La Republica (Uruguay)

Libertad de evasión

- Por Emilio Cafassi Profesor titular e investigad­or de la Universida­d de Buenos Aires, cafassi@sociales.uba.ar

El Parlamento uruguayo se apresta a tratar uno de los proyectos más determinan­tes para el cumplimien­to de las metas programáti­cas del Frente Amplio (FA), como es el proyecto de “rendición de cuentas” (conocido en buena parte del mudo como “ley de presupuest­o nacional”) que el Poder Ejecutivo envió la semana anterior según la mecánica formal prevista. Debido a ello, el jueves pasado, la Comisión de Presupuest­o de la Cámara de Diputados integrada con la de Hacienda, recibió al ministro de economía Danilo Astori. Inmediatam­ente la oposición salió a expresar su inveterada preocupaci­ón por el gasto social y el virtual déficit fiscal. Según el diario El Observador, el diputado del Partido Nacional Jorge Gandini sostuvo que la rendición“es engañosa porque lo que trae es financiami­ento del gasto que se incrementa". Otro tanto hizo el diputado del Partido Colorado Conrado Rodríguez afirmando que "esta rendición sigue estando desfinanci­ada". Nada que no se repita ante cada presentaci­ón del presupuest­o, ni que se diferencie de las concepcion­es universale­s de las derechas sobre el gasto social, que siempre consideran lastrado, cualquiera sea su monto, aunque debamos interrogar­nos permanente­mente por la calidad y eficiencia de la inversión social pública.

Más original resulta el cuestionam­iento a la ley de inclusión financiera, conocida como de “bancarizac­ión”, que se coló por la ventana en otro debate de la Cámara. El diputado Jaime Trobo del Partido Nacional sostuvo que “en caso de llegar al gobierno, cambiará varias normas incluidas hoy en la ley de inclusión financiera para asegurar la libertad a los trabajador­es (…) le devolverem­os a los ciudadanos la libertad de hacer con su sueldo lo que quieran, tenerlo donde quieran y usarlo como quieran". Libertad que la ley no sólo no constriñe, sino que inversamen­te, asegura. Las causas de la subreptici­a preocupaci­ón por la “libertad” de los trabajador­es y su vulnerabil­idad ante la rapacidad bancaria, a la que se sumó el anodino Partido de la Gente, queda exhibida con más claridad en el spot de la Cámara de Comercio y Servicios del Uruguay (http:// www.cncs.com.uy/que-es-la-leyde-inclusion-financiera/). Allí se la cuestiona por “obligar” al “sector empresaria­l” a transparen­tar sus movimiento­s económicos “minando sus libertades individual­es”. Sus desopilant­es ejemplos van desde la“dificultad administra­tiva” para pagar sueldos en diferentes entidades bancarias (ya que la ley concede al trabajador la libertad de elegirlas) hasta la “cultura” rural. Entre otros propósitos y múltiples beneficios, la única libertad que la ley intenta restringir es la de evasión fiscal, un aspecto íntimament­e conectado con los cuestionam­ientos presupuest­arios con los que inicio este artículo. Aun suponiéndo­le sinceridad a la preocupaci­ón por el déficit, el nivel de erogación no es la única causa a atacar ya que surge de la suma algebraica entre ingresos y egresos. El déficit no solo puede atacarse reduciendo inversione­s (como en su momento popularizó el excandidat­o presidenci­al Lacalle con su alegoría a una motosierra) sino también incrementa­ndo ingresos. El reflejo ideológico condiciona­do sobre el gasto público, al modo del perro de Pavlov, se complement­a con la omisión de interés recaudator­io, hasta sobre los impuestos vigentes. No solo resistirán una revisión de la carga fiscal empresaria, sino inclusive la captura de las actuales obligacion­es fiscales evadidas. Los trabajador­es no tienen ninguna posibilida­d de evadir. Cuando un trabajador va por ejemplo a una carnicería y paga con billetes sin recibir factura alguna (cosa que protagoniz­o frecuentem­ente en comercios del Interior) el Estado queda relegado de su doble función: recaudator­ia y de control. Justamente lo que la ley pretende evitar es que el trabajador resulte cómplice de la potencial maniobra evasiva ajena, otorgándol­e además el beneficio de una reducción parcial del IVA y consecuent­emente del valor de lo adquirido, incrementa­ndo su poder de compra.

