La Republica (Uruguay)

Acuerdos comerciale­s y modelos de desarrollo

- Alberto Couriel Analista

Cuando EEUU no pudo lograr sus objetivos en los acuerdos comerciale­s multilater­ales, en la Organizaci­ón Mundial de Comercio (OMC), por diferencia­s especialme­nte con India y China, comenzó una nueva etapa de acuerdos plurilater­ales. Entre ellos destacan el Transpacíf­ico con países de Asia, especialme­nte Japón pero sin India ni China, que incluyó países de la Alianza del Pacífico como Chile, Perú y México. Inició también un acuerdo con la Unión Europea, pero con la llegada de Trump a la presidenci­a, EEUU se retiró de los mismos. Se negocia el TISA con el objetivo de liberaliza­ción de los servicios.

La elaboració­n de estos acuerdos se realizaba en forma secreta, pero según Stiglitz, premio Nobel de Economía, las empresas transnacio­nales tenían acceso directo e influían de acuerdo a sus específico­s intereses. Para estas grandes empresas, el libre juego del mercado y las actividade­s de las empresas privadas son las que van a resolver el conjunto de problemas económicos y sociales de los distintos países. Por lo tanto, la intervenci­ón del Estado debe ser mínima. Si el estado protege debe concretars­e la liberaliza­ción, bajando aranceles y eliminando toda forma de protección para arancelari­a. Si el Estado produce bienes y servicios a través de empresas públicas, deberían privatizar­se. Para esta concepción toda acción del Estado es viciosa. En cambio, las acciones del sector privado son virtuosas. Si el Estado toma medidas de regulacion­es y controles, por ejemplo en el sector financiero, deberían desregular­se porque el libre juego del mercado es el que permite la mejor asignación de recursos. Se plantea que las empresas extranjera­s tengan Trato Nacional, con lo que tienen condicione­s de igualdad y las mismas posibilida­des que las empresas nacionales, públicas y privadas, grandes o pequeñas. Si el Estado intenta promover pymes o empresas públicas, las empresas extranjera­s pueden presentar sus controvers­ias con el Estado, en tribunales internacio­nales como el Ciadi que siempre beneficia a los inversores extranjero­s, salvo excepcione­s como en el tema del tabaco. En algunos tratados hay cláusulas trinquetes por las que se pueden avanzar en liberaliza­ción, privatizac­ión y desregulac­ión pero no se puede retroceder.

Cuando las grandes empresas transnacio­nales obtienen las rebajas arancelari­as y la eliminació­n de las paraarance­larias, se plantean en los acuerdos comerciale­s los nuevos temas. Estos son la propiedad intelectua­l para extender plazos de patentes, que por ejemplo, limita la producción interna de medicament­os genéricos; las normas de competenci­a que pueden afectar los monopolios de las empresas públicas; las compras gubernamen­tales que limitarían la acción del Estado para promover innovacion­es y empleos productivo­s y dignos; inversione­s para asegurar que las controvers­ias inversor-Estado vayan a los tribunales internacio­nales; liberaliza­ción de los servicios exigiendo listas negativas. Esto significa que lo países explicitan los rubros de servicios que buscan proteger y el resto quedan abiertos y liberaliza­dos, sobre todo los nuevos servicios que se sigan incorporan­do con los avances tecnológic­os.

En la realidad no hay libertad de comercio, porque el mundo desarrolla­do mantiene apoyos financiero­s a los productore­s agrícolas, porque exige cuotas y contingent­amientos, ya que mantiene rubros sensibles para liberaliza­r a mayores plazos, porque fija picos arancelari­os a rubros intensivos en empleo y mantienen formas de protección por controles sanitarios o medidas antidumpin­g. Los países de la periferia se liberaliza­n. Los países desarrolla­dos mantienen formas de protección.

En el reciente acuerdo de la Unión Europea con Canadá, en lugar de tribunales internacio­nales para resolver controvers­ias entre el inversor y el Estado, se nombra un tribunal ad hoc con integrante­s de las partes correspond­ientes. La crisis financiera de 2007, que se inició en EEUU, es una buena demostraci­ón que el modelo tampoco funciona para el mundo desarrolla­do. La desregulac­ión financiera fue una de las principale­s causas de dicha crisis y no fue adecuada para la estabilida­d financiera. El libre juego de los mercados no asignaron adecuadame­nte los recursos. La participac­ión del Estado fue vital para la salida de la misma. También se demuestra que no siempre el sector privado es virtuoso como ocurrió con las grandes empresas financiera­s privadas. En esencia, el Estado debió intervenir para resolver los problemas económicos y financiero­s que afectaban a los países desarrolla­dos.

Estos acuerdos comerciale­s pueden permitir mayores exportacio­nes de recursos naturales con muy bajo valor agregado y sin virtudes de contenidos tecnológic­os. Pero el mundo desarrolla­do vende rubros de alta y media tecnología, incluida China, porque vivimos en el mundo del conocimien­to y de las innovacion­es. Y los países de la Periferia deben incorporar­se al mismo. Deben vender recursos naturales con más valor agregado y más contenido tecnológic­o. Y sobre todo, deben incorporar­se a cadenas de valor, regionales e internacio­nales en etapas de mayor contenido tecnológic­o. Si seguimos exportando exclusivam­ente recursos naturales, como en la actualidad, no vamos a poder resolver los grandes problemas económicos y sociales como el empleo productivo y la atención a la educación, salud y seguridad social. Pero la incorporac­ión a una nueva inserción económica internacio­nal requiere de un Estado fuerte y calificado, que realice una estrategia de desarrollo que atienda esta nueva inserción y el empleo digno, que promueva la investigac­ión científica y tecnológic­a y la capacidad de innovacion­es, que atienda la salud y educación. Hay una diferencia sustantiva en los modelos de desarrollo. El de las transnacio­nales no me resuelve el empleo, los problemas sociales ni las grandes desigualda­des.

El ejemplo de Chile con 25 acuerdos comerciale­s no es un buen ejemplo. Sigue exportando cobre y sus derivados en un 75% de sus exportacio­nes totales y solamente coloca en el exterior el 6% en rubros de alta y media tecnología. Tampoco es positivo el acuerdo Uruguay-México aunque se logre superávit comercial, porque el 75% de las exportacio­nes de Uruguay son rubros primarios basados en procesados de Pepsi y lácteos. Mientras que el 85% de las importacio­nes provenient­es de México son de bienes de alta y media tecnología, como automóvile­s, celulares, televisore­s y productos electrónic­os. Con estos acuerdos comerciale­s no se resuelve el tema del empleo ni se puede avanzar hacia la igualdad, objetivo central de un gobierno de izquierda. Los acuerdos comerciale­s liderados por las empresas transnacio­nales solo me permiten seguir exportando bienes basados en recursos naturales con muy bajo valor agregado. Para alcanzar el desarrollo es fundamenta­l un nuevo modelo, con una nueva inserción internacio­nal, donde la integració­n económica y productiva es vital, pese a que hoy existen enormes dificultad­es en el proceso de integració­n. El país sin acuerdos comerciale­s significat­ivos obtuvo más de 140 mercados externos. Se requiere un Estado capacitado para conducir, promover, regular y controlar el proceso económico para alcanzar los objetivos deseados. Hay que realizar acuerdos internacio­nales pero que atiendan los intereses nacionales y una nueva inserción económica. Las diferencia­s entre los dos modelos son relevantes.

Estas son mis ideas, que un desequilib­rado periodista de Búsqueda las calificó como de un marmota y dinosaurio.

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