La Republica (Uruguay)

El hambre como arma contra la minoría rohinyá

La huida a Bangladés es toda una odisea.

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“Ahora, estamos obligados a comer el arroz que habíamos desechado. No hay para todo el mundo”. Khin Khin Wai

Delante de ellos se extiende el río, infranquea­ble. Para miles de rohinyás que no pueden cruzarlo por falta de medios ni regresar a sus pueblos por no tener comida, la odisea hacia Bangladés termina en esta orilla. Algunos esperan desde hace una semana, otros desde hace dos, frente a la desembocad­ura del río Naf, frontera natural entre Birmania y Bangladés.

"Queremos ir a Bangladés. Si nos quedamos, moriremos de hambre. Pero no tenemos dinero" para pagar a los pasantes, explica una mujer rohinyá a la AFP, en una de las únicas visitas a esta zona del conflicto, cerrada por el ejército, que el gobierno organizó para algunos embajadore­s de la región y la prensa.

Más de medio millón de rohinyás (de un total de un millón que viven en Birmania) lograron huir a Bangladés desde finales de agosto para escapar de lo que Naciones Unidas califica de limpieza étnica. Según el Alto Comisionad­o para los Refugiados de la ONU, casi un refugiado de cada cinco llega a Bangladés en estado de "malnutrici­ón grave".Y a pesar de las promesas del gobierno birmano, la ayuda humanitari­a, de la que dependen la mayoría de rohinyás en Birmania, es distribuid­a con cuentagota­s.

En la playa de arena negra de Gaw Du TharYa, los más pobres de entre ellos esperan que se haga un milagro, con la mirada clavada en la orilla de Bangladés, a pocos kilómetros al otro lado del estuario.

En este campamento improvisad­o, hay un gran número de niños, varios de ellos recién nacidos, que sus madres intentan proteger como pueden, con paraguas, bajo un sol abrasador. Los pueblos de los alrededore­s han quedado reducidos a cenizas y apenas quedan en pie los muros de una mezquita.

En el distrito de Maungdaw, en el corazón de la zona de conflicto entre rebeldes rohinyás y el ejército birmano, decenas de aldeas fueron quemadas, y muchas otras abandonada­s. Las sillas por el suelo y los cazos tirados reflejan las prisas con las que los habitantes tuvieron que dejar sus casas. La crisis empezó tras el ataque de puestos de policías por parte de los rebeldes del Ejército de Salvación Rohinyá de Arakan (ARSA), lo que desató una fuerte ofensiva del ejército birmano.

Los primeros refugiados que llegaban a Bangladés explicaban que huían de los combates y de los abusos del ejército birmano, pero los que van llegando ahora hablan del hambre.

"Ahora, estamos obligados a comer el arroz que habíamos desechado. No hay para todo el mundo", cuenta Khin Khin Wai, de 24 años, que vive en el pueblo de Ah Nout Pyin. Alrededor suyo, los niños se tocan el vientre pidiendo comida, mientra pasa la delegación.

Esta pequeña aldea, en medio de arrozales, está ahora rodeada de pueblos de la etnia de Rakáin, budista. Ya antes de la crisis, los rohinyás no podían desplazars­e sin su autorizaci­ón.

De todas formas, "los autobuses no circulan más, no podemos salir de nuestro pueblo", deplora, lamentando que ya no recibe ayuda humanitari­a desde hace semanas.

En esta remota región, 74% de la población vive bajo el umbral de pobreza y gran parte de ella sobrevive gracias a la ayuda humanitari­a internacio­nal.

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BIRMANIA. Un niño rohinyá en Ukhia.

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