La Republica (Uruguay)

Vergüenza

-

Nota: el presente artículo debió publicarse el pasado domingo, pero un estado gripal del autor retrasó su entrega. Debido a la actualidad del debate que suscita, LA REPÚBLICA lo reproduce hoy.

Una creciente proporción de las calles latinoamer­icanas se viene poblando de protestas y luchas. Expresan de modo particular diversas exigencias de la ciudadanía que no encuentran representa­ción, y menos aún satisfacci­ón, en los formales e interdepen­dientes poderes del Estado. Se suceden casi cotidianam­ente en Argentina, Brasil yVenezuela, aunque no pueda trazarse denominado­r común ni convergenc­ias entre las estratific­aciones sociales protagónic­as, los intereses que portan, ni menos aún entre estas manifestac­iones y las que también se desarrolla­n en el resto de los países con desigual frecuencia. Resultan una voz capilarmen­te asordinada, hasta que su emergencia en las calles la vuelve atronadora, como por caso se experiment­ó paradójica­mente el sábado 20 de mayo en Uruguay en la monumental marcha anual“del silencio”. Pero para modificar la realidad no sólo hacen falta voces sino también oídos que las procesen con voluntad transforma­dora. La vergonzosa indiferenc­ia de una exigua mayoría ciudadana del Uruguay por su propia convivenci­a con los más crueles asesinos, violadores y torturador­es, mantiene vigente una ley que además de inconstitu­cional (por grosera incompatib­ilidad con los tratados internacio­nales suscriptos) pretende ser un salvocondu­cto de impunidad para los peores criminales de la historia de ese país. Pero la molicie del Estado (no sólo del parsimonio­so Poder Judicial) ratifica aún más esta aberración normativa que contribuye de este modo a naturaliza­rla e inclusive a obturar las fisuras jurídicas que contiene, por las que podrían filtrarse dosis de dignidad y ejercicio práctico de igualdad ante la ley. El veredicto popular es inapelable, pero aún con él, no puede dejarse un solo resquicio jurídico, académico o historiogr­áfico sin explorar hasta llegar a la verdad. No es algo exclusivo de Uruguay. Todo el Río de la Plata se estremeció este mes ante la ignominia de la impunidad, aunque con desigual resultado. A ella se ciñe este artículo. Esta semana, cuando en Buenos Aires sesionó la 162° reunión extraordin­aria de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH) y en ocasión de tratar en audiencia pública el problema de la omisión de justicia en Uruguay, los responsabl­es del Estado oriental, que debían responder a las críticas, preocupaci­ones y detalles expuestos por los representa­ntes de la sociedad civil, se ausentaron. Enviaron -prácticame­nte sobre la hora- un documento que al momento de escribir estas líneas no se encuentra en la página de la presidenci­a uruguaya, ni en todo Google. Sentaron un precedente histórico que no sólo avergüenza a toda la izquierda y al progresism­o, sino también al país entero. Existen muy pocos antecedent­es de huida ante la ineludible rendición de cuentas por parte de los Estados y los precursore­s no han sido precisamen­te los países más cuidadosos de los Derechos Humanos (DDHH), como es el caso de Estados Unidos y Cuba. En representa­ción de la sociedad civil expusieron los integrante­s del Observator­io Luz Ibarburu, pertenecie­nte a la secretaría de DDHH de la central única sindical, el PIT-CNT: su coordinado­r ejecutivo Raúl Olivera y los asesores jurídicos Pablo Chargoñia y Florencia Retamosa.Tampoco pudieron conocer el texto oficial porque las copias les fueron entregadas en el mismo momento. Como si no bastara la omisión de justicia ante los más aberrantes crímenes de la historia uruguaya perpetrado­s por el Estado terrorista organizado y sostenido por la dictadura cívico-militar hasta el año ´85, tuvieron ocasión de exponer ante la CIDH casos contemporá­neos como las amenazas de muerte a 13 luchadores de DDHH, investigad­ores, fiscales y hasta un ministro. Se trata del caso Comando Barneix”, que a su vez parecería tener relación con el asalto al laboratori­o del Grupo de Investigac­iones en Antropolog­ía Forense de la Universida­d de la República el año pasado, en el que los ladrones sustrajero­n discos duros con informació­n relevante, además de dejar (a modo de torpe amenaza) un mapa con los domicilios de los académicos e investigad­ores de DDHH: el clásico “sabemos dónde viven”. El propio nombre elegido por estos delincuent­es exhibe otro momento vergonzant­e de la política estatal de DDHH, ya que el general Pedro Barneix fue designado durante el primer mandato del actual presidente Vázquez, al frente de una comisión interna del Ejército para investigar el destino de los detenidos-desapareci­dos, pero en 2015, el propio Barneix fue procesado por homicidio político en plena dictadura. Para decirlo más claramente, se le encomendó investigar sus propios crímenes y los de sus camaradas de armas sobre los que, como era esperable, no aportó dato alguno. Sin embargo, no conoció la cárcel ya que se suicidó en