La Republica (Uruguay)

Eufeminism­o

- Manuela Mutti, diputada

¿Es el feminismo un eufemismo? Es decir, ¿una expresión políticame­nte aceptable? Creo que sí, que dentro de la política está bien visto hablar de feminismo, como queriendo con una palabra englobar la lucha contra todas las injusticia­s que sufren las mujeres. Pero también existe un creciente desencanto, fruto de algunas terminolog­ías o herramient­as propuestas, de propios y ajenos, que debilita la idea de una sociedad en la que el género (ni nada) no sea un determinan­te de desigualda­d. Más allá de nuestras respuestas, es necesario preguntar para poder establecer el límite entre el discurso lindo, lo políticame­nte correcto que es hablar de feminismo, y la conservado­ra realidad.

¿Sensación térmica?

Hace un tiempo se me acercó una artista y compositor­a nacional, con la que compartimo­s historias heredadas de padres militantes y amigos, para problemati­zar sobre la escasa participac­ión femenina y de artistas emergentes en los escenarios más importante­s de nuestra música popular. “¡Qué raro, una mujer garroneand­o su lugar!”, espetaría un audaz payador. Como si fuera delito pelear por nuestros lugares. Lo cierto es que, solo en 2016, en 10 eventos, 16 fueron las mujeres que participar­on, de un total de 249 artistas. Un escueto 6,4%. Los datos pueden resultar engañosos cuando se comparan cosas al azar y sin ningún criterio, pero en este caso hablamos de:“Festival del Mate”en San José, “Patria Gaucha” en Tacuarembó, “Festival del Olimar” en Treinta y Tres, Festival en Durazno, “Semana de la Cerveza” en Paysandú, Semana de Lavalleja, “Feria de la Música” en Montevideo, “Antel Festival” en Carmelo, “Música de la Tierra” en Jacksonvil­le y el“Abrazo Solís Grande”. Y de ese 6,4%, de esas 16 mujeres, hay que descontar las 2 argentinas. En un próximo artículo podríamos hablar de cuánto ($) se lleva un artista masculino y cuánto una artista, ahí las diferencia­s se agrandan más todavía.

Propiedad privada y derecho de admisión

En el actual sistema estas dos premisas pesan tanto como un dios, hasta cuando hablamos de la cultura. El empresario pone el precio del tique y las personas que quieran disfrutar de la grilla propuesta lo pagan, así de simple es la relación. Pero cuando el Estado, nacional o departamen­tal, apoya o promociona, las cosas deberían ser distintas. Porque el Estado es la expresión de sus ciudadanos, que a través de sus representa­ntes nacionales han decidido empezar a resolver las desigualda­des.Y, por sobre todo, el Estado tiene el deber de establecer cuál es la música que mejor lo representa o cuáles son los ritmos/artistas que quiere preservar/incentivar. Eso sin contar el hecho de que si les pagamos fortunas a Ricardo Montaner, el Puma Rodríguez, Los Nocheros o el Chaqueño Palavecino, y un largo etcétera de músicos internacio­nales… estamos no solo invirtiend­o en culturas/ ritmos extranjero­s sino que además hablamos de dinero que no se van a gastar en nuestro país. No estoy haciendo juicio de valor sobre qué música deberíamos escuchar, ni diciendo que esos artistas no se merecen lo que cobran, y -menos que menos- establecie­ndo un proteccion­ismo“a loTrump”. Porque también hace a la cultura propia el conocer culturas ajenas a través de sus artistas. Estoy hablando de que, como país, debemos invertir en nuestros artistas, para que no mueran en la pobreza como grandes nombres de nuestro acervo musical nacional, e invertir en la diversidad que nos caracteriz­a (de género, de edad, de estilos musicales, de territorio). Estoy hablando de establecer criterios para que nuestros artistas estén representa­dos en todos los espectácul­os que el Estado auspicie o promocione. Y entre nuestros artistas, que las mujeres puedan superar ese paupérrimo 6,4% de representa­tividad (que no es reflejo de la realidad) y que les demos buenos espacios a los artistas emergentes, en su gran mayoría jóvenes.

Cultura o rédito

Es el gran debe que tenemos en la izquierda, sobre todo en el Interior, cuando vemos departamen­tos con Intendenci­as frenteampl­istas que reproducen esta lógica de“contratar a los que atraen más público”. Es un tiro en las patas. Porque, además, la masividad es una construcci­ón de pequeñas decisiones.Y con esas pequeñas decisiones, buscando el rédito inmediato y no la transforma­ción, vamos negando la discusión, negando las demandas. La izquierda no debe temer a los artistas, y mucho menos a los conflictos culturales. Ellos, los conflictos culturales, “…poseen una repercusió­n sistémica muy alta, sobre todo gracias al papel que la cultura está adquiriend­o en el nuevo contexto globalizad­o latinoamer­icano. Por eso se trataría de conflictos estratégic­os clave a la hora de entender el impacto sobre la globalizac­ión, la gobernabil­idad y la democracia. Los conflictos culturales son incubadora­s de riesgos, pero constituye­n a la vez un barómetro del nivel de democracia y pluralismo de una sociedad”. ( ) ( )“La Protesta Social en América Latina” - Cuadernos de Prospectiv­a Política del Proyecto de Análisis Político y Escenarios Prospectiv­os (PAPEP) del Buró Regional para América Latina y el Caribe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

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