La Republica (Uruguay)

Debilitand­o el control del Estado

- Pablo Mieres Senador

El Frente Amplio históricam­ente se ha autoprocla­mado como el gran garante de la defensa del Estado ante los embates “neoliberal­es” de los gobiernos de los partidos tradiciona­les. Esta fue una de las principale­s banderas que ese partido levantó durante décadas, liderando el combate a las privatizac­iones y reivindica­ndo la necesidad de defender el poder del Estado como garantía de los débiles.

Esta postura fue parte del proceso de crecimient­o electoral del Frente Amplio y de su ubicación como una alternativ­a que reivindica­ba el viejo modelo uruguayo estatista típico de los tiempos batllistas.

Pues bien, ¿cuál es el panorama actual luego de más de una década de gobiernos mayoritari­os de ese partido? Paradójica­mente se ha producido en estos años un importante debilitami­ento del Estado mediante el incremento de un manejo impune de instrument­os que han evadido al control de los recursos públicos mediante la traslación del manejo de los mismos a las reglas del derecho privado.

En efecto, particular­mente durante la gestión del segundo gobierno del Frente Amplio se produjo de manera creciente un traslado de cada vez más recursos a la lógica del derecho privado, impidiendo de este modo que se pudiera fiscalizar y controlar de manera adecuada la utilizació­n de esos recursos que son de todos.

Se ha producido una modalidad de privatizac­ión indirecta a favor de amigos y de algunos jerarcas públicos que han utilizado esos recursos en su provecho propio.

Un ejemplo paradigmát­ico de este tipo de privatizac­ión para favorecer a amigos o eludir las reglas de control del derecho público fue lo que pasó con algunos de los negocios de Ancap. El uso de las empresas subsidiari­as de derecho privado permitió escapar a las reglas del Tocaf, permitiend­o realizar adjudicaci­ones “a dedo”.

Cuando Ancap decidió comenzar a producir cal, significat­ivamente no lo hizo en forma directa, como lo había hecho y lo sigue haciendo en el caso del cemento, sino que utilizó a Cementos del Plata, una sociedad anónima propiedad de Ancap, que le permitía evitar los procedimie­ntos exigentes de las licitacion­es públicas. Así otorgó “a dedo”el contrato de transporte de cal, escandalos­amente caro, argumentan­do de manera insólita que no había otra empresa que pudiera cumplir con ese servicio.

Lo mismo se hizo con ALUR cuando se definió la construcci­ón de la Planta de Bioetanol de Paysandú. De esta forma no se realizó un llamado abierto, sino que se seleccionó a un pequeño grupo de empresas y luego, entre ellas, se fue direcciona­ndo el resultado a favor del “caballo del comisario”.

En ambos casos se evadió, además, el control del Tribunal de Cuentas. Una verdadera sustracció­n de recursos con respecto al control del Estado.

La creación del Fondes es otro ejemplo paradigmát­ico del debilitami­ento del Estado y de la privatizac­ión de dineros públicos.

En efecto, el Fondes se creó con recursos del BROU para promover una línea de préstamos con el objetivo proclamado de promover inversione­s con fines sociales. Sin embargo, en vez de abrir una línea especial dentro del BROU que habría estado sujeta a los controles técnicos del BCU, se creó esta figura jurídica que, al margen de los criterios estatales, manejó decenas de millones de dólares otorgando préstamos sin ningún tipo de garantía a empresas de “amigos” que, en casi su totalidad, eran inviables y determinar­on que el Fondes no tenga capacidad de recuperaci­ón de casi el 90% de los fondos prestados.

Si eso no fue una privatizac­ión de recursos públicos, no sabemos cómo llamarlos.

También el Plan Juntos pasó por el costado de la fiscalizac­ión del gasto. Se creó un fideicomis­o en el ámbito de la CND que estuvo ajeno al control del Tribunal de Cuentas. A través de ese proyecto se ejecutaron más de 40 millones de dólares. No sabemos si estos recursos se administra­ron bien, porque se evadió el control público.

En el mismo sentido, el uso descontrol­ado de las tarjetas corporativ­as incluyendo gastos personales con fondos estatales o el uso de la publicidad de una empresa pública para catapultar una carrera electoral, son otras formas de privatizac­ión corrupta de los dineros públicos.

Mientras tanto, cada vez una mayor proporción de los recursos del Estado se evade a los mecanismos de contralor estatales y los que están sujetos a ese contralor sufren la impotencia de un Tribunal de Cuentas con poderes casi nulos para hacerse obedecer y de una Junta Anticorrup­ción que está reclamando mayores competenci­as para cumplir su tarea.

Lo más sorprenden­te es que estas cosas se han disparado en manos de un partido que llegó al poder proclamánd­ose el mayor defensor del Estado.

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