Cuidados alternativos y representaciones sociales
Phay resistencia a los cuidados fuera del domicilio en los primeros dos años de vida: un 45% de las niñas/os son cuidados en el hogar, fundamentalmente por las madres. El mandato de género les atribuye la capacidad de cuidados de calidad y esto trasciende la condición socioeconómica de las familias, aunque con predomina entre la población más pobre, que paradógicamente es la que tiene mayor acceso a servicios públicos, informa Karina Batthyáni.
El 55% de la población todavía acuerda con el deber ser de las mujeres de cuidar a la niña/o hasta los 2 años, lo que las lleva –en caso de que estén en el mercado laboral- a flexibilizar las condiciones de trabajo (más licencia, menos horas de trabajo, hasta abandono del empleo). Cuatro de cada 10 mujeres en esta situación abandonan el empleo por más de un año, la mitad lo interrumpe por más tiempo que la duración de la licencia maternal, preferentemente las más pobres y con menor nivel educativo. Esta conducta tiene consecuencias en el futuro, entre otras en el acceso a la jubilación.
Según Batthyány, se verifica baja asistencia de infantes a centros de educación hasta los 3 años: en un tercio de los casos porque se estima que no es edad para sacarlos del hogar y en otro tercio porque se prefiere el cuidado familiar. Después de los 3 años, el horario restringido a 4 horas de los servicios no resuelve el problema. Siendo el cuidado un derecho de doble perspectiva: de las mujeres y de los niños/as, los servicios deberían estar articulados con el trabajo de los cuidadores principales, manteniendo la dimensión relacional y calidad del vínculo.
Las estrategias de cuidados alternativos varían según los recursos disponibles. Hoy, en los sectores altos, se recurre a cuidadoras remuneradas de tiempo completo, aunque la gestión y algunas tareas siguen a cargo de las madres; los padres no se involucran en nada, no lo perciben como su responsabilidad.
En los sectores medios se recurre a la familia si no se puede aspirar a cuidadora remunerada, pero las madres –además de trabajar remuneradamentesiguen cuidando y haciendo el trabajo doméstico, lo cual se expresa en tensión en el empleo y hasta en conflictos de pareja. Hay padres que se involucran en tareas puntuales de cuidados, pero no en la gestión de los mismos: la última responsable sigue siendo la madre.
En los sectores bajos cuidan las madres y otras mujeres de la familia, es escaso el uso de servicios externos y los padres tampoco participan.
En la calidad de los cuidados, que incluye dimensiones sociales y vinculares, el rol del Estado debe ser protagónico, contemplado diferentes estrategias en función de niveles socioeconómicos.
La universalización o focalización de las políticas públicas de cuidado preocupa, porque se define por un único criterio: el económico, advierte Bathhyány. En esta simplificación influye la división sexual del trabajo.
Hay un proceso de cambio en las nuevas generaciones, particularmente en los sectores medios, que tiene sus contradicciones: conviven nuevos con viejos patrones y hay retrocesos como el neomaternalismo, que supone madres en el hogar, crianza natural, lactancia extendida, solo pequeños emprendimientos como futuro laboral de las mujeres.