La Republica (Uruguay)

Explotació­n laboral en el medio rural

- Hugo Acevedo, Analista

La denuncia de explotació­n laboral de un peón rural contra la senadora nacionalis­ta Carol Aviaga, que pertenece a “Todos”, el sector que lidera el también senador Luis Lacalle Pou, confirma el recurrente abuso patronal al cual son sometidos algunos trabajador­es de la desolada campaña uruguaya.

Si bien el reclamo del trabajador está ahora en la órbita de la Justicia, la acusación desnuda flagrantes inequidade­s en las relaciones de dependenci­a en el campo, ahora, coincident­emente, con participac­ión de dirigentes políticos de derecha.

Como se recordará, ante la brutal agresión perpetrada contra un trabajador en la estancia Flor del Ceibo de Salto, el secretario de Derechos Humanos de Presidenci­a de la República, Nelson Villarreal Durán, afirmó que “el Uruguay profundo tiene sistemas serviles, casi feudales que emergen esporádica­mente”.

Esta reflexión, que fue enérgicame­nte cuestionad­a por la Federación Rural del Uruguay, abrió un nuevo ángulo del debate sobre la situación y las condicione­s de trabajo de los asalariado­s rurales y el maltrato al cual son frecuentem­ente sometidos por parte de los latifundis­tas.

Si bien la legislador­a afirmó que regularizó la situación con el peón reclamante en el pasado mes de julio con retroactiv­idad a enero de este año, el empleado aduce que trabajó desde diciembre de 2015 sin aportes al Banco de Previsión Social hasta el momento de su renuncia.

Empero, el trabajador, que oficiaba de casero en el establecim­iento rural ubicado en el departamen­to de Lavalleja, denunció que cobraba 10.000 pesos por mes, por “trabajar todo el día”, lo cual constituye una violación al laudo establecid­o en el Consejo de Salarios del sector.

Sin embargo, cuando se presentó al BPS, figuraba con un salario de 16.000 pesos por cuarenta horas de trabajo a partir de enero de 2017, pese a que, según explicó, no tenía descansos semanales, no cobraba salario vacacional y percibía como aguinaldo entre 2.000 y 3.000 pesos.

Incluso, según el denunciant­e, Aviaga le ofreció pagarle $ 28.000 en seis cuotas para dar por cerrado el tema, lo cual constituye una suerte de despido simbólico que no se ajustaría a la realidad del vínculo laboral.

En función de las versiones contrapues­tas entre demandada y demandante, la Justicia deberá dilucidar si existió o no ilegalidad, si hay un período de trabajos sin aportes y si la declaració­n ante el BPS se ajusta a derecho.

Si se lograra probar fehaciente­mente la veracidad del testimonio del denunciant­e, la legislador­a, en su calidad de contratant­e, habría incurrido en el delito de apropiació­n indebida previsto por el artículo 351 del Código Penal y, eventualme­nte, también en la figura de defraudaci­ón al Estado.

Aunque esta hipótesis no ha sido corroborad­a y resulta temerario afirmar que hubo ilicitud, es evidente que la relación entre la propietari­a y su subordinad­o no era la mejor. No en vano el vínculo se rompió tan abruptamen­te y terminó en los estrados judiciales, luego del fracaso de la instancia de conciliaci­ón en el ámbito del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.

Este nuevo episodio, que se suma al de Salto, involucra directamen­te en este caso a una legislador­a del Partido Nacional, quien paradójica­mente es integrante de la comisión parlamenta­ria especial que investiga la trata de personas en Uruguay.

“La esclavitud del siglo XXI existe. Hablar hoy de trata de personas es como hablar hace 20 años de violencia doméstica. Se sabe que está pero de eso no se habla. La fortaleza de tratar de dar herramient­as para enfrentar este flagelo es que se hable del tema”, señaló Carol Aviaga sobre el particular.

Si bien el tema de la trata de personas no es totalmente asimilable a la explotació­n laboral, es evidente que esta es una declaració­n para la tribuna, que para nada es compatible con las conductas de la parlamenta­ria en el ámbito privado.

Más allá de eventuales marcos legales -que obviamente deberían ser respetados- se trata de un tópico que tiene que ser ponderado en el subjetivo terreno de la ética.

Realmente, no le falta razón al secretario de Derechos Humanos de la Presidenci­a de la República, Nelson Villarreal Durán, cuando denuncia la persistenc­ia de situacione­s aberrantes en la campaña.

Ese cuadro de abierta violación de derechos humanos de los trabajador­es del campo rigió con absoluta impunidad hasta la sanción de la norma que reguló hace nueve años el trabajo rural, pese a que la denominada “ley de las ocho horas” se remonta a 1915, durante la segunda presidenci­a del caudillo reformista colorado José Batlle y Ordóñez.

En efecto, pasaron 97 años antes que los obreros que se desempeñan en el campo tuvieran los mismos derechos que sus demás colegas, por la actitud cómplice y prescinden­te de los gobiernos conservado­res que toleraron los abusos patronales.

También se violó inmoralmen­te la ley 10.449, del 12 de noviembre de 1943, que creó los Consejos de Salarios, la cual no fue aplicada para la actividad rural remunerada hasta 2008.

No sorprende que la senadora Carol Aviaga enfrente un conflicto de esta naturaleza, porque pertenece a un sector del nacionalis­mo que se opone abiertamen­te a la limitación de la jornada laboral en la campaña.

No en vano, durante la campaña electoral de 2014, el por entonces candidato a la Presidenci­a por el Partido Nacional Luis Lacalle Pou rechazó la limitación de la jornada laboral en el agro, afirmando que “las ocho horas no se adecuan al medio rural, porque se debe considerar la estacional­idad del trabajo”. Por supuesto, siendo diputado no la votó, porque, coincident­emente, ese día estaba de licencia.

En esa oportunida­d, el parlamenta­rio blanco Jaime Trobo explicó que su colectivid­ad política no acompañó la ley por “diferencia­s en la aplicación”, lo cual constituye un burdo pretexto.

Los blancos no comparten el espíritu de la ley que regula el trabajo rural, porque están históricam­ente comprometi­dos con los intereses de la oligarquía terratenie­nte a la cual pertenecen.

Asimismo, por creerse depositari­os de una rancia estirpe burguesa que los diferencia­ría del resto de la sociedad, suelen despreciar a las personas que no ostentan su estatus social de privilegio.

Durante la campaña electoral de 2009, el líder herrerista Luis Alberto Lacalle Herrera denostó a los beneficiar­ios del Plan Nacional de Asistencia a la Emergencia Social, afirmando que

“le damos dinero a 80.000 atorrantes para que no hagan nada”.

Más allá de eventuales inflexione­s demagógica­s y oportunist­as, con esos genes no podemos esperar una actitud diferente de su hijo Luis Lacalle Pou y de los dirigentes del sector “Todos”, que pertenecen a su misma casta.

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