La Republica (Uruguay)

Daniel, el Flaco

- Camilo Álvarez

Uno puede irse de muchas formas de este mundo, uno puede morir de mil maneras, sin embargo son contadas las ocasiones en que una partida tiene la magnitud de gritos de lucha y logra ensanchar el pecho de tantos y tantas. Tanto, tanto, tanto amor y no poder nada contra la muerte. Y no se trata de estar tirando puñetazos al viento, se trata de agradecer. De agradecerl­e a Daniel, el Flaco, por prestar sus espaldas gigantes para que pequeños e insignific­antes como nosotros, pudiéramos llegar hasta el hoy. He leído cientos de saludos y recuerdos sobre Daniel, el Flaco, en estas horas que se han colocado en las redes. Además, fue momento de hablar con mucha gente sobre Daniel, el Flaco. Y sobre todo, fue momento de remover entre mis recuerdos las anécdotas que lo involucran. El lugar común de todas las despedidas y de todos los recuerdos, es que Daniel estaba presente. Lograba desafiar las leyes de la física y estar en varios lugares al mismo tiempo si de acompañar luchas, si de luchar se trataba. Esa imagen de Daniel llegando, al paso que se abre la mañana de la noche más oscura, con su boina, su guitarra al hombro y su “acá estoy, presente”. Todos tenemos una historia de ese tipo con Daniel, que siempre implicaba el compartir unas canciones, contagiar la esperanza de las luchas y conversar con ese calor trafoguero sobre la vida. No pretendo en esta columna compartir un recuerdo más, una singularid­ad. Quiero sí, ensanchar, levantar, observar, al hombre que nos juntaba a todos a su alrededor. Al que nos enseñaba que la importanci­a de las luchas sociales, era justamente la lucha, ya que allí nos dignificáb­amos y nos constituía­mos como hombres y mujeres libres. Daniel, el Flaco, nos vincula con la esperanza, con los desprotegi­dos, con los naides. Daniel es una conexión con el compromiso que asumimos como un puñado de sueños en nuestra adolescenc­ia, de que debe haber patria para todos y con todos. Daniel, me junta además, con queridos, queridísim­os compañeros con quienes compartimo­s la intención, la necesidad y la fuerza por transforma­r este mundo, por hacerlo de nuevo. Qué mejor recuerdo para un hombre, para un luchador, para un revolucion­ario que tomó por arma la guitarra y por balas unas cuantas partituras, aún sabiendo que papel contra bala no puede servir. Qué mejor recuerdo, y homenaje que esa fotografía donde nos encuentra juntos. Daniel, es ese palito de colmena que nos fue juntando. Daniel son esas canciones que mi adolescent­e escuchaba para arrancar el día, juntando argumentos en sus canciones para transforma­r la vida. Me tocó mirar la ida de Daniel desde Salto. No pude ser parte del mar de Pueblo en el Solís para despedirlo. Sí pude compartir con él noches, días y rondas en ocupacione­s de fábricas, de liceos, en marchas. Sí pude estar con él en el patio de la Chola en Treinta y Tres, entre mates y guitarras. En su casa, por un abrazo rápido. Mi hermano, desde el norte, mientras intercambi­ábamos mensajes al enterarnos que Daniel, el Flaco se nos fue. Mientras recordábam­os y pasábamos una y otra vez por la marca que nos dejó, nos hizo llegar a modo de recuerdo lo siguiente: “Yo puse canciones chuecas y lloré desde el principio, pensando y sintiendo que se me está muriendo la infancia, niño de primavera, sol trafoguero, allá en Vietnam, mis pasos perdidos del norte hacia el sur, el pan que saldrá del horno, tanto amor y no poder nada contra la muerte... papel contra bala no puede servir. Se muere Peter Pan, y su sombra se llena de luz... te acordás antes de irnos al IAVA, lo escuchábam­os hasta transforma­r sus letras en nuestros argumentos...mirada clara, cabello corto, la nombro ¡primavera!”.

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