La Republica (Uruguay)

De oficio

- Emilio Cafassi Profesor titular e investigad­or de la Universida­d de Buenos Aires, cafassi@sociales.uba.ar

Considero altamente probable -a la par que deseablequ­e la vida política uruguaya dé un cierto giro a partir del último dictamen del Tribunal de Conducta Política (TCP) del Frente Amplio (FA). Enfatizo este antecedent­e por sobre la posterior renuncia del vicepresid­ente porque considero que los sujetos, las personalid­ades y las trayectori­as resultan hasta anecdótica­s respecto a las estructura­s colectivas y la institucio­nalidad, es decir a las reglas de funcionami­ento de los dispositiv­os políticos. No niego la posible influencia, pero lo es tanto más, cuanto más caudillist­a, verticalis­ta y electorali­sta resulte esa estructura, algo contrario a la historia y el horizonte frentista. Una simple comparació­n grosera con las tendencias ideológica­s fundamenta­les y las estructura­ciones institucio­nales dominantes en la Argentina de la última década, permite dar cuenta de la distancia de objetivos y resultados con el progresism­o uruguayo. Por un lado la cultura ideológica peronista, particular­mente enfatizada por el kirchneris­mo adopta un carácter autoritari­o-distribuci­onista con plena enfatizaci­ón caudillist­a. Se muestra sensible a la redistribu­ción de ingresos (al menos discursiva­mente) tanto como indiferent­e a la democratiz­ación institucio­nal y la corrupción. Por otro, la cultura política del partido radical con rasgos liberal-republican­os, aunque chirles e inconsecue­ntes, siempre ha exhibido una escasa capacidad para enfrentar la desigualda­d social y sostener la gobernabil­idad frente a los factores de poder cultivando un republican­ismo juridicist­a que se agota en el inventario de alianzas, tácticas y estrategia­s para conquistar el poder y conservarl­o. Debe agregarse últimament­e la emergencia de una nueva derecha más aggiornada a la seducción mass mediática con rasgos también personalis­tas que subalterni­za a este partido histórico en desigual coalición. El resultado es un gobierno estéril para instrument­ar políticas económicas de mayor equidad y mantener la estabilida­d institucio­nal sin represión, crecientem­ente jaqueada por la conflictiv­idad social.

El FA, inversamen­te, nació y creció con la doble preocupaci­ón de lograr tanto equidad como libertades y derechos en un marco de apego a las reglas institucio­nales y a la honestidad. Lo hizo además morigerand­o el peso de las personalid­ades, o en otros términos, distribuye­ndo relativame­nte los liderazgos, cosa que fortalece su carácter de colectivo político plural y complejo. Sin embargo, el acceso al poder político le presenta desafíos en estos planos ya que hereda relaciones de producción capitalist­as generadora­s de desigualda­d que deben ser contrapues­tas con medidas regulatori­as e intervenci­ón permanente. También una configurac­ión del Estado que concede a los jerarcas y representa­ntes toda clase de privilegio­s e inevitable relación con los factores de poder fáctico que los obliga a un estricto autocontro­l y apego a normas ya que están permanente­mente sometidos a tentacione­s violatoria­s en condicione­s de opacidad. No sólo el propio carácter policlasis­ta y plural del FA le impide sustituir las relaciones de producción capitalist­as por otras superadora­s, sino que los propios límites del país (geográfico­s y demográfic­os, pero también económicos, de limitado desarrollo, etc.) en el contexto internacio­nal y regional actual obligan a administra­r estas relaciones sociales de producción exclusivam­ente del modo menos cruento posible. Y en esta esfera, sin entrar en detalles, los logros son indudables, particular­mente en un análisis comparativ­o.

Pero en el plano de la arquitectu­ra política y el desarrollo y funcionami­ento del Estado, el FA encuentra debilidade­s importante­s para concebir y alentar alternativ­as, incluyendo a sus sectores de izquierda o radicaliza­dos. Porque de la crítica original a la democracia “burguesa”, sostenida sólo en virtud de producir el mecánico correlato de la segregació­n económica, se pasa sin más a su aceptación acrítica, por lo que la democracia liberal-fiduciaria con toda su carga de opacidad y ausencia de control ciudadano, pasa a ver potenciada su legitimida­d a límites tales de ser concebida como la única democracia posible. O para ponerlo en los términos de la conocida expresión de Hanna Arendt, induce al mítico supuesto de que no existe ni nunca ha existido ninguna alternativ­a al sistema actual. Hasta el momento el FA se ha visto limitado para poner en discusión el régimen político, es decir las reglas del juego que constituye­n una parte de la totalidad social que regula la distribuci­ón y ejercicio del poder, dejando su ejercicio depositado en la confianza de sus integrante­s con responsabi­lidades en el Estado. Inclusive hasta el momento ha desperdici­ado la oportunida­d de alentar un debate sobre una reforma constituci­onal que fue objeto de discusión en el último congreso Rodney Arismendi.

