Empieza la campaña electoral en México
En México ha empezado la campaña que rematará en la elección del nuevo presidente de la República en julio de 2018. Lo más destacado es que el actual, Peña Nieto, interviene en contra del candidato con más posibilidades de ganar, proclamándolo en forma casi directa, un enemigo público; algo inconcebible en cualquier proceso democrático. Se vale criticar, pero jamás descalificar a un aspirante al punto de considerarlo un peligro para México. Lo acusa de ¡populista! Propuesta que se opondría a la correcta orientación, la neoliberal; mal entendida como globalización.
Las denostaciones, embustes y la vieja argucia de atemorizar, son las armas del presidente en funciones, empeñado en menguar la fuerza político-electoral de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), no obstante, es tal el desprestigio del mandatario que sus agravios fortalecen al líder del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
Peña Nieto carece de credibilidad entre los mexicanos, detenta una aceptación no mayor al 20% de la ciudadanía. Por ello, cuando acusa o intenta asustar imputándole a AMLO pecados propios, produce un efecto contrario. Los mexicanos repudian a quien ha demostrado autoritarismo, corrupción burda, ignorancia y sobre todo, actuar en contra de los intereses del país. Privatizó el petróleo, mintió cada día de su sexenio, mantuvo deprimido el salario como ventaja comparativa del empresariado nacional e internacional y cuando Trump insultó a sus compatriotas, llamándolos asesinos, ladrones y narcos, en vez de protestar lo invitó a Los Pinos (casa oficial).
El PRI, partido del citado Presidente, ni tan siquiera tiene candidato. Al autodescartarse el canciller Luis Videgaray (cercano a Trump), los nombres que se manejan dan pena. El secretario de Hacienda, José Antonio Meade, singularmente antipopular; o Nuño, quien encabeza una reforma educativa criticada dentro y fuera de las fronteras por su carácter privatizador.
No hay de donde sacar un nombre que le dé alguna oportunidad, más allá del tristemente célebre fraude electoral y el apoyo de las instituciones electorales dispuestas a desviar comicios según convenga al Presidente. Cómo dijo José Murat, exgobernador de Oaxaca refiriéndose al alcance del fraude electoral en ese país: ¡Si quiero, hago gobernador a una vaca! No debe sorprendernos, Calígula hizo senador a su caballo.
En cuanto al PAN está virtualmente descuartizado. Son tantas las ansias del ex presidente Calderón de reelegirse en el cuerpo de su esposa, Margarita Zabala, que impulsa una alianza estratégica con Peña Nieto, a fin de eliminar a los otros aspirantes de ese partido centro-derechista; símil del PRI en cuanto, corrupción y neoliberalismo. Con todo, Ricardo Anaya, presidente del PAN, se mantiene firme en no entregarle el partido ni a Calderón ni a Margarita, lo que está provocando una división en su interior. Hoy, existe una facción panistapriísta, encabezada por el citado expresidente, dispuestos a corresponder con Peña con tal de obtener apoyo para su poco noble propósito.
En cuanto al PRD, se desmadeja día con día. A tal punto que ha iniciado un trasvase hacia Morena, empezado con el exjefe de la bancada en el Senado, Miguel Barbosa. Hoy mismo continúa, cuando una tribu completa (la bejaranista) renunció al PRD y se incorporó al partido de AMLO.
No hay duda, Andrés Manuel ganará las elecciones de 2018. Basta ver cómo el PRI triunfó en su principal bastión, el Estado de México, de donde fue gobernador Peña Nieto. Lo hizo con 34% de los sufragios cuando seis años antes había alcanzado el 62% de los mismos.
Perdió un millón de votos, mientras que la candidata de Morena, Delfina Gómez, logró 31% del electorado en su primera participación estatal como partido (antes fueron frente político).
Si donde eran más fuertes se desbarrancaron, qué pueden esperar en estados donde ni siquiera gobiernan. AMLO triunfará pese al ominoso fraude y gualichos del impresentable Peña, a no ser que los mílites digan otra cosa.