La Republica (Uruguay)

Dictadura y omertá

- Mónica Xavier Senadora

El 27 de junio de 1973 es el día más oscuro de la historia de nuestro país. Ese día el presidente electo por el Partido Colorado, Juan María Bordaberry, envió al Ejército a clausurar el Parlamento, se consumó así el Golpe de Estado del 73. A partir de ese día, se“legalizó”la impunidad. El descontrol operativo de las fuerzas conjuntas desembocó en su control del poder. Las bandas parapolici­ales y paramilita­res obtuvieron el visado oficial, ya no tenían que seguir actuando clandestin­amente – como lo hicieron, groseramen­te, durante el pachecato-. La máquina del terrorismo de estado quedó sin frenos: desaparici­ones, vejaciones, censuras, robos, destitucio­nes, cambios de identidad, secuestros, torturas. La infamia.

Al pueblo le robaron vidas, libertades, proyectos, sueños. Hay quienes sostienen que todo eso “ya fue”; que no se puede estar mirando por el espejo retrovisor; que hay que esperar que mueran los responsabl­es; que los militares de ahora no tienen vínculo con los de antes; que a la juventud no le interesa ese“pasado remoto” y un sinfín de falsas oposicione­s que intentan encubrir la barbarie. Quieren que la amnesia le gane a la justicia o que la responsabi­lidad sea un concepto de uso discrecion­al.

La democracia fue recuperada hace más de tres décadas. Sin embargo recién con los gobiernos del Frente Amplio – hace poco más de diez años - se promoviero­n acciones reparatori­as para las víctimas del terrorismo de estado; se removieron obstáculos para facilitar la investigac­ión y así proveer de elementos a la justicia; se encarcelar­on a varios de los golpistas y se avanzó en el hallazgo de compatriot­as desapareci­dos y secuestrad­os. Aún falta. Falta mucho.

Desde donde poco se ha hecho por la verdad y la justicia es desde los estamentos militares. Nunca se escuchó una palabra de arrepentim­iento por parte de la institució­n militar. A nadie le puede caber duda cuánto ello contribuir­ía a superar la sombra de ese trágico pasado.

Hace apenas dos semanas, el excomandan­te de la Fuerza Aérea, exjefe del Estado Mayor de la Defensa y excoordina­dor de Inteligenc­ia del Estado, José Bonilla, expresó en entrevista radial, que“por una ley que llevó a la no prescripci­ón de los delitos militares, el Uruguay se perdió un momento muy importante para esclarecer esas situacione­s, porque nadie va a hablar para ir preso”. Es una excusa inadmisibl­e. Primero, es admitir que efectivame­nte se dispone de informació­n. Segundo, callar esa informació­n es perpetuar el dolor de los familiares de las víctimas así como el estigma de la institució­n militar.

La semana pasada, se hizo público que el Centro Militar iba a rendirle homenaje al dictador Gregorio Álvarez, por ser “víctima de la guerra psico-política desarrolla­da por el terrorismo internacio­nal, al cumplirse seis meses de su fallecimie­nto en cautiverio”, según decía la invitación. Una inexcusabl­e mezcla de torpeza, insania y provocació­n. Inmediatam­ente, el ministerio de Defensa instruyó para que ningún militar en actividad asistiera a ese acto injustific­able y de evidente contravenc­ión democrátic­a. Los viejos gorilas replegaron sus aviesas intencione­s: al menos públicamen­te, no homenajear­án al mayor símbolo de la dictadura.

Esta clase de conductas y pensamient­os es absolutame­nte irreconcil­iable con el significad­o de libertad, justicia y valentía. Mientras la institució­n militar no reconozca sus delitos de lesa humanidad vinculados a la dictadura, le será imposible recuperar el honor perdido, solo le quedará el aciago refugio de la omertá.

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