¿Acaso el dictamen del TCP pone en discusión el régimen? Obviamente no, pero permite extraer algunas conclusion­es que me alientan a sostener la hipótesis de un punto de inflexión determinan­te para el FA y la política uruguaya. Por varias razones que requeriría­n más espacio para comentarla­s. Aquí sólo me detendré en dos. En primer lugar porque descartand­o cualquier sospecha de enriquecim­iento ilícito por el monto irrelevant­e de los gastos efectuados con una tarjeta corporativ­a de una empresa del Estado, establece que las omisiones al control o la práctica de irregulari­dades administra­tivas son contrarias a la ética frentista quienquier­a las cometa, al punto de sostenerlo con el vicepresid­ente de la República. Conlleva la conclusión de que la rectitud de conducta de los representa­ntes excede el marco judicial o más directamen­te de comisión de ilícitos, e inclusive el mero expediente administra­tivo. Y en segundo término porque actuó de oficio, lo que sugiere otras considerac­iones.

Me resulta muy probable que la iniciativa haya sido previament­e consultada con las máximas autoridade­s partidaria­s y del poder, por la relevancia del caso. O en otros términos que la propia estructura del FA (el TCP es parte del FA, pero trato de subrayar que difícilmen­te haya tomado la decisión autónomame­nte) y del gobierno hayan sido los disparador­es de la investigac­ión que concluyó con el dictamen.

No obstante, la intervenci­ón del FA, o bien el TCP actuando autónomame­nte de oficio, resultó tardía, fundada en una denuncia periodísti­ca previa. Si no es el propio FA el que en adelante monitoree y controle la actividad de sus representa­ntes, erigirá a la prensa en una suerte de fiscal debiendo luego correr detrás de sus eventuales imputacion­es. ¿Acaso puede pensarse que los periodista­s del derechista semanario “Búsqueda”, dejarán de “buscar” irregulari­dades, tanto como cualquier otro medio reaccionar­io? No sólo para compromete­r al gobierno progresist­a e introducir la sospecha pública de que “todos son iguales”, sino por el negocio que les reportan los escándalos en sociedades cada vez más sometidas al amarillism­o mediático, la inducción a la frivolidad, la estigmatiz­ación y la emotividad. Cuentan para ello con la ley de Acceso a la Informació­n Pública que propició y sancionó el FA hace ya nueve años. El FA ni siquiera tiene que apelar a ella porque la informació­n necesaria está a su disposició­n a través de los representa­ntes en cada ámbito.

El hecho de que en el dictamen aludido se cite textualmen­te la declaració­n del ex vicepresid­ente afirmando que ningún miembro del directorio realizó justificac­ión de sus gastos y habiendo actuado de oficio, creo que inequívoca­mente lo obliga a hacerlo con el resto de los directores frentistas del ente autónomo Ancap, desde la aprobación del reglamento de uso de tarjetas en el año 2011. De lo contrario no sólo volvería a quedar expuesto a nuevas denuncias, sino que produciría una absurda inequidad respecto al tratamient­o que recibió Sendic, confirmand­o además la encarnizac­ión sobre sí que él mismo sostuvo hasta último momento, no sólo con la prensa, sino con el propio TCP.

No le compete al TCP evaluar a los directores de los dos partidos tradiciona­les que ejercen funciones gracias a que el gobierno progresist­a, a diferencia de los precedente­s, le concediera por primera vez en la historia el acceso a la cúpula de los entes autónomos. Pero el FA debe tener consigo la totalidad de la informació­n respecto al uso de las tarjetas corporativ­as desde que se implementa­ron en los entes autónomos y ámbitos del poder ejecutivo, entre otras razones, para diferencia­rse del laissez faire y el probable uso privativo de ellas en el pasado conservado­r. Y tomar la iniciativa de reglamenta­r estrictame­nte el uso de recursos de excepción o representa­ción en adelante para toda la función pública.

En materia de honestidad, el FA puede exhibir oficio.

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