Desde Peña, los valores
La esencia del Uruguay radica en la calidad de la persona que nos manda ser la Constitución.
Apenas sabida la trágica muerte de Nelson Adrián Peña Robaina, desde todas las filas se le rindió homenaje sin reservas, máculas ni retrogusto. Fue como si a todos la vida nos hubiera quitado algo propio. Es que la muerte de Peña privó a la escena de un modelo humano que el Uruguay necesita y valora siempre, pero surge solo de vez en cuando.
Desde la adolescencia, gestó su personalidad en torno a la doctrina de libertad y justicia, sin odios de partidos ni guerra de clases, que los sucesivos Batlle transfundieron a todas las conciencias democráticas de la República.
En la lucha ciudadana, Peña fue Secretario del Partido Colorado, diputado, senador y Ministro de Medio Ambiente. Fue un emprendedor juvenil que por sí mismo se hizo productor avícola y administrador universitario de empresas, manteniendo ejemplar llaneza en el trato y conmovedora fidelidad al suelo canario de San Bautista, donde nació y donde fue sepultado.
En torno al luto súbito, las banderas de todos los partidos se inclinaron respetuosas. Enfrentadas a la muerte, las conciencias de los adversarios se elevaron a la zona donde palpitan valores incondicionados, que nos son comunes a pesar de chisporroteos y agravios.
En declaraciones verbales o en mensajes en redes, se reflejó no solamente la consternación ante la partida de un hombre joven con amplio porvenir. Además, quedó constancia de que en el Uruguay tenemos, en común, vivos y vigentes, los valores humanos en que se asienta la Constitución de la República. Ese es un bien común que tiene una dimensión y un valor cívico del que deberíamos ser más conscientes y cuidadosos. Se nos hizo evidente en las horas inmediatas a la fatalidad que tronchó la vida del señor Adrián Peña, pero es una realidad subyacente, es una pulsión que vibra en el inconsciente colectivo aunque muchas veces la silenciamos en vez de proclamarla.
No la demos por sentada, puesto que vivimos tiempos de desorientación, miopías varias e importación de métodos ruines. Y ya aprendimos a qué condujo haber creído que ciertas desgracias no sobrevendrían nunca en el Uruguay.
A menos de tres meses de las internas y a menos de siete meses de las elecciones nacionales, el homenaje que merece el digno servidor público que perdió el país no es apurar un intento más de reforma constitucional, a gestar entre gallos y medias noches.
Mucho mejor que imaginar aventuras sectoriales de ese jaez es reconstruir el espíritu público a partir de la cordialidad que supo sembrar Peña y de los sentimientos nobles y espontáneos que, una semana atrás, movilizaron planos espirituales que la vida pública no debe seguir ignorando.
La esencia del Uruguay radica en la calidad de la persona que nos manda ser la Constitución. Un tipo humano libre, fuerte y respetuoso que ejerza su cuota de soberanía en la democracia republicana que la Nación adoptó irrevocablemente.
El Uruguay da constantes pruebas del civismo fraternal con que sabe respetar al contendor, pero se está acostumbrando a aceptar la brutalidad, la grosería y el fanatismo, cuyos malos ejemplos nos llegan de un mundo desquiciado.
Evitemos entonces que la maleza se expanda: cultivemos la fraternidad republicana, no solo ante la muerte sino en la vida.