Más conciencia
Hay que educar para el respeto. Solo así podremos convivir. Estamos llamados a entendernos, a restaurar el orden y la legalidad, allá donde se violen las leyes que nos hemos dado entre todos. Tanto la necedad independentista como aquellos nacionalismos que nos aíslan han de pasar página. No tienen sentido en un mundo como el actual. Esto no quiero decir que los pueblos de singular cultura no protejan su legado histórico. Pero estos legítimos sentimientos han de ser respetuosos también con las reglas de juego democrático, que nos engloba a todos los miembros de una nación. Hablo, naturalmente, del caso español de
una comunidad autónoma como la catalana, verdaderamente protegida por los poderes del estado democrático, que vienen actuando a mi modo de ver de manera ejemplarizante, en cuanto a la proporcionalidad de actuaciones y la mano tendida siempre, aunque la paciencia y la prudencia han de tener un límite, para que las instituciones retornen a sus obligaciones constitucionales, recogidas en la norma más importante que tenemos todos los ciudadanos españoles, la Constitución de 1978.
Confieso que es muy dolorosa esta situación catalana, pero la Constitución es norma de normas y
como tal hemos de tomar conciencia de ello. El gobierno de una Comunidad Autónoma y su parlamento no pueden ni deben actuar fuera del Estado de derecho. No nos dejemos atrapar por la mentira permanente. Los diversos poderes del Estado (legislativo, ejecutivo y judicial) están obligados a intervenir y a actuar con todo el peso de la ley. El presidente del Gobierno ha logrado forjar un consenso, tanto dentro del país como fuera de nuestras fronteras, de mayoría cualificada para actuar. Precisamente, es la Constitución de 1978, la que nos garantiza la convivencia democrática y el autogobierno. Asimismo, el poder judicial
continúa con sus actuaciones, advirtiendo que es obligado cumplir las sentencias y demás resoluciones firmes de los jueces y Tribunales, así como prestar la colaboración requerida. Todo el Estado, en suma, nos ampara a todos para corregir los abusos de poder o las desviaciones de los diversos gobernantes.
Los españoles somos un país de fuerte calado democrático, colaborando en todo momento en el fortalecimiento de unas relaciones armónicas, que, además ha colaborado en ello el espíritu constitucionalista de 1978, nuestra ley fundamental, que también cuenta con un título para su reforma.