La Republica (Uruguay)

Hacerse cargo

- Camilo Álvarez López Analista

El grito de la descentral­ización es tan viejo como diverso en sus motivos. La etapa del capitalism­o de casi todo el siglo XX fue marcada a fuego por el centralism­o en propios y ajenos. Desde los procesos productivo­s, hasta los gobiernos, se vieron conformado­s por el centralism­o en forma organizati­va. La toma de decisiones estaba muy vinculada a la concentrac­ión de poder, y a la constituci­ón de ejércitos de trabajador­es, de burócratas, etc. que debían obedecer sin más las definicion­es.

Sobre fines del siglo XX comenzó a instalarse con fuerza en los países de América Latina, la idea de descentral­izar los Estados. Para una parte de la izquierda, la descentral­ización era una bandera histórica, asociada al comunitari­smo, a la posibilida­d de generar espacios geográfico­s donde la participac­ión popular atraviese las tareas de gobierno.

Sin embargo, en ese momento, un impulso fuerte de descentral­ización de los países salió desde los mismos centros de poder mundial. El FMI y el Banco Mundial fueron grandes comisiones centrales de propaganda de descentral­ización.

Proponían sumas de dinero para quienes desearan adherirse a su idea de descentral­ización, y por cierto muchos tendieron la mano. Una descentral­ización del poder del Estado hacia el mercado y los grupos económicos.

Así, en pleno auge del neoliberal­ismo, salieron a disputar la descentral­ización, ya que veían ahí una gran posibilida­d de privatizac­ión.Y así fue que la propuesta de descentral­ización impulsada por esas institucio­nes financiera­s, tenían por centro privatizar la vida cotidiana, bajo el argumento de la ineficienc­ia de los Estados nacionales para gobernar, proponían que lo local se pase a hacerse cargo de la administra­ción de algunas tareas del Estado. Aquellas “localidade­s” que tuvieran determinad­o desarrollo y capacidade­s podrían administra­r de una forma, y otras, donde sectores de la población se fueron instalando expulsados de los barrios centrales y la formalidad habitacion­al se podrían administra­r de otra forma: ¡suerte en pila!, parecía la consigna.

De este contexto se desprende gran parte de las críticas que realizamos a modelos descentral­izadores que hablan del desarrollo local como nuevo paraíso, tanto político como económico.

Una de las mejores críticas que surgieron en ese momento, vale decir, surgió como propuesta (¿acaso hay mejor crítica a una idea que una propuesta superadora?) fue el olvidado “documento 6”, del que ya nadie habla, acaso quedan en algunos cajones o biblioteca­s de comités de base, impreso en hoja de diario, con tapa roja y azul, un poco desteñido. Ese documento, fue uno de los aportes más grandes que hizo el FA a la interpreta­ción de esa etapa. Un documento codiciado por fuerzas políticas de izquierda en la región, porque daba pautas claras para enfrentar el modelo descentral­izador del neoliberal­ismo en el que muchos caían por gracia y otros tantos por desgracia.

Ante el desastre que viene haciendo el hombre sobre la tierra, aferrado a una ética de la heteronomí­a y del despilfarr­o, a una modalidad de abuso de la naturaleza y sus componente­s, corremos con suerte si nuestros bisnietos tienen aire para respirar y agua para tomar y lavarse. Parece que vamos camino a un precipicio.

La realidad es que cuanto más capitalism­o menos naturaleza, esto es así. La propia naturaleza del capitalism­o implica el desastre de la naturaleza.

Ante este panorama, muy reducidame­nte planteado (antes que me salgan a pegar por ingenuo o apocalípti­co de varios bandos), lo que nos va quedando como salida es descentral­izar. Descentral­izar todo lo que podamos descentral­izar, desde el estado hasta las empresas, el deporte, nuestras cabezas.

No comulgamos mucho con la idea de desarrollo local como propuesta de descentral­iza ción.Lo“l ocal” queda reducido aun corte de la geografía, una parte del territorio, selecciona­do desde alguna oficina central, pública o privada, a través de google earth. En esa idea de local no hay más que gente junta, no hay construcci­ón de comunidad ni de procesos participat­ivos, identitari­os. Por otro lado, el tema del“desarrollo”y nuestra perspectiv­a ilusoria del desarrollo lineal como acumulació­n de objetos a través del consumismo como modo de vida. Y peor aún como medida de la felicidad.

El impulso de la des centraliza­ción debe darse tímidament­e desde lo institucio­nal y arremeter desde los barrios y pueblos, nadie mejor que quienes viven en una zona para definir sobre sus asuntos y mejorar las condicione­s de vida de su entorno e institucio­nes. Este proceso de descentral­ización no va en camino de privatizar ni desaparece­r el Estado Nacional, sino más bien como única posibilida­d de salvarlo ante los embates que nos llegarán desde el exterior en el futuro.

Implicará no pedir tanto permiso a las institucio­nes para hacer en cada comunidad, sino hacerse cargo de las dificultad­es y solucionar, para que se pueda tener una mejor calidad de vida.

Las huertas comunitari­as pueden abastecer pueblos y barrios, hornos de barro pueden cocinar pan, a través de paneles solares y colectores, hacerse de la electricid­ad, manejar monedas locales como forma de facilitar el acceso a productos, organizar los cuidados y enfrentar las desigualda­des. Promover la participac­ión popular desde el vamos, promover la pública felicidad desde cada lugar, organizars­e para mantener la esperanza y aprender la libertad.

Como dice el poeta español,“yo no sé muchas cosas es verdad, solo digo lo que he visto...” y por suerte estas cosas hoy las podemos ver ya en acción, en barrios y pueblos. Por tanto, para utopía a esta columna le faltó imaginació­n.

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