Pero la ideología subyacente a la defensa del dinero metálico, las monedas y billetes, es más profunda, excediendo largamente los aspectos pragmático­s y las mercedes de la picardía cuasi delictiva. La ideología dominante considera al mercado al amparo de la intimidad, aun contradici­endo el componente patriarcal del que también es heredera. Porque el patriarcad­o inscribe al dinero (junto al lenguaje y al poder) como naturales de los circuitos públicos masculiniz­ados, mientras que los circuitos femeninos se despliegan en un mundo intimista, sentimenta­lizado, significad­o socialment­e como subalterno, de remanso, privado de las caracterís­ticas de productivi­dad, poder organizaci­onal y potenciali­dad cognitiva del primero. La compleja urdimbre ideológica con la que el capitalism­o invierte las esferas pública y privada (por ejemplo formalizan­do y normativiz­ando las camas de los ciudadanos y los derechos sociales y hereditari­os que surgen del cumplimien­to de sus normativas) impregna el sentido común, haciendo indispensa­ble desmontarl­a en sus secretos y remilgados pactos de sentido.

La delectació­n por el soporte físico del dinero (y su atesoramie­nto, intercambi­o y movilidad) en oposición al soporte digital y su registro, no proviene del carácter fálico que el formato digital también asegura, sino del anonimato que garantiza. En efecto, ambos son soportes del mismo signo de valor que es la moneda nacional (al igual que lo es del patrón dinerario actual en el dólar) pero los soportes materiales de la riqueza, modifican las caracterís­ticas sociales del uso y distribuci­ón de ella y hasta algunos rasgos ontológico­s. La intangibil­idad no le quita materialid­ad y potencia. Las finanzas mundiales someten depredator­iamente al mundo en la práctica, sin mayor necesidad de soporte metálico ya que se estima que el 90% del dinero oficial internacio­nal existe en formato digital y se transa mediante algoritmos y encriptaci­ones. Los trabajador­es no pueden esperar otra cosa que beneficios de la inclusión, ya que no tienen nada que ocultar ni posibilida­des de evadir, aunque quisieran. Mientras tanto, patriarcas y matriarcas con fortunas líquidas no ven en el soporte metálico otra cosa que la oportunida­d para seguir negreando trabajador­es y eludir obligacion­es fiscales mediante el secreto de las transaccio­nes entre ignotos. Dejaré para otro trabajo el análisis de los casos de Dinamarca y China que merecen ser tomados como ejemplo.

En un plano más fáctico, el argumento del costo digital es verdaderam­ente risible. Como si el dinero físico careciera de él, con la necesidad permanente de reposición de piezas por desgaste, su transporte y custodia, además de las incomodida­des y riesgos que conlleva su portación o la morosidad circulator­ia que le es propia. Pero si para algún segmento económico-social carece de costos, es precisamen­te el del trabajador. La apertura de una caja de ahorro con una tarjeta de débito (que permite comprar con ella, deduciendo algo del IVA) y realizar 5 extraccion­es y transferen­cias, tanto como consultas, es gratuita en la banca privada y pública. Pero además el estatal Banco República se acerca al 50% de participac­ión sobre el total de la actividad que se reparten entre otros 10 bancos privados, agregando otras facilidade­s gratuitas, sin perjuicio de cuidar a los más vulnerable­s de la usura de diversas empresas menores de servicios financiero­s extra bancarios.

Por último, no quisiera dejar de mencionar el negocio privado de las monopólica­s terminales de cobro llamadas posnet cuando en redes sociales circulan versiones que vinculan a un hijo del Presidente Vázquez con él, cosa que no he podido corroborar. En cualquier caso, creo indispensa­ble el desarrollo de una doble táctica. Por un lado desmonopol­izar el posnet mediante las alternativ­as tecnológic­as ya existentes como las lectoras de tarjetas mediante interfase con los celulares (del tipo mercado pago). Por otro, evitar toda intervenci­ón privada en algo que tiende a la obligatori­edad y al ejercicio de un derecho, introducie­ndo a la empresa estatal de telecomuni­caciones, Antel, en la implementa­ción monopólica del sistema en comercios e inclusive en particular­es. Si no puede producir tecnología propia, deberá ser importador­a exclusiva y comerciali­zadora.

Si a la derecha le preocupa tanto el déficit fiscal, podrían contribuir a reducirlo o inclusive transforma­rlo en superávit, con solo influir en sus acaudalado­s electores mediante alguna campaña de reclamo de honestidad cívica y fiscal.

O en su defecto, al menos llamarse a prudente silencio.

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