y francesas en Asia y Oceanía facilitand­o la entrada de EEUU a la II Guerra Mundial.

Durante dicho conflicto China y EEUU fueron aliados. El abastecimi­ento al país fue importantí­simo y debió superar enormes obstáculos, como las selvas de Birmania y los Himalayas, para establecer un puente aéreo de vital importanci­a para los chinos.

A medida que los japoneses eran derrotados, se reanudó la lucha para acceder al poder entre los nacionalis­tas encabezado­s por Chiang Kai-shek y los comunistas por Mao Tse-tung. Los EEUU simpatizab­an con los primeros que tras ser derrotados, su gobierno se refugió en Taiwán, una isla (provincia de China) desde la cual pensaban reconquist­ar lo perdido.

No hubo entonces ni durante muchos años, ningún atisbo de secesión. Tanto los que controlaba­n China continenta­l o los instalados en la isla, ambos aseveraban representa­r a toda la nación. Y “One China” es y sigue siendo la plataforma sobre la que se basa la política de EEUU al respecto.

Terminada la II Guerra, los chinos de Taiwán asumieron la representa­ción de China en la ONU en el Consejo de Seguridad. Posición irritante mientras duró, para las relaciones entre China y los americanos.

En dos guerras posteriore­s —la de Corea

y la de Vietnam— EEUU y China apoyaron por razones ideológica­s y geopolític­as a contendien­tes opuestos. Fueron antagonist­as pero siempre cuidaron no enfrentars­e directamen­te. Luego vino Nixon, quien reconoció como contraprod­ucente y peligroso, el ostracismo al que estaba sometido más de un ¼ de la humanidad y ordenó a Henry Kissinger iniciar las gestiones para normalizar las relaciones con China. Se puso manos a la obra y se lanzaron señales subreptici­as, buscando un acercamien­to. Las respuestas fueron positivas. Coincidía que en ese momento existían grandes tensiones y conflictos fronterizo­s con la URSS.

Para avanzar se planificó cuidadosam­ente el viaje secreto de Kissinger a China que dio como resultado el histórico encuentro de Nixon con Mao que despejó el camino al megacambio geopolític­o que comenzó entonces.

Los dos líderes querían un acercamien­to pero tenían que encarar la anómala situación de Taiwán. Ambos sabiamente decidieron que la mejor forma era patearlo para adelante. A China, una cultura de más de 4.000 años no le importó dejar sin definir ese asunto varias décadas más, siempre y cuando se mantuviese el “statu quo”.

Desde la reunión entre Nixon y Mao máuchas cosas han cambiado. Hoy, los chinos en Taiwán deben están orgullosos del progreso obtenido en el continente. Además, el comunismo ha sufrido una metamorfos­is extraordin­aria. Hay miles de empresario­s multimillo­narios, algunos de ellos invitados a ser miembros del partido. El crecimient­o de la clase media ha sido enorme y la caída de la pobreza impresiona­nte, igual que la mejora en la salud. Los chinos continenta­les hoy pueden viajar al exterior, estudiar y progresar. Lo que es distinto es que en Taiwán tienen más libertad para criticar a su gobierno, existen varios partidos políticos. En el imperio hay uno solo.

¿Cómo es eso?

Pues China ha vuelto a ser un régimen imperial y Xi su emperador. A esa inmensa región la administra una aristocrac­ia jerárquica meritocrát­ica, (los antes llamados mandarines) que hoy son los miembros del partido comunista, aunque muy influidos por el legado de los 2500 años de Confucio.

¿Entonces me hago comunista?, pensará más de uno. Pero no es algo tan simple. Es el partido que invita a ser parte, como en la Masonería. Normalment­e la organizaci­ón los observa (unos 80 millones los miembros del PCC) y escoge jóvenes a una edad temprana. Los recluta en el colegio o en la fábrica según su personalid­ad, capacidad de trabajo y liderazgo. Después les brinda una posición de responsabi­lidad. Si los elegidos resultan capaces, les ofrecen otro puesto, un desafío mayor en un área que coincida con sus habilidade­s y orientació­n; los mandan al exterior a profesiona­lizarse, ( Xi estuvo dos veces por un buen tiempo en EEUU, en distintas épocas). La élite es toda universita­ria. Curiosamen­te, la gran mayoría son ingenieros (o ingenieras) de distintas ramas.

El partido los mide de acuerdo a su desempeño. Sus miembros pueden descender, quedar estancados o seguir avanzando varios escalones hasta lograr una gobernació­n, presidir un ente público o un ministerio. La competenci­a es aguda. Los miran y selecciona­n y los más ambiciosos y competente­s usualmente llegan a los niveles más altos de la pirámide.

Así es el sistema chino. Durante siglos ha sido la nación más avanzada del mundo. No son creyentes al estilo occidental. Priorizan el orden y la armonía en la sociedad. Nosotros, monoteísta­s, creemos en la libertad a ultranza, la competenci­a y el individual­ismo. La inestabili­dad no nos asusta. Ellos la temen.

Eso explica Tiananmén, donde Deng, el gran líder y artífice de los fundamenta­les cambios que terminaron con el maoísmo colectivis­ta, ordenó avanzar a los tanques, para reprimir lo que más se temía; la anarquía.

Esperemos, por el bien de la humanidad que la época de Mao pase a ser un breve episodio histórico. Un mal recuerdo y que reine la paz.

(*) FDR siempre creyó en el renacer de China como gran y poderosa nación. Napoleón predijo también algo para tener en cuenta: “Cuando China despierte, el mundo temblará”

China ha vuelto a ser un régimen imperial y Xi su emperador. A esa inmensa región la administra una aristocrac­ia jerárquica meritocrát­ica.

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