Nueva escuelita frenteamplista
Llama la atención la noticia de que abrirán una escuela (para cuadros, supongo) del Frente Amplio. De esta manera, ser frenteamplista significaría algo ideológicamente superpuesto a lo que lo que define a los propios partidos políticos. Un comunista, por ejemplo, primero sería frenteamplista, declarando una flagrante duplicidad o bipolaridad política partidaria.
No preocupa la conveniente sumatoria en tanto formación, sino lo que invita a confusiones o intento de desplazar lo correcto, aunque desagradable. En efecto, la propuesta formativa del FA debe dar por superada arcaicas ideologías (peor si abrevan en el marxismo) y así, adentrarse al mundo feliz de las ideas “novísimas” que definen en recién nacido siglo XXI, entre otras, que la sociedad es importante siempre y cuando se cumpla con las expectativas del gran capital globalizador.
Ya en Europa no recorre el fantasma del comunismo, suplantado por las burbujeantes oportunidades de un mundo mejor, previo tributo al 1%. Tributo tan grosero que solamente le deja al 99%, palabras de aliento y promesas falsas.
¿Qué es ser moderno o posmoderno en la política actual? Este será el gran tema alrededor del cual girará tan “noble” propuesta. Porque (según sus impulsadores) todo frenteamplista tiene que comprender su tiempo y estar enterado de lo que ocurre en el mundo y dispuesto a nivelarse con aquellos países declarados: ariete de lo nuevo. Eso sí, con acento en el aspecto social si ello implica defender el derecho inalienable del mercado. Resueltos a poner en alto los Derechos Humanos y al mismo tiempo, embestir en contra de países conflictivos como Corea del Norte o Venezuela. Sobre todo, superar el misticismo que rodea a la equivocada designación de imperio a un país amigo.
El punto nodal es el capitalismo, acusado de todos los males. Sin embargo, un mal necesario ya que es una condición inamovible, en síntesis, es la cancha donde se juega el partido. En tal sentido, resulta imperativo rescatar lo bueno y tratar de enromar sus aristas más filosas. Lo deseable es la competitividad, la autosustentabilidad y el autoempleo, esto último, siempre que el estadístico de ocupación descienda o la hagan los salarios.
La competitividad que nos lleva a prepararnos más para acceder a empleos mal pagados; la autosustentabilidad entraña mercantilizarlo previa cosificación, y el autoempleo, es la heroicidad de los emprendedores, aunque en realidad de cada cien uno puede sostenerse con cierto éxito. A lo anterior, sumemos la bancarización que hace posible compras mágicas con la tarjeta de crédito, capaz de inventar dinero inexistente y mantener a los consumidores como eternos deudores.
¿Lo malo?, el capitalismo salvaje. Hablamos de la esclavitud junto al trabajo infantil (algo reservado para México, parte de Asia y África); del mercado negro que comercia todo lo imaginable y engorda al capital financiero y por último, la corrupción, un fenómeno más visto en nuestros vecinos.
De esto se trata la modernidad-posmoderna. Empezar en Giddens y rematar en la declinación del gobierno como espacio político representativo, asumido en los hechos por el mercado, otorgando a la democracia un sitial particular en tanto verbena electoral donde lo central es el engaño. Eso sí, tremolar entusiastas varias banderas incuestionables: ecología, Derechos Humanos, igualdad de género, pero no culpemos al capitalismo por lo que es responsabilidad de todos; posturas correlacionadas con las iglesias carismáticas y su lucha contra el demonio. Lo más novedoso, es entender algo básico: lo malo del mundo nada tiene que ver con el modo de producción, sino con el egoísmo, el consumismo y la irresponsabilidad en todas sus acepciones. Somos nosotros y nunca la brutal concentración de capitales que producen caos creciente en el mundo. Somos nosotros, por ello, las nuevas generaciones de frenteamplistas deben asumirlo y corregirlo, siguiendo los salvíficos libros de autoayuda. Entre otras cosas, hacer tomar conciencia del papel que jugamos como individuos.