ESTADO FUERTE, GOBIERNO FALLIDO (III)
Hemos tratado el fenómeno actual de los gobiernos que dejaron de ser representativos, con ello, no solamente el Ejecutivo se desorienta sino el aparato en su conjunto. En todo caso, se moldea para servir al mercado.
El concepto de Nación se esfuma y los países se reducen a células mercantiles de un mercado más abarcativo o global. Al desaparecer el propósito primero apuntado en la Carta Magna, los países dejan de autopropulsarse interesados en sumarse a la gran barca mundial, cuyo motor está en los corporativos, bancos y bolsas de valores. El orbe se dinamiza en relación directa a estos centros de poder.
Podemos encontrar gobiernos ordenaditos o caóticos como el mexicano, pero todos respetan la misma causa, ser competitivos, un eufemismo para explicar los dolorosos ajustes a lo que el mercado instruye, o mejor dicho, sus dueños.
En este sentido, afirmamos: no existen mundos mejores, únicamente la inercia del modo de producción dominante, dedicado a concentrar capital. En esta claudicación, los gobiernos dejaron de entender su cometido constitucional, esto es, perseguir el bienestar colectivo.
Sorprende que no se haya producido vacíos inquietantes o quejas sociales demoledoras. Los medios han conseguido, después de machacar por treinta años, construir un imaginario convertido en mainstream: la realidad supera cualquier buena intención anotada en la Constitución, convertido en libro mítico aunque inútil. En última instancia, se hace lo que el mercado ordena.
Demos lugar a un cuestionamiento pertinente, ¿existe posibilidad de reducir la condición gerencial del gobierno y recuperar su extraviada capacidad representativa? Por lo menos el Parlamento, instrumento político preponderante, tendría que expresar al pueblo, enfrentado a situaciones cada vez más complejas.
No obstante, los legisladores dejaron de entender la Nación para abocarse a discutir grandes temas, verbigracia, privatización educativa, subrogar la salud, flexibilidad laboral, brindar más alicientes para seducir a la Inversión Extranjera Directa. Hoy día, un país se valora por atraer esos capitales. Las consecuencias se pueden observar en el año y medio de desgobierno de Mauricio Macri.
Es bastante evidente que el concepto de pueblo ha periclitado, somos -en última instancia- una sumatoria simple de consumidores al constituirnos en una sociedad movida por la lógica capitalista. En consecuencia, la familia debe abocarse a sobrevivir como pueda y transformar a sus hijos en hábiles competidores mercantiles. La consigna sería: que cada quien se rasque con sus uñas e incomode al gobierno lo menos posible. Cada tanto, acudirán a votar a un nuevo presidente y a los parlamentarios, ritual fastidioso parecido a tantos otros. En el fondo todos sabemos que nada cambiará. Pese a ello, en el periodo de campaña se da rienda suelta a la telenovela que redujo a la ciudadanía a simples electores.
En este oneroso paréntesis, recordamos aquello de la Nación, la representación, el bien público; se promete corregir los errores y realizar lo omitido, amén de comportarse como políticos respetuosos del “soberano”. Cerrada la última urna, todo sigue siendo igual.
No obstante, sí existen diferencias entre gobernantes. Unos tienen mayor sensibilidad social, manteniendo la articulación al gran capital global. De esta manera, el péndulo viaja desde el capitalismo salvaje estilo Macri o Peña Nieto a administraciones con más sentido social, es decir, Lula o Chávez. El caso uruguayo es peculiar al ser expertos en girar en el término medio.
Lo relevante entonces, es entender que dejamos de ser lo que fuimos por la súper hegemonía planetaria capitalista; porque la tecnología ocupa a cada vez menos trabajadores y la concentración de riqueza es espeluznante. Esta dominación genera un Estado global fuerte y, con éste en funciones, los gobiernos se debilitan. En términos representativos, se muestran fallidos. Luchar por su modificación es poner la diana en el Estado global, nada más ni nada menos, el resto es retórica barata.