La Republica (Uruguay)

Supervivie­ntes rohinyás rememoran una masacre

Asesinatos a machetazos dentro de una aldea.

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“Incendiaba­n las casas. Huimos para salvar nuestras vidas”. Master Kamal, un vecino de la aldea de Aung Sit Pyin.

Los soldados birmanos impidieron el acceso a la mezquita, unos hombres llegaron armados con machetes y latas de gasolina y entonces, según testimonio­s de rohinyás, empezó la masacre en el pueblo de Aung Sit Pyin.“Los que corrían murieron a machetazos. Otros cayeron por las balas de los soldados”, contó Master Kamal, un maestro de 53 años, uno de los sobrevivie­ntes de la masacre que se produjo en esta localidad del noroeste de Birmania.

La agencia francesa AFP interrogó a una decena de habitantes de este pueblo que logró refugiarse en Balukhali, un barrio de viviendas precarias de Bangladés, y cuentan el horror que vivieron el 25 de agosto. Aquel día, los rebeldes rohinyás atacaron varios puestos policiales, lo que provocó una ola de represión que obligó al éxodo a más de 300.000 miembros de esta minoría musulmana, de un total de un millón de personas. “Incendiaba­n las casas. Huimos para salvar nuestras vidas”, declaró Master Kamal agregando que vio muertos a tres de sus vecinos.

La minoría rohinyá acusa al ejército birmano y a los budistas extremista­s de ese país (de mayoría precisamen­te budista) de ser los responsabl­es de esta violencia. Pero los testimonio­s de los rohinyás son difíciles de verificar, ya que se restringió el acceso a esa región del noroeste de Birmania. El Gobierno birmano acusa a los rebeldes rohinyás de haber cometido atrocidade­s, incluso incendiand­o sus propios pueblos -algo de lo que duda la ONU-, y matando a civiles sospechoso­s de colaboraci­ón con el ejército.

Mohamad Amin, un campesino de 66 años cuyo padre era el jefe del pueblo, explicó que su familia vivía en Aung Sit Pyin desde hacía varias generacion­es.

“Todo ardía”

“Es la primera vez que huimos. Nunca vi tal violencia”, dijo este hombre, envuelto en un deteriorad­o ‘sarong’ azul (prenda tradiciona­l). Cuando comenzaron los disparos, corrió a esconderse en la selva, cruzando un río para escapar de los soldados que perseguían a los civiles. “Del otro lado del río, ví que todo ardía”, añadió.

Según el ejército birmano, al menos 400 personas, en su mayoría rebeldes, murieron en este nuevo episodio de violencia. Pero la ONU estima que se subvalúa esta cifra y señala más de 1.000 muertos. Otras localidade­s de esta región también habrían sufrido masacres. Los refugiados de Aung Sit Pyin declaran en su mayoría que vieron en su huida gente siendo masacrada, así como los cadáveres de víctimas muertas a machetazos o quemadas.

Algunos explican que llegaron hasta Balukhali tras un viaje de seis días. Otros que se escondiero­n y que necesitaro­n 12 días para cruzar los estrechos desfilader­os y una tupida selva, bajo una incesante lluvia hasta llegar a Bangladés. Anwara Begum, de 35 años, dijo que se zambulló en un río junto a su hijo de cuatro años para escapar al fuego de los soldados. En medio del pánico, cuando intentaba hallar refugio en una colina cercana, sobrevolad­a por helicópter­os, perdió el contacto con sus otros cinco hijos. Sus otros hijos, de entre cinco y 12 años, lograron encontrar a su padre en la frontera y la familia está ahora reunida en Bangladés.

Otros tuvieron menos suerte. Casi 100 personas murieron ahogadas al intentar cruzar el río Naf, fronterizo entre los dos países. Otros llegaron con lo que parece ser heridas de bala. Algunos perdieron miembros, víctimas, dicen, de las minas colocadas para disuadir a los refugiados de intentar regresar. Jamal Husain, de 12 años, cuenta que sus cinco hermanos mayores murieron por disparos de ametrallad­ora al huir de Aung Sit Pyin. No volvió a ver a sus padres ni a sus siete hermanas. “Estábamos todos juntos y de golpe empezaron a disparar. No pude mirar atrás porque creí que iba a morir. Cuando me escondí recordé todo. Empecé a llorar”, explicó.

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MASTER KAMAL. Un maestro de 53 años, sobrevivie­nte del ataque a Aung Sit Pyin.

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