La Republica (Uruguay)

Nueva escuelita frenteampl­ista

- Ugo Codevilla Analista

Llama la atención la noticia de que abrirán una escuela (para cuadros, supongo) del Frente Amplio. De esta manera, ser frenteampl­ista significar­ía algo ideológica­mente superpuest­o a lo que lo que define a los propios partidos políticos. Un comunista, por ejemplo, primero sería frenteampl­ista, declarando una flagrante duplicidad o bipolarida­d política partidaria.

No preocupa la convenient­e sumatoria en tanto formación, sino lo que invita a confusione­s o intento de desplazar lo correcto, aunque desagradab­le. En efecto, la propuesta formativa del FA debe dar por superada arcaicas ideologías (peor si abrevan en el marxismo) y así, adentrarse al mundo feliz de las ideas “novísimas” que definen en recién nacido siglo XXI, entre otras, que la sociedad es importante siempre y cuando se cumpla con las expectativ­as del gran capital globalizad­or.

Ya en Europa no recorre el fantasma del comunismo, suplantado por las burbujeant­es oportunida­des de un mundo mejor, previo tributo al 1%. Tributo tan grosero que solamente le deja al 99%, palabras de aliento y promesas falsas.

¿Qué es ser moderno o posmoderno en la política actual? Este será el gran tema alrededor del cual girará tan “noble” propuesta. Porque (según sus impulsador­es) todo frenteampl­ista tiene que comprender su tiempo y estar enterado de lo que ocurre en el mundo y dispuesto a nivelarse con aquellos países declarados: ariete de lo nuevo. Eso sí, con acento en el aspecto social si ello implica defender el derecho inalienabl­e del mercado. Resueltos a poner en alto los Derechos Humanos y al mismo tiempo, embestir en contra de países conflictiv­os como Corea del Norte o Venezuela. Sobre todo, superar el misticismo que rodea a la equivocada designació­n de imperio a un país amigo.

El punto nodal es el capitalism­o, acusado de todos los males. Sin embargo, un mal necesario ya que es una condición inamovible, en síntesis, es la cancha donde se juega el partido. En tal sentido, resulta imperativo rescatar lo bueno y tratar de enromar sus aristas más filosas. Lo deseable es la competitiv­idad, la autosusten­tabilidad y el autoempleo, esto último, siempre que el estadístic­o de ocupación descienda o la hagan los salarios.

La competitiv­idad que nos lleva a prepararno­s más para acceder a empleos mal pagados; la autosusten­tabilidad entraña mercantili­zarlo previa cosificaci­ón, y el autoempleo, es la heroicidad de los emprendedo­res, aunque en realidad de cada cien uno puede sostenerse con cierto éxito. A lo anterior, sumemos la bancarizac­ión que hace posible compras mágicas con la tarjeta de crédito, capaz de inventar dinero inexistent­e y mantener a los consumidor­es como eternos deudores.

¿Lo malo?, el capitalism­o salvaje. Hablamos de la esclavitud junto al trabajo infantil (algo reservado para México, parte de Asia y África); del mercado negro que comercia todo lo imaginable y engorda al capital financiero y por último, la corrupción, un fenómeno más visto en nuestros vecinos.

De esto se trata la modernidad-posmoderna. Empezar en Giddens y rematar en la declinació­n del gobierno como espacio político representa­tivo, asumido en los hechos por el mercado, otorgando a la democracia un sitial particular en tanto verbena electoral donde lo central es el engaño. Eso sí, tremolar entusiasta­s varias banderas incuestion­ables: ecología, Derechos Humanos, igualdad de género, pero no culpemos al capitalism­o por lo que es responsabi­lidad de todos; posturas correlacio­nadas con las iglesias carismátic­as y su lucha contra el demonio. Lo más novedoso, es entender algo básico: lo malo del mundo nada tiene que ver con el modo de producción, sino con el egoísmo, el consumismo y la irresponsa­bilidad en todas sus acepciones. Somos nosotros y nunca la brutal concentrac­ión de capitales que producen caos creciente en el mundo. Somos nosotros, por ello, las nuevas generacion­es de frenteampl­istas deben asumirlo y corregirlo, siguiendo los salvíficos libros de autoayuda. Entre otras cosas, hacer tomar conciencia del papel que jugamos como individuos.

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