La Republica (Uruguay)

La grosera politizaci­ón del patriciado rural

- Hugo Acevedo, analista

En un manifiesto inequívoca­mente político, la Federación Rural, una de los gremios empresaria­les que aglutina a los productore­s rurales y defiende los intereses de clase del patriciado vernáculo, lanzó duras invectivas contra el gobierno de Tabaré Vázquez.

No en vano su presidente, Jorge Riani, fue candidato a la Intendenci­a de Artigas en 2010 por Vamos Uruguay, el sector más derechista del Partido Colorado, es sobrino del exintenden­te artiguense y exdirector de UTE pachequist­a Ariel Riani e hijo del exconsejer­o del Estado de la dictadura Ruben Riani.

Con semejantes genes solo se puede suponer que se trata de un reaccionar­io a ultranza, que ahora ocupa un cargo cupular en una de las organizaci­ones patronales más recalcitra­ntes del país.

Durante el congreso de la referida federación celebrado en Lascano, departamen­to de Rocha, lanzó una andanada de críticas contra la administra­ción progresist­a.

Al tiempo de reclamar una regla fiscal que“limite la discrecion­alidad en el gasto y el endeudamie­nto del gobierno”, el dirigente fustigó el “déficit fiscal crónico”, consideran­do que “no se puede gastar más que lo que se produce”.

Evidenteme­nte, el oblicuo cerebro de Riani le impide asimilar que buena parte del gasto que tanto denosta es realmente inversión en políticas sociales, como la asistencia a los sectores socialment­e más vulnerable­s y la indispensa­ble mejora de los presupuest­os de la educación, la salud, la vivienda y el Sistema Nacional de Cuidados.

No satisfecho con manifestac­iones tan teñidas de talante político, también la emprendió contra el déficit de Ancap y en particular de Alur, contra la eventual construcci­ón de la regasifica­dora y contra el cierre de Pluna.

Corroboran­do su ideología anti-obrera, también cuestionó lo que considera “omnipotenc­ia del poder” de los sindicatos, sumándose, asimismo, a la irracional queja de las cámaras empresaria­les ante la OIT, que reclama la eliminació­n de la exitosa negociació­n salarial tripartita, entre otras medidas.

Paradójica­mente, consideró que ese presunto poder genera enfrentami­entos y divisiones en la sociedad, cuando la que motiva esa fractura es la actitud de intransige­ncia de la clase social a la cual él pertenece.

Por supuesto, hizo causa común con otras organizaci­ones de la oligarquía económica que detenta la propiedad de los medios de producción, al reclamar la libre importació­n de combustibl­es para mejorar la competitiv­idad, un dólar más alto, tarifas públicas más bajas y una menor carga tributaria.

Como siempre, en este país tan peculiar, los que se quejan son los que se apropian y detentan la porción más importante de la renta y no quienes viven únicamente de un salario o una jubilación.

Empero, el pasaje más insólito de su discurso fue cuando afirmó que la Federación Rural es “apolítica y sin ataduras”, pese a que dicha organizaci­ón siempre se alineó con los intereses del bloque conservado­r y de los partidos tradiciona­les.

Obviamente, también fue obsecuente con la dictadura cívicomili­tar, al igual que las demás organizaci­ones patronales, quedurante casi doce años- usufructua­ron en beneficio propio la prohibició­n de la actividad sindical y del derecho de huelga, consagrado­s específica­mente por la Constituci­ón de la República.

Al respecto, es pertinente explicitar que la tradiciona­l intransige­ncia de las poderosas gremiales que aglutinan a los empresario­s agropecuar­ios se ha transforma­do en un traumático problema en los Consejos de Salarios del sector, cuyos delegados suele retirarse de dicho ámbito de negociació­n colectiva.

Lo que realmente molesta a estos oligarcas es que, por primera vez en la historia y desde que el Frente Amplio es gobierno, tienen que respetar los derechos de los trabajador­es del campo.

En el pasado, los latifundis­tas gozaban de absoluta discrecion­alidad para fijar unilateral­mente el valor del trabajo de los obreros agropecuar­ios, en un contexto de total y absoluta desregulac­ión en el cual no existían laudos, jornales mínimos ni limitación de la jornada de labor.

Por supuesto, al campear la informalid­ad la relación entre las partes estaba claramente distorsion­ada, groseramen­te devaluada y vacía de la más elemental equidad.

Las patronales del agro no están acostumbra­das a consensuar y ni siquiera a dialogar, porque existe una tradición de absoluta impunidad y prepotenci­a que siempre les reservó el doble rol de juez y parte en las relaciones laborales, ante la total ausencia y prescinden­cia del Estado.

En efecto, el sector estaba regido por la lógica del más despiadado capitalism­o salvaje sin restriccio­nes, acorde con los fundamento­s ideológico­s del dogma neoliberal.

Este estado de situación se mantuvo, por supuesto, durante los gobiernos de derecha, que -por acción u omisión- siempre fueron afines a los intereses del gran capital y el alto empresaria­do.

Desde 2008, cuando se inauguró por primera vez la negociació­n colectiva en el sector agropecuar­io, los convenios han sido firmados sin la aprobación del sector empleador, prueba de la férrea resistenci­a de los productore­s rurales a evoluciona­r hacia una relación más armónica con sus trabajador­es.

Pese a los sustantivo­s avances registrado­s durante ese período, los salarios de los obreros siguen estando sumergidos. Al respecto, los laudos establecid­os en la última ronda de los Consejos de Salarios establecen una remuneraci­ón mínima de 17.219 pesos para un peón y de 20.736 para un capataz, en el sector arrocero.

En lo que tiene relación con los tambos, las retribucio­nes oscilan entre los 14.751 pesos para un trabajador y los 20.736 pesos para un capataz de establecim­iento.

En tanto, para los demás sectores, con excepción del azucarero, el salario es de 14.795 pesos para un peón y de 20.786 pesos para un capataz general.

Se trata de remuneraci­ones de hambre, que contrastan claramente con las cuantiosas ganancias de uno de los sectores más prósperos y rentables de la economía nacional.

En la sesgada visión de estos señores feudales contemporá­neos los más de 90.000 empleados son un auténtico ejército de reserva de parias cuasi marginales que viven en la periferia de la sociedad, cuyo único valor es económico en tanto fungen como mera fuerza de trabajo.

Evidenteme­nte, en el sector agropecuar­io -que es calificado eufemístic­amente como el motor de la economía nacional- la distribuci­ón de la renta sigue siendo groseramen­te asimétrica.

Sin embargo, estos patricios que viajan en camionetas 4X4, visten camisas de seda importadas y veranean en el Caribe o en Miami, siguen quejándose como María Magdalena cuando estaba a punto de ser lapidada.

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