Proyecto de Ley Día de la Laicidad
Nuestra Constitución consagra la libertad de cultos, pero no para todas las religiones es posible disfrutar plenamente este derecho. En el caso de las creencias afro y afroamerindias nos vemos muchas veces privados del ejercicio pleno de nuestra ciudadanía. Una dificultad devenida de la historia colonizadora de Europa, historia compartida con toda Latinoamérica y el Caribe lo cual nos hace una de las regiones más desiguales del mundo según la Cepal.
Esto de declarar el“día de la laicidad” por ley, para los afroumbandistas es algo vacío de contenido real y hasta se parece mucho a una broma de mal gusto, dada la situación de permanente menoscabo de derechos que vivimos los cultos afro en Uruguay, un día de la laicidad, es como que tengamos hambre y nos regalen desodorante. Es la cruda realidad.
Para nosotros no hay libertad de cultos porque no tenemos libertad de práctica y seguimos siendo religión de segunda categoría. En nuestra sociedad continúan existiendo jerarquías culturales, racismo estructural, y discriminación basada en la religión.
Por la humildad de nuestros orígenes, no tenemos santuarios religiosos aislados aunque llenamos las playas de multitudes los 2 de febrero. Con frecuencia sufrimos denuncias anónimas en comisarías por “ruidos” que para nosotros es música sagrada del tambor ritual o atabaque, y la mayoría de las veces son excusas que esconden acérrimos odios en razón de la religión afro, y un disparador para que algunos agentes policiales poco adiestrados en DDHH cometan abusos lesionando el derecho de culto consagrado en nuestra Carta Magna. Sin contar el descrédito que significa, ver seguido, patrulleros y policías en un lugar donde se supone se cultiva la espiritualidad. No sucede en otras iglesias.
Estamos en trato con el Ministerio del Interior que se ha sensibilizado por este problema y en conjunto buscando remedios a situaciones de intolerancia arraigada que creíamos superadas. La triste realidad es que vivimos dando examen y justificando existencia. Molestamos. Jode nuestro tambor, nuestras ofrendas, nuestra forma particular de homenajear y de servir. Nos tildan de brujos, de hechiceros, mugrientos, nos satanizan. Somos la única religión a la que se nos pregunta si hacemos daño, lo cual es sumamente ofensivo. Nos insultan por medios masivos de comunicación hace décadas en nuestro país los telepastores neopentecostales de la IURD-Pare de Sufrir, y aunque hemos hecho de todo nadie nos brinda atención, ni el Poder Judicial, ni el MEC, ni el Parlamento. No hay espacio para los afroumbandistas en Uruguay.
La laicidad que ostenta nuestro sistema de gobierno, no solo no nos protege sino que nos abandona a nuestra suerte y cuando hacemos quejas por vías formales encontramos siempre puertas cerradas.
No se cumple la ley de Educación Nº 18.437, que en su artículo 17 define una laicidad inclusiva como principio de la Educación Pública estatal, y como garantía de libertad religiosa que supondría equidad en la información a nivel educativo de lo que somos, en el trato y en las ofertas religiosas y no supremacías, como por ejemplo la sobre exposición de simbología católica que existe por la propia historia colonizadora, un credo que acompañó la invasión y hasta fue justificación ideológica para diezmar a nuestros ancestros.
El principio de laicidad de la Ley de Educación Pública dice que el mismo “asegurará el tratamiento integral y crítico de todos los temas en el ámbito de la educación pública, mediante el libre acceso a las fuentes de información y conocimiento que posibilite una toma de posición consciente de quien se educa. Se garantizará la pluralidad de opiniones y la confrontación racional y democrática de saberes y creencias”. Al menos como hecho social o antropológico debería este precepto legal implementarse en la enseñanza. Y eso no ocurre. En el ámbito de la educación pública debiéramos existir como diversidad religiosa consecuencia de la diversidad cultural.
No se cumple la Ley de cuotas afro Nº 19.122 en su aspecto educativo, que al menos sería un intento de mirar las cosas desde otro lugar. No se cumple el decenio afro ni los mandatos refrendados por Uruguay en la Convención Interamericana contra toda forma de discriminación e intolerancia ONU, que dice claramente; la omisión, o lo que los Estados y Gobiernos podrían hacer y no hacen para paliar las consuetudinarias exclusiones devenidas de sociedades estructuralmente clasistas y racistas derivadas de los procesos colonialistas, son también actos de discriminación indirecta negativa e intolerancia y en definitiva, una lesión a los derechos humanos de las comunidades minoritarias.
Pregunto si estamos moralmente preparados como comunidad y como país para declarar un Día de la Laicidad. La equidad también es dar a cada uno según sus necesidades y es gráfico el ejemplo del banquito: para ver a través del mismo muro diferentes personas, de diferentes tamaños se necesitarán distintas alturas de bancos.
Equidad también es una cualidad que consiste en no favorecer a algunos perjudicando a otros. Si favorecemos a alguien legislando, en tanto por omisión estamos perjudicando a otros u otras, no hay equidad y ésta es un valor de nuestra democracia que deberíamos preservar para no perder la meta de justicia social y los preceptos artiguistas de que “los más infelices sean los más privilegiados” Nuestro Padre de la Patria ya sabía de acciones afirmativas.
No sustentar supremacías culturales es mejorar la calidad de la democracia.
A pesar de los avances en otras áreas, con respecto a los cultos étnicos afroamerindios, las asimetrías son flagrantes, estructurales y endémicas, y a nadie parece inquietar más que a quienes sufrimos esta exclusión. Debido a ello, no nos parece oportuno ni sensato votar un Día de la Laicidad solo por decir votamos algo que además ya tiene rango superior que es la Constitución en su Art. 5º y ni así se cumple para los umbandistas, ya que hay problemas serios y desatendidos en un sector religioso de la población que sufre discriminación por ser un culto étnico de matriz afro.
Se legisla y se gobierna a la medida de lo occidental y cristiano, olvidando otras culturas relegadas, excluidas, ignoradas, como se hizo en 1918 cuando se plasmó la libertad de cultos, consagrando implícitamente la laicidad a la vez que se violentaba, por ceder el dominio de algunos inmuebles con nombre y apellido para la Iglesia Católica, además del demérito de que en el texto constitucional aparezca nombrada una forma de religión, que construyó sus iglesias monumentos históricos, con mano de obra esclava que nadie releva los días del patrimonio. Muy triste y profundamente injusto. Junto a esta discriminación naturalizada, nunca hay tiempo o muy poco para pensar en solucionar o al menos aliviar nuestras dificultades de comprensión social, devenidas de nuestros orígenes, pues somos formas de culto pertenecientes a costumbres y tradiciones de pueblos sometidos. Lo cierto es que el tema Estado laico es resultado de un diferendo entre institución católica y Estado y no tiene nada que ver con las comunidades afro culturales las que antes, durante ese diferendo y ahora, resultan ajenas a toda preocupación estatal aún constatándose la desventaja social.