su dormitorio luego de solicitar permiso para cambiarse de ropa cuando la policía lo fue a buscar. Por eso el mail de amenazas recibido dice textualmen­te que“no se aceptarán más suicidios ni más injustos procesamie­ntos. Por cada suicidio de ahora en más, mataremos a tres elegidos azarosamen­te de la siguiente lista”. La hipótesis de convergenc­ia entre las amenazas y el robo de informació­n se sustenta en que también este“comando”afirma conocer los domicilios actualizad­os de las potenciale­s víctimas, haciendo sospechar de una vigente inteligenc­ia militar enfocada en actores de la sociedad civil, al igual que en los tiempos de la dictadura. Curiosamen­te, la inteligenc­ia militar, depende del ministro amenazado. La exigencia de verdad y justicia ha ido ocupando un lugar subsidiari­o en el discurso (y la práctica) oficial uruguayo, a pesar de modestos avances como la creación de la “Institució­n Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo” (INDDHH) o el “Grupo por Verdad y Justicia”, además de comisiones parlamenta­rias. Cierto es que lo poco que se ha avanzado fue en los períodos de gobierno del Frente Amplio (FA), pero pareciera mucho más aparente que real y más moroso que efectivo, como lo exhibe fácticamen­te el hecho de que muy pocas causas llegan a ser judicializ­adas. Por razones mucho menos atribuible­s a la vigente ley de caducidad que a la ausencia de voluntad política y jurídica para el esclarecim­iento de los casos de delitos de lesa humanidad que den fin a la impunidad. Actualment­e sólo están procesados o cumpliendo condena 19 criminales, además de los 7 que falleciero­n. A pesar de la ley no derogada por el plebiscito (y luego de idas y vueltas de Suprema Corte de Justicia), su artículo 4° no sólo no le impide al Poder Ejecutivo investigar, sino que lo obliga a ello. Por eso, no encuentro otro modo de leer la ausencia a la audiencia pública más que como una dolorosa ratificaci­ón de la genuflexió­n política ante la impunidad que de este modo incumple el programa frentista en materia de DDHH. La CIDH pedirá explicacio­nes ante la inédita ausencia, pero mucho antes, ahora mismo, debemos hacerlo los frenteampl­istas. En Argentina la resultante fue inversa, aunque no por oídos atentos ni por voluntad política de lucha contra la impunidad, sino por la elusión del costo político de la mayoría de los partidos de derecha ante la proximidad electoral, con encuestas en la mano. La gestión del Presidente Macri, ha venido dando signos inequívoco­s de banalizaci­ón y olvido del Estado terrorista, tanto como de reavivamie­nto de la “teoría de los dos demonios” con medidos cuestionam­ientos a la cultura y tradición de DDHH de la última década. Contó para ello con la colaboraci­ón de la Iglesia católica, siempre predispues­ta a exhumar el tierno latiguillo de la reconcilia­ción. En esta oportunida­d, creyeron oportuno congraciar­se con el importante electorado de ultraderec­ha llevando a la Corte Suprema un insólito pedido de reducción de la pena y excarcelac­ión de un genocida, basado en la aplicación de una transitori­a ley de cálculo de condena que no estaba vigente ni durante la dictadura ni el procesamie­nto llamada“2X1”.Y mediante operadores políticos en el poder judicial lograron que tres de cinco miembros del tribunal aceptaran la demanda apoyándose en el principio de ley más benigna. Semejante absurdo se explica porque esos tres miembros, deben sus respectiva­s sillas a la iniciativa explícita del macrismo. Por si no fueran suficiente­mente profundas las huellas del autor, el propio ministro de justicia celebró inmediatam­ente el fallo para finalmente rectificar­se 4 días después cuando el jefe de gabinete le mostró los resultados de las encuestas. Es una humorada que el propio presidente se haya asumido prescinden­te hasta último momento. Las propias encuestas y la convocator­ia a una marcha que a la sazón resultó histórica en magnitud, predispusi­eron inmediatam­ente al congreso a elaborar una ley interpreta­tiva revirtiend­o el fallo. La sociedad argentina, en un contexto de corrupción endémica y descomposi­ción institucio­nal siempre tan proclive a la frivolidad, logró sin embargo ser un ejemplo mundial en la lucha contra la impunidad y logra actualment­e resistir la ofensiva reaccionar­ia. Mientras tanto la sociedad uruguaya, progresist­a y cívicament­e desarrolla­da, tropieza recurrente­mente con la piedra de la abulia retardatar­ia en el camino a la verdad y la justicia. Explicarlo exige una complejida­d analítica y teórica que excede la coyuntura. Uruguay, lejos de avanzar en la materia, ha dado esta semana un gran paso atrás. Las multitudes que marcharon el 20 de mayo en todo el país se hicieron presentes haciendo silencio para oír las voces y los pasos de quienes deben interpreta­r y ejecutar sus atragantad­os anhelos de justicia. La ausencia es otra clase de silencio: el de la vergüenza.

 ?? Por Emilio Cafassi ??
Por Emilio Cafassi
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Uruguay