Elecciones en Chile: la novedad de la experiencia
Chile está acercándose a la carrera electoral. En pocos días, el 2 de julio, será la primera vuelta de una de las coaliciones de izquierda, y de la coalición de derecha, lo que permitirá decantar una carrera que, hasta ahora, ha estado caracterizada por el desorden, la novedad de nombres y la banalidad de las ideas. Entre los que se suben y se bajan de la contienda, ya van cerca de 30 candidatos, la gran mayoría de ellos sin partidos, definiciones ideológicas claras, o experiencia política.
Los candidatos más visibles hoy son el expresidente Piñera y el exlector de noticias y actual senador Alejandro Guillier. Si durante 2009 Piñera –representante de los partidos de la derecha chilena– usó como campaña una estética y un esquema liberal más cercano al de Obama, en esta ocasión su posicionamiento ideológico y estético lo emparenta más con los aspectos más conservadores de Trump. Mientras, Alejandro Guillier, representante de la Nueva Mayoría –coalición que agrupa los partidos más tradicionales de la izquierda–, lucha por desembarazarse de esos mismos partidos que lo proclamaron, para mostrarse como independiente y apolítico.
Más atrás les siguen una serie de candidatos, entre las que destacan Beatriz Sánchez, representante del Frente Amplio y también periodista de televisión; Carolina Goic, senadora y presidenta de la democracia cristiana chilena; y Marco Enríquez-Ominami, líder del partido Progresista, filósofo y director de cine y televisión, quien se aventura, nuevamente, luego de dos campañas anteriores.
En las encuestas políticas, la carrera presidencial aparece abierta por tres razones. La primera, por el debate que existe en ese país, acerca de la calidad de las encuestas políticas. Pareciera que muchas de ellas responden a intereses particulares, de grupos económicos y políticos, antes que a criterios científicos. Segundo, porque, en esas mismas encuestas y en otras que tienen más legitimidad, la gente pareciera que está más pendiente de lo que pasa en la copa de fútbol que actualmente se juega en Rusia que de la carrera presidencial que está en curso. La gente no sabe quiénes van o no van de candidatos, y a los que sabe que van, todavía, no los conoce bien.Y tercero porque, en general, los candidatos aparecen estancados en sus porcentajes de adhesión y conocimiento. Salvo, valga mencionar, el caso de Marco Enríquez-Ominami, que aparece en un alza constante desde encuestas que hace dos meses prácticamente lo dejaban fuera del radar del elector, hasta hoy, que lo posicionan en el 7%.
Tal vez el proceso electoral chileno de este año se caracterice por una cosa. Mientras casi todos los candidatos son nuevos en política, y se precian de su inexperiencia e independencia, dos de ellos destacan por todo lo contrario. Sebastián Piñera y Marco Enríquez-Ominami han dedicado su vida a la política y se definen abiertamente como políticos, sin dobleces ni novedades. El primero lidera las encuestas, el segundo es el único que sube. Este último lo hace a punta de propuestas que asoman como las más contundentes y estudiadas, en un panorama en el que sus principales contendores sorprenden por el desconocimiento de temas básicos, populismos de izquierda y derecha y campañas que solo escuchan a los ciudadanos sin proponer nada de su propia cosecha.
El trabajo silencioso de Enríquez-Ominami comienza a rendir frutos en la medida en que su candidatura logra vencer el silencio al que lo intentan llevar los medios de alcance nacional. Sus más recientes apariciones televisivas, sin embargo, han demostrado que el líder de los Progresistas asoma como el más preparado y el único que puede hacerle el peso en términos de ideas y propuestas al expresidente Piñera.
Tal vez, en Chile, lo novedoso termine siendo lo no novedoso, y la gente, en el caos de rostros nuevos y de ambigua vocación política, termine decantando la carrera en aquellos competidores de entroncada experiencia política, y con varias batallas electorales en el cuerpo.