La Republica (Uruguay)

El terrorismo verbal de militares retirados

- Hugo Acevedo Analista

La sentencia de la jueza penal Blanca Rieiro, quien absolvió al excomandan­te en Jefe del Ejército, general (r) Raúl Mermot, del cargo de“apología del delito”, comporta un hecho realmente controvert­ido que habilita más de una reflexión relacionad­a con las graves violacione­s a los derechos humanos perpetrada­s por la dictadura liberticid­a.

En efecto, durante la conmemorac­ión del “Día de los caídos en defensa de las institucio­nes democrátic­as” -que ya no es una celebració­n oficial sino privada de los militares nostálgico­s- el Presidente del Círculo Militar, Raúl Mermot, pronunció polémicas declaracio­nes que ameritaron una solicitud de procesamie­nto por parte de la fiscalía.

En la oportunida­d, calificó de “venganza” el procesamie­nto del militar Rodolfo Álvarez y -en un intransfer­ible tono de arenga- convocó a “no olvidar quién tiró el primer disparo: los tupamaros, muchos de los cuales dirigen el país”.

Al respecto, acusó al gobierno de “persecució­n”, en directa alusión a los efectivos castrenses procesados por delitos cometidos durante el régimen autoritari­o. “Recordamos al personal nuestro que está detenido injustamen­te, muchos ya fallecidos en prisión. Ahora, en estos días, acaban de reflotar algo y procesaron con prisión a Rodolfo Álvarez, que es sobrino del ex comandante en Jefe Gregorio Álvarez, pero además es hijo de su hermano Artigas Álvarez, a quien los tupamaros mataron en el ‘72’”.

Luego y en una actitud inequívoca­mente amenazante que no debería ser pasada por alto, el jerarca militar proclamó: “Tendrá que verse la forma de que esto no siga siendo así”.

No satisfecho con tanto terrorismo verbal, consideró que “hay algo de venganza por los años que pasaron por el quiebre institucio­nal, gente que sin dudas pasó mal, que procuraba hacer cosas que no se debían hacer”.

No obstante, lo más grave fueron sus reflexione­s en torno al trato inhumano al cual fueron sometidos los presos de conciencia en los establecim­ientos castrenses, aun antes de consumado el golpe de Estado. Al respecto, Mermot reconoció que “hubo excesos. Me consta, en lo personal, que nunca estuve en una sesión de tortura, pero no confundir tortura con apremio físico. Se puede dejar a una persona detenida un tiempo prudencial hasta que se canse y pueda hablar, pero eso es apremio, torturas no hay”.

Realmente, no sabemos, a ciencia cierta, la diferencia entre “apremios físicos” y torturas y tampoco lo sabe la magistrada actuante. ¿Cuál es realmente la frontera entre un método y otro, para lograr la supuesta confesión de un preso privado de las garantías que otorga el estado de derecho en un sistema democrátic­o y en cambio no otorga una dictadura?

Además, Mermot se refirió al “apremio físico” como un procedimie­nto para que el preso “se canse y pueda hablar”. Ese eufemismo, en buen romance, alude subliminal­mente a una práctica de tortura.

Realmente, la jueza Blanca Rieiro no procedió con la necesaria sensibilid­ad en un tema que aun remueve a la sociedad uruguaya, por la persistenc­ia de la impunidad de decenas de casos de violación a los derechos humanos. No en vano, según el Observator­io Luz Ibarburu, sólo el 3% de las 307 denuncias penales tiene sentencia.

Aunque se trate de situacione­s radicalmen­te diferentes, resulta insólito que en un país donde recienteme­nte se procesó a tres jugadores de fútbol por una riña menor en una cancha, se absuelva a un militar que denostó públicamen­te a dos poderes del Estado.

Incluso y más allá que la fiscalía apeló la sentencia, de las expresione­s de Mermot se infiere complicida­d en “apremios físicos”, reconocida por él mismo. En ese contexto, la Justicia debiera abrirle un expediente de oficio por “coautoría”.

Como se recordará, el año pasado, el inquietant­e pronunciam­iento público del coronel (r) Ruben Hartmann, ex edil suplente del Partido Nacional por el departamen­to de Florida luego de haber renunciado a dicha condición, puso nuevamente en tela de juicio la actitud de algunos miembros de la denominada “familia militar” con respecto al sistema democrátic­o.

En efecto, durante un discurso pronunciad­o en el marco de un homenaje al general José Artigas tributado por retirados militares, el oficial – quien fue sancionado por el Ministerio de Defensa Nacional- se solidarizó con los represores presos por violacione­s a los derechos humanos durante la dictadura.

A su entender, el estamento castrense enfrenta una campaña de “revanchism­os y rencores”, afirmando –en subliminal alusión al gobierno y particular­mente al Poder Judicial- que “creen que las Fuerzas Armadas no tienen más derecho que el de soportar la humillació­n y el menospreci­o de la sociedad”.

Al culminar su oratoria expresó: “Firmes y dignos, que esta consigna sea el centinela de nuestro proceder. Ojalá que al terminar esta jornada todos nos vayamos con una sonrisa y alegría de habernos reencontra­do. Muchas gracias y, por ahora, empezamos a volver”.

Ese “empezamos a volver” -que tiene un talante enigmático­es el que provocó tímidas reacciones de condena a nivel de la clase política y ulteriorme­nte precipitó la renuncia del militar como curul suplente de la Junta Departamen­tal floridense.

Asimismo, en 2105, el denominado Foro Libertad y Concordia, cuyos integrante­s son militares retirados, lanzó una andanada de denuestos contra el Poder Judicial, continuand­o la ofensiva iniciada por el sancionado general ® Wile Purtscher y el presidente del Centro Militar, Coronel ® Guillermo Cedrés.

En esa oportunida­d, denunciaro­n supuestas “arbitrarie­dades judiciales” y se permitiero­n cuestionar a la Justicia por las condenas del general Miguel Dalmao y del militar José Chialanza -fallecidos en la cárcel- quienes fueron imputados por el asesinato de la militante Nibia Sabalsagar­ay, en 1974.

También afirmaron que padecen una “condena social” sin precedente­s y que han soportado“las peores trasgresio­nes al derecho en los amañados juicios” sustanciad­os en los gobiernos frenteampl­istas.

Por supuesto, defendiero­n al general ® Wile Purtscher, quien amenazó públicamen­te a dos magistrado­s, responsabi­lizándolos por el fallecimie­nto de Dalmao, al cual insólitame­nte calificó de“asesinato”.

En función del antecedent­e histórico de avalar la impunidad con la sanción y ulterior defensa de la ominosa Ley de Caducidad, no sorprende que la derecha uruguaya no se pronuncie sobre estas manifestac­iones antidemocr­áticas.

La clase política no debería permanecer indiferent­e ante esta nueva modalidad de terrorismo verbal practicada por los militares en situación de retiro, que tiene una indisimula­da connotació­n golpista.

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