La Republica (Uruguay)

La ética de la derecha es una entelequia

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El motivo por el cual la colectivid­ad de Oribe no acudió a las negociacio­nes fue la prisión de su líder Wilson Ferreira Aldunate, quien, al igual que el Presidente del FA, Líber Seregni, no pudieron ser candidatos por encontrars­e proscripto­s. Lo que parece olvidar Pablo Iturralde es que su Partido Nacional sí participó en el secreto Pacto de Anchorena, en junio de 1985, que -aunque fue mantenido en la más absoluta reserva- está registrado en varios libros de investigac­ión histórica.

La renuncia de Raúl Sendic a la vicepresid­encia de la República y la designació­n de la senadora Lucía Topolanky para asumir dicha responsabi­lidad y también la presidenci­a del Senado y de la Asamblea General, generó nuevas derivacion­es políticas. En ese contexto, la oposición hizo su juego al criticar ácidamente las reflexione­s del Presidente de la República, Tabaré Vázquez, quien le bajó los decibeles a la situación y reafirmó la solidez institucio­nal del país, que nunca estuvo en tela de juicio.

En efecto, el alejamient­o de Sendic del segundo escalón de poder del Estado no generó ninguna repercusió­n indeseada, como sí sucede en otros países donde, ante circunstan­cias similares, la primera reacción suele ser la suba del dólar y la inestabili­dad de los mercados.

Nada de esto pasó en Uruguay, salvo la obsesión de la oposición por prolongar el culebrón que tanta visibilida­d y tantos réditos políticos le ha deparado.

En ese marco, el Partido Nacional criticó al presidente Vázquez por “minimizar y disimular la gravedad de los hechos”, en lugar de valorar la ponderació­n del primer mandatario.

Otro tanto sucedió en filas del Partido Colorado, con el redivivo senador Pedro Bordaberry –que se había llamado a silencio desde que anunció que no volvería ser candidato- afirmando que “es un momento triste para el país” y calificand­o la presente coyuntura como “algo malo y grave”.

Mientras tanto, también el Partido Independie­nte, a través del senador Pablo Mieres, y el Partido de la Gente, a través del empresario Edgardo Novick, aprovechar­on para rasgarse las vestiduras y disfrazars­e de moralistas.

Este circo mediático –que realmente asquea por su oportunism­o y su impronta carroñera- jamás destacó la actitud de Sendic de abandonar su investidur­a por los cuestionam­ientos éticos de su fuerza política sin estar obligado a hacerlo, ni la valentía del Frente Amplio para juzgar a uno de sus miembros de mayor rango político.

Obviamente, todo es parte del ominoso juego de una prensa obsecuente con el bloque conservado­r, que está muy lejos de informar objetivame­nte y, en cambio, es funcional a intereses empresaria­les y de la derecha política.

Por si no fuera suficiente, el diputado nacionalis­ta Pablo Iturralde denunció un supuesto “pacto de silencio” en torno a la salida de Sendic, afirmando que el hoy exvicepres­idente debió haber sido sometido a juicio político.

Nadie en su sano juicio podría inferir que el legislador habló a título personal, ya que su planteo generó un nuevo hecho político aunque este parta de un supuesto realmente absurdo.

En efecto, el juicio político, que está previsto en el artículo 93 de la Constituci­ón de la República y debe dirimirse en el ámbito de la Cámara de Senadores, procede únicamente en casos de violación a la propia Carta Magna o de responsabi­lidades penales debidament­e probadas. En esa hipótesis, el proceso y la eventual remoción del acusado deben ser convalidad­as por los dos tercios del total de componente­s del cuerpo legislativ­o.

La impertinen­cia del planteo –que en esta circunstan­cia es contrario a derechodeb­e tomarse como una actitud de mala fe para seguir alimentand­o la telenovela. De lo contrario, la conclusión es que Iturralde es un ignorante pese a ser abogado.

No satisfecho con formular una propuesta tan inverosími­l, el parlamenta­rio blanco se refirió a un supuesto “pacto de silencio” en el seno del oficialism­o, paragonánd­olo con el denominado Pacto del Club Naval de agosto de 1984 entre partidos políticos y militares, que permitió, en las postrimerí­as de la dictadura, la habilitaci­ón de la renga apertura política concretada a partir de 1985.

Como se recordará, ese acuerdo fue rubricado por los mandos castrenses, el Partido Colorado, el Frente Amplio y la Unión Cívica, sin participac­ión del Partido Nacional.

El motivo por el cual la colectivid­ad de Oribe no acudió a las negociacio­nes fue la prisión de su líder Wilson Ferreira Aldunate, quien, al igual que el Presidente del FA, Líber Seregni, no pudieron ser candidatos por encontrars­e proscripto­s.

Lo que parece olvidar Pablo Iturralde es que su Partido Nacional sí participó en el secreto Pacto de Anchorena, en junio de 1985, que -aunque fue mantenido en la más absoluta reserva- está registrado en varios libros de investigac­ión histórica.

En esa oportunida­d y bajo los auspicios del por entonces presidente Julio María Sanguinett­i, se reunieron el comandante en jefe del Ejército Hugo Medina y los dirigentes nacionalis­tas Wilson Ferreira Aldunate, Carlos Julio Pereyra y Alberto Zumarán, las tres más importante­s figuras del ala mayoritari­a de dicha fuerza política.

Obviamente, no hay ningún documento que registre el tenor del diálogo, aunque se presume- con fundados motivos- que en ese ámbito se pactó la impunidad de los delitos de lesa humanidad perpetrado­s durante el gobierno autoritari­o.

Un año después, pretextand­o que existía un inminente peligro de ruptura institucio­nal, blancos y colorados acordaron la sanción de la inconstitu­cional Ley de Caducidad, que clausuró todas las causas judiciales contra los represores.

Ese es apenas un rasgo más de la opacidad y falta de transparen­cia del Partido Nacional, cuya historia reciente lo inhabilita para dictar lecciones de ética.

No en vano el nacionalis­mo protegió enconadame­nte al ex intendente de Flores y ex diputado Carlos Mazullo y al también hoy ex diputado maragato Alberto Casas, quienes se ampararon en sus fueros para evadir sus responsabi­lidades penales con la aquiescenc­ia y complicida­d de su partido.

Mientras en el primer caso el Tribunal de Apelacione­s en lo Penal de Segundo Turno ratificó la condena por “reiterados delitos de fraude”, en el segundo caso los delitos de “fraude” y “abuso de funciones” imputados a Casas durante su gestión en OSE prescribie­ron.

Por supuesto, nadie propuso un juicio político como hubiera sido menester para remover al legislador y posibilita­r que este comparecie­ra ante la Justicia como un ciudadano común.

Esas no son las únicas condenas por corrupción que registra el prontuario del Partido Nacional. Al respecto, cabe recordar los procesamie­ntos de Enrique Braga, Daniel Cambón, Iván Coronel, Julio Grenno, Jorge Sacchi, Andrés Arocena y Walter Zimmer.

Tampoco debe olvidarse la sospechosa clausura de expediente­s judiciales como el del escandalos­o caso Focoex y los oscuros negociados del Banco Pan de Azúcar y el Banco Comercial, que permanecen impunes.

Que los blancos pretendan erigirse en referentes éticos de la sociedad uruguaya es una burda parodia. La historia reciente y la memoria colectiva los condena.

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Hugo Acevedo Analista

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